A mí ya me tocó estudiar la versión nacionalista de la historia en el instituto, en las clases de lengua y literatura gallega. El truco de esa manipulación es fácil de descubrir: consiste en confundir premeditadamente primero la historia de la literatura en gallego con la de la propia Galicia, mitificando y, al mismo tiempo, deshumanizando la lengua, que deja de ser un instrumento de comunicación entre las personas para convertirse en un extraño ídolo de la tribu, y después, la historia del nacionalismo con la de Galicia, porque ya se sabe que los verdaderos gallegos son los nacionalistas.
De esta manera, el larguísimo periodo que transcurre desde Alfonso X el Sabio hasta la mitad del siglo XIX, durante el cual el gallego apenas tuvo cultivo literario, desaparece en un agujero negro que los nacionalistas denominan los séculos escuros (siglos oscuros) y que se traga todo, el final del Reconquista, las guerras de Italia, el descubrimiento y la conquista de América, las luchas contra los ingleses, hasta la Guerra de la Independencia, y con ello, la participación en estos acontecimientos de nuestros antepasados, gallegos que hablaban en su mayoría gallego y que contribuyeron como los demás españoles al gran proyecto colectivo de la Monarquía hispánica, y más tarde a la construcción de la Nación española en sentido político.
Salimos de los séculos escuros, y entonces sólo pertenecen a la historia de Galicia los políticos regionalistas o nacionalistas y los escritores en gallego. Aquí nos tragamos a Montero Ríos, a Pablo Iglesias, a Canalejas, a Dato, a Calvo Sotelo (a Franco ni lo nombro, porque el día menos pensado, por orden de la memoria histórica, lo desposeen de la condición de gallego), a los héroes famosos como Méndez Núñez y a los menos conocidos que cayeron en Marruecos, en Cuba, en Filipinas, y, ay de mí, a Ramón María del Valle Inclán, e incluso el gran fabulador mindoniense Álvaro Cunqueiro, cumbre de la letras gallegas y gloria de las españolas, cae en la sima del olvido.
Hay quien dice que el nacionalismo se cura viajando. Yo tengo para mí que no es así, porque se puede viajar con la mente cerrada y los ojos velados por los prejuicios, y entonces de nada aprovecha el viaje. El nacionalismo como se cura es conociendo la historia. Por eso la continuación natural de la obra del santanderino Jesús Laínz Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos (Encuentro, 2004), que yo califiqué en su día de verdadera summa contra los dislates de nuestros nacionalismos disgregadores, tenía que ser una recuperación de la historia que éstos pretenden ocultar con lamentable eficacia: La Nación falsificada (Encuentro, 2006) es el título de este nuevo libro, que ha merecido hasta los elogios públicos de Manuel Fraga.
Sólo diré un par de cosas de la La Nación falsificada. El planteamiento de la obra no puede ser más inteligente, pues nos muestra una serie de amenas estampas de personajes o acontecimientos históricos, vascos y catalanes, ocultados o tergiversados por la historiografía nacionalista por su significación en la historia general de España, para desembocar en un epílogo, en realidad un soberbio ensayo, que constituye un pliego de cargos incontestable contra la falsificación operada por los nacionalismos de la historia de sus respectivas regiones y por tanto, de la verdadera personalidad de las mismas como partes integrantes de la Nación española. Es entretenida, está muy bien escrita, es rigurosa: es nuestra historia recuperada.
Luis Míguez
Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Santiago de Compostela
El Semanal Digital, 2 de febrero de 2007