Hablemos de unos tipos muy políticos
que se cogen la suya con flemática
higiene y refrenan su retórica
para nunca decir cosas impúdicas.
Pues conocen muy bien todos los términos:
los suaves, los amorfos, los asépticos,
los tontos, los absurdos, los insípidos,
los sosos, los vacíos, los eclécticos,
los necios y también los esotéricos.
En esto era gran práctico y teórico
un remendón pasado a catedrático,
aficionado a juegos perifrásticos
en el campo político-semántico.
Metido en maniobras estatúticas
a causa de neurosis maragállicas
sobre pseudonaciones ectoplásmicas
que sirven de argumento para onánicos
y causan obsesión a los estúpidos,
salió con una ristra de ridículos
palabros supercalifragilísticos
(la vacuidad es oportuna y práctica
para tapar desvergüenzas balcánicas
al menos en el plano teorético).
-"Dispongo de ocho formulitas mágicas
que a todos dejarán estupefácticos
y que serán de una ayuda fantástica
para mis pensamientos estratégicos"–,
nos anunció con su sonrisa intrépida
de anuncio de adminículos dentífricos
el Gran Maestre en temas autonómicos.
–"Pues eso de que la nación hispánica
sea constitucionalmente única
es una cosa la mar de retrógrada
que a los confederados periféricos
irrita en su identidad histórica".
Y así, con ademán de frenopático,
el tal, acumulando despropósitos,
se piensa ventilar, tranquilo, impávido,
de muchos, muchos siglos el depósito.
A ése que nos rige con tiránico
talante camuflado en beatífico,
a ése de la sonrisa patética
por tener el cerebro paralítico,
a ese optimista antropológico
por ser un ignorante enciclopédico,
a ése que se tiene por simpático
cuando es un rencoroso patológico,
a ése al que las páginas históricas
resérvanle un recuerdo tragicómico,
a ése que como una plaga bíblica
cayó sobre el incauto pueblo hispánico,
tan solo por inflarle los testículos
le envío con cariño estos versículos.