Navascués: La democracia de la Constitución de 1978 ¿no está mutando en un régimen fundamentado en la venganza?
Laínz: Uno de los grandes espejismos de 1978 fue la reconciliación. Si bien la derecha, proveniente en su gran mayoría del aparato franquista, se la creyó de buena fe, la izquierda no, aunque lo supo disimular muy bien. Pero nada más llegar al poder dejó clara su visión de la Guerra Civil. Si el golpe de Estado lo da Franco y los suyos, es malo y debe ser condenado por toda la eternidad. Pero si lo dan los socialistas, es bueno y debe ser recordado. Por eso en 1984, recién llegado Felipe González a la Moncloa, conmemoraron el quincuagésimo aniversario de la revolución de 1934 y erigieron las estatuas de Prieto y Largo Caballero en los Nuevos Ministerios. Hoy, cuarenta años después, estamos en una fase muy avanzada de un proceso de siembra de odio comenzado entonces. Bien claro lo declaró la Pasionaria en 1974, en frase que encabeza mi libro: “Cuando muera Franco, nuestra venganza durará cuarenta veces cuarenta años”. Lo están cumpliendo.
¿Cuál es su opinión acerca de la Constitución de 1978? Nos dijeron que establecía la concordia entre las dos Españas, pero también contenía numerosos mecanismos autodestructivos.
Hoy ya sólo un ciego voluntario puede negar que el artículo 2º y el Título VIII de la Constitución regulan el suicidio de España. Cuando unos pocos denunciaron el concepto “nacionalidades” y el Estado de las Autonomías –inspirado en el antecedente de los estatutos autonómicos de la Segunda República, no se olvide– como bombas de relojería que acabarían provocando la destrucción de España, todo el mundo se rió de ellos, sobre todo de Blas Piñar. Pero no fue el único, pues también se opusieron o al menos plantearon serias objeciones el veterano monárquico José María Gil Robles y los veteranos republicanos Julián Marías, Salvador de Madariaga y Claudio Sánchez-Albornoz.
¿Hay diferencia entre los gobiernos socialistas de Felipe González y los de Zapatero y Pedro Sánchez, o siempre fue el mismo PSOE?
El PSOE es un partido muy fiel a sí mismo. Nunca ha renegado de sus autoridades históricas. No hay más que ver los homenajes que le siguen haciendo a Largo Caballero, el golpista bolchevique al que muchos de sus compañeros republicanos acusaron amargamente, cuando perdieron la guerra, de ser el principal culpable de su estallido. A pesar de su responsabilidad en la revolución de 1934, a pesar de su responsabilidad como gobernante durante el sangriento caos frentepopulista, a pesar de haber declarado que el socialismo es incompatible con la democracia y a pesar de sus continuas llamadas a la violencia y la guerra civil, sigue siendo una referencia para los socialistas de hoy, lo que explica mucho sobre la verdadera naturaleza del PSOE.
Pero, viniendo a nuestros días, el PSOE de hoy, al igual que la sociedad española en su conjunto, no se comprende sin la cadena ideológica que une a Felipe González con Pedro Sánchez. No olvidemos, por ejemplo, que la LOGSE, con su devastadora licuefacción cerebral de un par de generaciones de españoles, fue obra del PSOE de González. Su continuación lógica fue el PSOE de Zapatero del mismo modo que la continuación de éste es el actual de Pedro Sánchez. Cada gobierno socialista no es más que un nuevo paso adelante en la implantación de la ideología socialista. Centrémonos, por ejemplo, en la nueva ley de memoria democrática que pretende implantar Sánchez: no es más que la continuación de la de Zapatero.
¿Por qué es tan grave la nueva ley de memoria democrática?
Porque es un gravísimo ataque a la libertad. Si Orwell viviera podría contemplar la plasmación real de su imaginado Ministerio de la Verdad: el Estado fijando la verdad oficial sobre la historia, obligando a los profesores a divulgar dicha verdad oficial, encarcelando a los disidentes, destruyendo sus libros y cerrando los medios de comunicación que no obedezcan sus directrices. Stalin estaría encantado.
Hace tres años, recién llegado Pedro Sánchez a la Moncloa, explicó su voluntad de impedir la publicación de libros que se salieran de la verdad oficial que pretendía proclamar sobre la República, la guerra y el régimen de Franco y que incurrieran en el pecado supremo de ensalzar de cualquier modo el 18 de julio y sus consecuencias. Así que se me ocurrió comenzar a escribir una serie de artículos sobre egregios intelectuales y políticos republicanos que acabaron maldiciendo la República y apoyando la mayoría de ellos a Franco por considerarle el salvador de la civilización occidental frente a la barbarie marxista. Entre ellos estuvieron, por ejemplo, nada más y nada menos que los llamados “padres de la República” Marañón, Ortega y Pérez de Ayala, así como Menéndez Pidal, Azorín, Baroja, Falla, Jardiel Poncela o Julio Camba. Y respecto a los políticos, entre otros muchos, Clara Campoamor, Alejandro Lerroux, Claudio Sánchez-Albornoz, Salvador de Madariaga y el propio presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora. El Gobierno de Sánchez tendrá que empezar su labor pirómana con los textos escritos por todos ellos. Y ésta fue la chispa que originó la escritura de LA GRAN VENGANZA.
