«Privar a un pueblo del hombre que celebra como el más grande de sus hijos no es empresa que se acometerá de buen grado o con ligereza, tanto más cuando uno mismo forma parte de ese pueblo. Ningún escrúpulo, sin embargo, podrá inducirnos a eludir la verdad en favor de pretendidos intereses nacionales, y, por otra parte, cabe esperar que el examen de los hechos desnudos de un problema redundará en beneficio de su comprensión»
-Sigmund Freud: Moisés y la religión monoteísta
El pasado miércoles 11 de junio tuvo lugar en la Casa de Madrid en Barcelona, la presentación del nuevo libro de Jesús Laínz España contra Cataluña. Historia de un fraude, editado por Ediciones Encuentro. El acto congregó a cerca de 200 personas y en la mesa estaban, además del autor del libro, el profesor Francisco Caja (Presidente de Convivencia Cívica Catalana), Juan Carlos Girauta y Javier Nart (ambos recién elegidos eurodiputados por Ciutadans) y Florencio García Cuenca (Presidente de la Casa de Madrid en Barcelona). Fue precisamente éste último quien, en calidad de anfitrión, dio la bienvenida a los presentes y elogió la ciudad de Madrid como espacio de libertad, como ciudad no excluyente, como ciudad donde se convive (algo que cualquier persona que haya estado en la capital de España habrá podido comprobar en claro contraste con la uniforme y asfixiante Cataluña).
Tras las palabras de Florencio García, Francisco Caja, quien ha dedicado dos volúmenes a analizar los fundamentos racistas del nacionalismo catalán, hizo hincapié en que el libro de Laínz se podía calificar de necesario, en tanto que representa una muy acertada aproximación global al fenómeno nacionalista catalán. El profesor Caja basó su intervención en lo que denominó la “farsa de la Diada”, es decir, en el hecho de convertir en fecha sagrada para los nacionalistas una guerra de sucesión, que no de secesión, en la que se luchaba por el rey de España. Es más, como señaló Caja, autores tan importantes como Josep Mª de Sagarra o Prat de la Riba no le dieron ninguna importancia a esta fecha. ¿Entonces? ¿A qué estamos asistiendo en la actualidad? Pues simple y llanamente a la invención de un mito en el que se mezclan por igual ignorancia y odio. Es decir, nos encontramos ante uno de los más esperpénticos resultados de la función de la fantasía en la política. Y añadimos nosotros: mal, muy mal tiene que estar la educación cuando Esquerra Republicana de Cataluña puede apropiarse de una fecha que conmemora la derrota de unos aristócratas que luchaban por el rey de España.
También Juan Carlos Girauta calificó el libro de Laínz de necesario, pero además elogió su magnífica prosa, un hecho que cualquier lector podrá comprobar con sumo deleite. Girauta, siguiendo la tónica de las palabras de Caja, es decir, denunciar las imposturas y los fraudes del discurso nacionalista (el tema del libro de Laínz, no lo olvidemos), habló del nacionalismo como una actitud de abandono intelectual, de renuncia al pensamiento crítico y complejo en el que están ausentes tanto el rigor como la honestidad intelectual. El problema está precisamente en que esta carencia afecta a aquellos con formación elevada y que deberían estar al servicio de la ciencia en lugar de prostituirla, por lo que son muy conscientes del engaño, de la tergiversación interesada que de los hechos están realizando al servicio de cualquier causa. Girauta puso dos ejemplos significativos de esta actitud consciente de fraude intelectual: La del filósofo marxista Althusser, quien escribió una guía de lectura de El capital y posteriormente confesó que sólo lo había ojeado de cara al seminario que sería la base del libro y la del historiador Jaume Sobrequés, el director del infame simposio “España contra Cataluña” que se celebró en diciembre pasado y que más que un encuentro de historiadores fue más bien un aquelarre del nacionalismo más paleto en el que la historia se sometía y se tergiversaba a los dictados del régimen al más puro estilo del Tercer Reich o de la URSS de Stalin (por si algún talibán del independentismo se ofende y quiere denunciar, esto último es de quien escribe, no de Juan Carlos Girauta).
Ante esta situación de auténtica prostitución intelectual donde las premisas que se asientan contaminan intelectualmente, Girauta reclamó radicalidad en el discurso. Y radicalidad significa no comulgar con esas premisas, atacarlas y denunciar públicamente su falsedad. A efectos prácticos: nada más absurdo que intentar razonar con un independentista que establece la dicotomía de España y Cataluña como si fuesen dos entidades distintas, separadas, independientes y antagónicas. Cataluña forma parte de España y España no se entendería sin esa parte de su territorio que constituye Cataluña. Y más cuando, sentenció Girauta, fue el historiador catalán Jaume Vicens i Vives uno de los máximos defensores de que cuando se habla de España ni de lejos se habla únicamente de Castilla. Por último, con su habitual ironía, Girauta se sorprendió de que en Cataluña todo el mundo se haya convertido de repente en contable y entienda de balanzas fiscales y de sesudos asuntos propios de economistas e inspectores de hacienda. Una actitud dogmática y arrogante que sólo puede ser posible gracias a toda esa pseudociencia financiada con dinero público y con la que se manipula de forma sistemática a los adolescentes en las escuelas y a la población en general a través de los también financiados medios de comunicación. Por tanto, todo un conjunto de fraudes, de mentiras y de falsificaciones al servicio del nacionalismo a fin de que la historia, cual lecho de Procusto, coincida con la historieta que resulte más rentable para los intereses nacionalistas.
