Son varios años y numerosos trabajos los que lleva Jesús Laínz explicando en qué consiste y cuáles son las incoherencias principales que caracterizan a los nacionalismos vasco y catalán.
En este sentido, ante la actual dinámica soberanista promovida por el gobierno de Cataluña, se hace necesaria una obra como la que tenemos entre manos, capaz de poner en contexto real los orígenes de aquélla, sus intenciones y argumentos barajados. El resultado es un libro tan sobresaliente (por fuentes manejadas, dinamismo en el lenguaje, pulcritud metodológica, veracidad de las afirmaciones proferidas…) como políticamente incorrecto. En efecto, España contra Cataluña. Historia de un fraude no sólo no agradará a los guardianes del separatismo catalán sino que, probablemente, tampoco satisfaga a quienes con más buenismo que realismo, defienden vías intermedias (el federalismo) como herramienta para integrar a ese nacionalismo catalán en un proyecto común.
Como el propio Laínz apunta, la Declaración de Granada efectuada por el PSOE en julio de 2013, recibió la respuesta en contra (por insuficiente) no sólo de CIU y ERC, sino de ciertos sectores, cada más amplios en cuanto a número, del PSC. Previamente, durante los años de gobierno de Rodríguez Zapatero, expresiones patrocinadas por éste como “España, nación de naciones” o “España plural” lejos de hacer desistir a los nacionalistas en sus reivindicaciones, quejas y reproches permanentes, los incentivó, al mismo tiempo que marginó a aquellas fracciones de la izquierda que sí tenían una idea nacional y estigmatizó a la derecha. Al respecto, como bien refleja el autor, la izquierda (en Cataluña particularmente) ha realizado el trabajo sucio al nacionalismo, asumiendo el credo de éste. En este sentido, producto del complejo, participa de una concepción errónea de la nación española a la que identifica con el Franquismo.
Virtud especial de la obra es la capacidad que muestra el autor para hilvanar pasado con presente. En efecto, una de las empresas en que más tiempo y dinero ha invertido el nacionalismo catalán es la que persigue mostrar que España y Cataluña constituyen entidades antagónicas. Para ello, se desfigura de manera grotesca a la primera (con adjetivos como atrasada, opresora…) y se busca borrar toda huella de su presencia en la citada comunidad autónoma. Sin embargo, la historia, o la hemeroteca por mejor decir, se convierte en un rival infranqueable para ese nacionalismo rupturista. Laínz lo sabe y nos muestra gran cantidad de documentos del siglo XIX en los cuales se aprecia el fervor patriótico del pueblo y de la prensa de Cataluña, frente a la marginalidad del catalanismo, cuyos primeros y tímidos orígenes se remontan a 1892 con la promulgación de las Bases de Manresa. Siguiendo un relato cronológico, a partir de 1898 el nacionalismo catalán comienza a copar cada vez más ámbitos y tribunas públicas, sin despreciar espacios en el exterior (París) que emplea como plataformas mediáticas para desprestigiar a España.
En la actualidad, Artur Mas ha seguido idéntico modus operandi a través de sus diversas giras por capitales europeas y norteamericanas, aunque en lo que a resultados se refiere, éstos no han sido halagüeños. Dicho con otras palabras: esa Cataluña idílica en cuanto que independiente, no goza de excesivos adeptos en el panorama internacional.
Aún con ello, las coincidencias sobresalen ya que los Prat de la Riba, Cambó, Mas, Junqueras u Homs, ante la vulnerabilidad de la Nación, propugnan la separación de Cataluña como única respuesta. Sin duda una actitud cortoplacista que combina altas dosis de oportunismo con otras nada desdeñables de mesianismo, siempre con el nexo de otorgar a España el rol de enemigo oficial. Así, como indica el autor “para poder construir cualquier ideario nacionalista es necesario señalar un enemigo culpable de todos los males. Sin ello no sería posible aglutinar tantas voluntades y hacer partícipes a todos de un sentimiento de superioridad moral” (pág. 233)
No obstante, el actual nacionalismo catalán disfruta de mayores instrumentos para hacer llegar su mensaje. En efecto, a lo largo de más de treinta años de democracia ha empleado la educación y la lengua (Pascual Maragall decía que el catalán tenía que ser el ADN de Cataluña, puntualiza Laínz) para adoctrinar a la sociedad, en especial a los jóvenes a los cuales se ha contado, por ejemplo, que la Guerra Civil fue una dirigida contra Cataluña.
De nuevo la hemeroteca irrumpe para remediar este “dato incorrecto” y Laínz trae oportunamente a colación unas palabras de Francesc Cambó, probablemente no enseñadas en los institutos catalanes, a saber:
“Como catalanes, afirmamos que nuestra tierra quiere seguir unida a los otros pueblos de España por el amor fraternal y por el sentimiento de la comunidad de destino, que nos obliga a todos a contribuir con el máximo sacrificio a la obra común de liberación de la tiranía roja y de reparación de la grandeza futura de España. Como catalanes, saludamos a nuestros hermanos que, a millares, venciendo los obstáculos que opone la situación de Cataluña, luchan en las filas del ejército libertador y exhortando a todos los catalanes a que, tan pronto como les sea posible, se unan a ellos (…) Son en gran mayoría los catalanes que por estar sometidos a una opresión que no tienen hoy medio de sacudir, no pueden expresar su indignada protesta. Nosotros que podemos hacerlo, seguros de expresar sus sentimientos, queremos hacerla llegar a todos nuestros hermanos de España” (pág. 218).
En definitiva, una obra fundamental para entender que la reiteración de soflamas como “España nos roba” y expresiones como “derecho a decidir” que copan las portadas de los diarios y las intervenciones del establishment político catalán, no constituyen un hecho puntual y sí un capítulo más del desafío con que el nacionalismo catalán viene retando a España desde hace más de un siglo.
Alfredo Crespo Alcázar
Todo literatura, 7 de abril de 2015