La derecha no ha dado la batalla cultural y ha ido asumiendo acomplejadamente todos los dogmas de la izquierda...
El analfabetismo del PP sólo se ve superado por su cobardía. Aznar con sus elogios a Azaña, Rajoy con su “lo importante es la economía” y Casado con su “la batalla cultural no me interesa” representan la misma inutilidad encarnada en tres personas distintas. Nunca aprenderán. El partido de la supuesta derecha es tan responsable de la actual situación de España como el PSOE. ¿No es evidente con la cesión perpetua a los separatistas, sin distinción entre PP y PSOE?
Por lo que se refiere a la memoria histórica y su enorme potencia envenenadora, no sería justo echar toda la culpa a Zapatero, puesto que Aznar puso la primera piedra con la condena del alzamiento del 18 de julio efectuada en el Congreso el 20 de noviembre de 2002, gobernando el PP con mayoría absoluta. Del golpe fallido de octubre de 1934 no se dijo nada, con lo que se confirmó la versión izquierdista de que Franco fue un golpista malvado, condenable por dar un golpe para instaurar una dictadura fascista, mientras que los socialistas intentaron la revolución de 1934 con buenas intenciones democráticas.
En Europa no se entiende la obsesión del PSOE por aliarse permanentemente con los partidos separatistas catalanes y vascos.
La izquierda española es una excepción en las izquierdas europeas por su carácter de enemiga de la nación que pretende gobernar. Si la hispanofobia izquierdista podría rastrearse en torno al Desastre del 98 y en el primer tercio del siglo XX –por ejemplo, el asco que sentía Azaña por toda la historia de España–, la alianza con los separatistas durante la Guerra Civil y el exilio la consagró para siempre, para sorpresa y rechazo, por cierto, de los pocos izquierdistas sinceramente patriotas como Julián Zugazagoitia, al que los vencedores cometieron el error de fusilar.
Los dirigentes izquierdistas que se salen de esta norma son muy escasos y de nula influencia en el partido, cuando no están directamente fuera de él: Rosa Díez, Francisco Vázquez, Nicolás Redondo, Joaquín Leguina… Esta enfermedad izquierdista no tendrá cura mientras no pase alguna que otra generación y el recuerdo de la Guerra Civil quede sepultado en las profundidades de la historia. El problema es que no está claro que cuando ese momento llegue siga existiendo España. Basta echar un vistazo al otro lado del Estrecho y a los índices de natalidad para asustarse.
¿Deberían PP y VOX asumir sin complejos toda la parte positiva, que es muy abundante, del régimen del general Franco, en lugar de refugiarse acomplejadamente en la Constitución, la reconciliación, etc.?
Del PP hay que olvidarse: es tan antifranquista como el PSOE. Y no nos engañemos, siempre lo fue aunque durante algunos años intentase disimularlo para engañar y secuestrar el voto de millones de personas de eso que se llama derecha. Además, su función durante cuatro décadas ha sido conservar y afianzar todas las medidas tomadas por los gobiernos socialistas. Respecto a Vox, aunque parece mucho menos acomplejado que el PP, y no sólo en asuntos de memoria histórica sino en otros igualmente importantes como la familia, el mundialismo o la inmigración, habrá que ver su desarrollo en el próximo futuro.
Es curioso que el rey Juan Carlos parece haberse convertido en el último objetivo de la mal llamada memoria histórica, aunque lo cierto es que ha provocado más de un motivo. La izquierda, que durante muchos años le rió las gracias, ya plantea abiertamente la República.
Es lógico: tras la demonización de Franco y su régimen, le toca el turno a sus últimas consecuencias jurídico-políticas, que son nada más y nada menos que el régimen del 78 y la Monarquía, que no existirían si los republicanos hubieran ganado la Guerra Civil. Porque cambiar el callejero, derribar las estatuas de Franco o sacarle del Valle de los Caídos son solamente anécdotas, pasos intermedios hacia el objetivo final, que es la Tercera República con los restos de España que queden tras la secesión de varias regiones. Con sus corruptelas y su mirar a otro lado –en buena parte por no poder hacer otra cosa– Juan Carlos I ha cavado la fosa de su propia Corona. Habrá que ver si su hijo Felipe VI consigue no caer en ella.
¿Cree que el PSOE se conformará con todas las medidas de "memoria histórica" y aceptará la Monarquía de Felipe VI definitivamente? Lo lógico es que si tanto admiran la Segunda República vayan a por la tercera.
El tiempo lo dirá. Lo cierto es que el ascenso de Podemos y otros partidos de extrema izquierda evidencian que la izquierda española en su conjunto se está radicalizando y batasunizando paulatinamente. En las últimas elecciones regionales madrileñas, por ejemplo, la nueva variante podemita, la de Errejón, ha superado al PSOE. Y la alianza con los separatistas es también cada día más férrea. Si el proceso continúa, la Monarquía, y con ella toda España, pasará momentos muy difíciles.
Javier Navascués
El Correo de España, 7 de junio de 2021