La nación falsificada

Jesús Laínz ha vuelto a entregarnos una obra que merece la mayor atención del lector, se trata de su nuevo libro La nación falsificada. El volumen que nos presenta el historiador cántabro, ilustrado por el dibujante bilbaíno Julen Urrutia, es el complemento ideal a su monumental y ya imprescindible Adiós España. Verdad y mentira de los nacionalismos, en el cual se llevaba a cabo una reconstrucción de la Historia de España que se detenía en todos aquellos episodios que los nacionalismos secesionistas han manipulado en beneficio de sus propósitos independentistas, que buscan su legitimación en una supuesta usurpación de los derechos y libertades de sus pueblos por parte de España.

 

El libro que ahora nos ocupa, expone brevemente la biografía de sesenta personajes y colectivos catalanes y vascos, unidos e identificados de manera inequívoca con la Historia de España, desmintiendo de este modo las tesis que pretenden construir una especie de historia autista de ambas regiones, por completo independiente de la española. Como dato inicial del análisis del libro, hemos de advertir que Laínz se detiene justo a finales del siglo XIX, cuando arrancan las iniciativas secesionistas. Desconocemos si esto se debe a que Laínz se ha reservado esta opción para un próximo libro centrado en el período omitido que llega hasta nuestros días. Desde estas líneas le animamos a que así lo haga.

 

Los dos primeros capítulos están dedicados a Sancho III el Mayor y a Wifredo el Velloso. El arranque del libro no es arbitrario, pues son precisamente en estos monarcas medievales donde la historiografía afín, y a menudo subvencionada por los nacionalistas, sitúa la fundación histórica de ambas naciones posteriormente “ocupadas” o “invadidas” por España.

 

Por lo que respecta a la metodología utilizada, es interesante resaltar que Laínz se atiene en todo momento a datos históricos, sustentados en crónicas y documentos. Se aleja así el autor de los argumentos etnológicos y/o arqueológicos con los que a menudo se aderezan las historias de estas pretendidas naciones eternas cuyo origen se trata de situar, estableciendo un artificioso continuismo y retorciendo los conceptos, en épocas prehistóricas.

 

Dejando al margen este interesado confusionismo, la documentación existente nos muestra a un Sancho y a un Wifredo que, para disgusto de algunos de sus actuales reivindicadores –hace algunos años Sancho III fue reconocido por Juan José Ibarreche como fundador de la mítica Euskalherria–, se reconocen en todo momento como españoles.

 

Tras este inicio, el libro continúa con personajes medievales cuyas vidas, de marcado carácter bélico, están incorporadas a la Historia de España, siendo fundamentales en la Reconquista y en la posterior expansión del Imperio Español por todo el mundo. Es el caso de los López de Haro, Jaime I el Conquistador, Urbina, Urdaneta, Requesens, Elcano, Legazpi, &c.

 

Análisis aparte, merece el capítulo dedicado a Casanova y Villarroel. Ambos son presentados como símbolos de la defensa de la libertad catalana, arrebatada por Felipe V en la Guerra de Sucesión, que es presentada como un asalto español a la paradisíaca y tolerante Cataluña. Pero una vez más, los hechos, por su contundencia, se imponen a los deseos. Laínz reproduce el pregón que se colocó en las calles de Barcelona durante su defensa, una arenga que concluye con siguientes palabras, harto dolorosas para los nacionalistas: "Se confía que, como hijos de la patria y amantes de la libertad acudirán todos a los lugares señalados a fin de derramar gloriosamente su sangre y vida por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España".

 

Otros datos, desmienten aún más la versión oficial sostenida por el nacionalismo catalán que, en un esfuerzo voluntarista, defiende la idea de una Cataluña cohesionada, que siempre habría caminado unida frente a las amenazas exteriores. En este capítulo, tales tesis son desmontadas, y es que durante la guerra, que como su propio nombre indica, no era sino la pugna de dos complejas facciones que apoyaban a los dos aspirantes al trono de España, algunas comarcas catalanas como Arán, Cervera o Berga, fueron afines al pretendiente Borbón…

 

La sucesión de personajes continúa. Por nuestra parte, destacaremos a todos aquellos cuyas vidas discurrieron en torno a varios momentos históricos que han sido objeto de las falsificaciones que dan título al libro. De entre estos acontecimientos, hemos de destacar la Guerra de la Independencia y las Guerras Carlistas

 

En el primer caso, la historiografía nacionalista pretenderá mostrarnos una contienda de liberación de Cataluña y las Vascongadas frente al invasor francés. La urdimbre mantenida por estos territorios con el resto de España, será presentada como algo meramente coyuntural. Asunto de gran interés es el fruto de esta guerra, la proclamación de la Constitución de 1812 en las Cortes de Cádiz, que acredita el paso de la nación histórica a la nación de ciudadanos, o lo que es lo mismo, el fin del Antiguo Régimen, que tan asentado estaba en ambas regiones y que subyace en el fondo de las Guerras Carlistas. Y es que estas guerras, han tratado de presentarse no como guerras civiles, sino como guerras de España contra las regiones aludidas o contra su régimen de “libertades”, por más que éstas no sean otra cosa sino reliquias feudales.

