Gonçálvez, dom Philippus, a la sazón regía
cuando hace treinta años a nuestra progresía
se l’ocurrió la idea de qu’a la infantería,
más que saber historia, latín e ortographía,
con dar a cuatro teclas hasta le sobraría.
La cultura es inútil, por doquier s’entendía.
–“¿Cervantes? –Un estorbo que nada aportaría.
–¿Tratar de usted? –¡Clasista, fuera la cortesía!”.
Llegóse, pues, la LOGSE, que traxo l’alegría
de qu’el mal estudiante ya non repetiría:
–“¡Santa Igualdad! ¡Sin ella se discriminaría
al vago redomado! ¡Y se nos frustraría!”.
Mas luego todo aquesto se redondearía
con nuevos añadidos que hicieron todavía
más descansado e fácil cambiar la fruslería
de la viexa cultura por la ciudadanía.
D’aquello el resultado goçamos hoy en día:
menistros, profesores de ley o economía,
alcaldes, senatores, e cualquier tío o tía,
patean a la lengua con goço e alegría.
Non hay busto parlante que con gran osadía
no opine por la tele con charlatanería
e sin soltar dislates que resucitarían
al Espíritu Santo e la virgen María.
Hay un millón d’enxiemplos d’aquesta teoría
(Amandus de Miguelis otro millón tendría):
hoy no hay quien no utilice, con ansia e con porfía,
cultura confundiendo con la pedantería,
las más luengas palabras qu’haya en la estantería,
e a ser posible inglesas, que dan categoría:
implementar, plausible (¡qué gran bellaquería!),
condicionalidades et otras boberías
(ya non llueve en España, sino en la geografía;
el tiempo ya no es tiempo, es climatología;
nadie tiene opiniones, sino filosofía)
que cual loros repiten, tres mil veces al día,
del tiempo los augures, la politiquería,
parlantes de noticias e hasta en la lotería.
De todos, los peores (aparte señorías
d’ésas que regurgitan rencores cada día,
que más que parlamento parece portería
o riña de matronas en la pescadería)
son quienes se dedican a hablar d’economía.
E ansí acaba esta historia sobre l’algarabía
qu’a nuestros bisabuelos les avergonzaría
si vieran la ignorancia e chabacanería
qu’agora señalamos, ansí, en quaderna vía,
a tanto perpetrante de tanta tontería.
"La política no es una revelación ni una iluminación. La política es un sistema de contabilidad, y la contabilidad se mide por sus resultados. Jesús Laínz publicó el otro día en Libertad Digital un poema escrito en cuaderna vía −lo recojo en la revista El Manifiesto− que resume magistralmente los motivos por los que no puedo avalar las cuentas del régimen que se echó a andar, cojeando, en la España posterior a 1975 ni sentirme vinculado a sus supuestos, a sus presupuestos y a sus proyectos. Mal está lo que mal acaba. Todo lo que no sea Ilustración es opresión...".
Fernando Sánchez Dragó, Dragolandia-El Mundo, 31 de agosto de 2014
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