De la Europa en una esquina, la más sudoccidental,
nuestra patria se aposenta pegadita a Portugal.
(¿Patria? ¿Patria ha dicho, joven? ¡Eso es pecado mortal!
¡No sólo eso! ¡Es incluso anticonstitucional!)
Corregimos; esa esquina, esa tan meridional,
un país curioso alberga: es el Estado Estatal.
Pues por tal nombre responde –y más que responderá–
un Estado artificioso, sin sustancia nacional.
Se compone de dos cosas que vamos a enumerar:
la primera, las regiones, que son de poca entidad.
La otra parte componente, la importante de verdad,
la que causa envidia y pasmo, es la nacionalidad.
Por históricas las tienen, sin saber bien qué será,
mientras que las otras pobres de historia carecerán.
Pero fácil se resuelve la amarga desigualdad,
pues pronto o tarde cualquiera se puede a ello apuntar.
No son pocas sus virtudes: lujosa fiscalidad,
himnos, polis, banderitas ¡y hasta hecho diferencial!
Y por si eso fuera poco, les cambia hasta el natural,
pues el tiempo las transmuta cual piedra filosofal.
Allá en el setenta y ocho, en minoría de edad,
se emperraron del capricho de ser nacionalidad,
disparate sin sentido ni razón gramatical
pero lleno de futuro y de intención no banal.
Pues tras veinticinco años de ingeniería social
y de tiros en la nuca al que osara protestar
les permite convertirse, vía constitucional,
en naciones con solera y tradición medieval.
Pues bien. En el mencionado conglomerado estatal
el gobierno Zapatero a la Historia pasará
por liquidar en rebajas, como tras la Navidad,
la nación con más raigambre de la Europa Occidental.
¡Ay de aquél que ose oponerse! Por lo peor pasará:
por antiguo, por fascista, por centralista y demás.
Incluso algún socialista que se atreva discrepar
habrá de callar la boca, pues se enfada Maragall.
No es problema si el proyecto no llega ahora al final,
pues si Carod no consuma, Artur lo rematará:
el Parlament al completo canta Els Segadors, triunfal.
Sólo Piqué se resiste (la puntita nada más).
Como mal menor aceptan el Estado Federal,
que contemplan como un paso del proyecto gradual.
No es negrura ni alarmismo, pues lo proclaman textual:
esto es sólo el trampolín a la secesión final.
Y cuando se hayan largado los Països Catalans,
corriendo a calzón quitado los demás les seguirán.
Ibarretxe va el primero con su revivido Plan,
perseguido por Touriño en brazos del Benegá.
Ojo al dato: excompatriotas, las barbas a remojar
pongamos, que se nos viene de los tiempos el final.
¿Se van a quedar a verlo? ¿Tal sainete aguantarán?
¿Querrán tener como patria la España residual?
Yo, por mi parte, adelanto: mi salud estomacal
una España genuflexa no podría soportar.
Con Dios les dejo; no pienso ni volver la vista atrás.
Y yo me largo cantando el Eusko Gudariak.