 

Protagonistas esenciales de estos acontecimientos históricos de los que hemos hablado, serán, en lo que respecta a la Guerra de la Independencia, por ejemplo, la catalana Agustina de Aragón o el héroe de Trafalgar, el guipuzcoano Cosme Damián Churruca, por no hablar de dos colectivos catalanes que se significaron por su patriotismo, se trata de los combatientes de El Bruch o los defensores de Gerona.

 

Por lo que respecta a las Guerras Carlistas, el caso de Zumalacárregui, fiel representante paradigma de la causa carlista, es muy interesante, pues su figura ha sido tergiversada hasta hacerla irreconocible. De nuevo, las pruebas aportadas, rescatan los verdaderos perfiles de Zumalacárregui que, de este modo, y según la moderna terminología nacionalista, podría hoy ser acusado de españolista. La aportación catalana no es menor, como muestra podemos presentar al famoso Tigre del Maestrazgo, Ramón Cabrera, natural de Tortosa que tanto presumió de su españolidad. ¿Estaremos ante otro traidor a los Países Catalanes?

 

Parlamentarios, músicos, exploradores y poetas se suceden hasta el final de este repaso histórico. Por último, las casi cien páginas que, en forma de epílogo, cierran este volumen, se adentran en el nacimiento y el posterior desarrollo, a menudo en paralelo, de los nacionalismos vasco y catalán.

 

Comienza este epílogo con la exposición de las brumosas leyendas y manipulaciones históricas que constituyen el arranque de ambos nacionalismos. En este inicio, serán Prat de la Riba y Cambó por parte de Cataluña y Sabino Arana en el caso vascongado, quienes den el primer impulso a dichos movimientos, que dejan atrás el regionalismos, para adquirir perfiles secesionistas. Laínz no ahorra pruebas de lo ridículo que a ojos de sus coetáneos, resultaron tales propósitos. Unamuno y Baroja destacaron en dichas críticas, siendo don Pío quien ve en el Desastre del 98 la fuerza impulsora de tales movimientos políticos. La metáfora que utiliza el ahora ninguneado escritor vasco, es elocuente, se trataría simplemente de un “sálvese quien pueda” ante la pérdida de las colonias de ultramar que tan pingües beneficios otorgaba a sus paisanos.

 

El epílogo sigue progresando en el tiempo, y así, Laínz dedica algunas páginas a exponer con claridad la utilización de un concepto actualmente ocultado, la supuesta diferencia racial entre los vascos y el resto de españoles, tan caro al sastre de la ikurriña, Sabino Arana. Este asunto, el de la raza eusquérica, no fue exclusivo del fundador del PNV. Dicho argumento ha sido esgrimido hasta hace poco más de un lustro por uno de sus más conspicuos herederos, Javier Arzallus, si bien el ex jesuita se adorna con categorías que, dejando de lado la medición de cráneos y esquivando el debate sobre la elegante posición que sobre ellos adopta la boina, proceden de la hematología.

 

El libro concluye con un tono de denuncia que muestra la cuidadosa planificación de falsificación histórica y adoctrinamiento que los nacionalistas, ya asentados en el poder, Constitución del 78 mediante, llevan a cabo desde la escuela y los medios de comunicación por ellos gestionados. El autor indica, de modo certero, cómo la partitocracia que gobierna España, no ha sabido, o querido, limitar estos movimientos, antes al contrario, se ha apoyado en ellos y les ha cedido parcelas de poder por cuestiones puramente estratégicas. De estas decisiones y sus consecuencias, tendrán que rendir cuentas en el futuro, tanto esas organizaciones, como todos aquellos españoles que les han prestado su apoyo, convirtiéndose así, de manera objetiva, en cómplices, no ya de la falsificación, sino incluso del asalto y saqueo de la Nación.

 

Iván Vélez

El Catoblepas, nº 62, abril de 2007