Javier Nart, habida cuenta de lo dicho hasta el momento, no podía sino empezar de forma clara y contundente y habló del fracaso del pensamiento y de la racionalidad que supone una historia convertida en histeria, en ariete, en historia estalinista al servicio del poder. Mal, muy mal tiene que estar una sociedad cuando los historiadores crean y la ciudadanía comulga con una historia corrompida, prostituida y que sirve de mero instrumento de los intereses políticos. Algo huele a podrido en la sociedad catalana cuando la historia sistemáticamente se falsea, cuando se crean mitos, cuando se difunden relatos ficticios tergiversando los hechos y se inculcan en las mentes de los escolares como si fueses verdades, auténticos dogmas indiscutibles sobre los se pretende sustentar tanto la identidad colectiva como incluso la personal.
Se trata, por tanto, de hacer una labor de denuncia, de apelar a los hechos, a los documentos e incluso a la memoria más reciente para desenmascarar toda esta farsa, toda esta estafa intelectual con la que algunos pretenden camuflar los intereses más mezquinos. En este sentido, Nart apeló a su propia experiencia, algo que nadie le puede quitar ni discutir, para desmentir algunos de los mantras que profesa la religión nacionalista. Por ejemplo, el eurodiputado comentó que cuando llegó a Barcelona a mediados de los años 60 del siglo pasado, la única clase social que estaba reprimida era la clase obrera. Sin embargo, la burguesía catalana, la misma que hoy habla de expolio y represión, se enriquecía bajo el manto protector del régimen franquista. ¿Y qué decir del Barça, auténtica vaca sagrada del independentismo? ¿Qué equipo ganó más ligas en los años 40 y 50? ¿Qué equipo concedió dos medallas de oro y brillantes al Generalísimo? He aquí ciertas verdades incómodas y que atentan contra la mitomanía del catalanismo. Hechos que el independentista intenta negar, obviar o en todo caso justificar de la forma más patética.
Pero Nart no se limitó únicamente a referirse a su experiencia personal o a lo que sucedía realmente en Cataluña durante el franquismo, sino que fue un poco más atrás y realizó de forma retórica una pregunta nada agradable para un independentista. ¿Cuáles fueron las libertades que se perdieron en Cataluña en 1714? ¿A qué clase social pertenecían los “derrotados”? Y aquí añadimos: ¿ERC y la CUP defendiendo los intereses de la aristocracia austracista? Es este predominio de la ignorancia, este sacrificio del intelecto propio del nacionalista el que opera aquí, transformando la historia en sentimiento y silenciando a historiadores contemporáneos de aquellos sucesos como Francesc de Castellví, quien resulta molesto ya que habla de guerra entre españoles, algo que en aquella época nadie ponía en tela de juicio, pero que hoy es motivo de excomunión por parte de la secta nacionalista. Y ya no hablemos a un independentista de lo mucho que se enriquecieron los burgueses catalanes gracias a la política proteccionista de España durante el S. XIX en lo referente al sector textil.
Sin embargo, además de la tergiversación, prostitución y sodomización a la que los interesen nacionalistas someten a la historia, la invención de un relato nada acorde con los hechos reales y la apelación constante a la sentimentalidad crean también, para Nart, otros dramas más allá de la desaparición de la honestidad intelectual. Se trata de la introducción de la crispación y de la fractura social; de ese virus que infecta relaciones familiares y arruina amistades convirtiendo el tema catalán en un tabú si se pretende no acabar en agrias discusiones ante una postura irracional y proclive al dogmatismo más sectario. Estamos ante discursos sobre sentimientos y no sobre pensamientos razonados, argumentados y basados en hechos empíricos y, por tanto, aquí no caben ni reflexiones ni apelación a la experiencia, pues en la mente del que posee un prejuicio todo se acomoda a ese mito que conforma su universo mental.
La intervención de Nart finalizó con la mención de los claros culpables de esta situación que está padeciendo Cataluña. Si los nacionalistas hacen lo que tienen que hacer, lo que quieren hacer, es porque los gobiernos centrales, tanto del PSOE como del PP, han colaborado y colaboran activamente para que éstos consigan sus objetivos. Las infames pactos de Aznar con Pujol en el traspaso de competencias, los nefastos resultados de la política de Zapatero o la insultante inacción de Rajoy, siempre dispuesto a negociar y a financiar a los nacionalistas, son claras muestras de que la auténtica fuerza del nacionalismo catalán no está en Barcelona, sino en Madrid. Para más inri, y en el súmmum del cinismo y de la desvergüenza, tenemos que incluso los principales sindicatos se muestran partidarios del inexistente “derecho a decidir”, pasando por alto que una hipotética independencia de Cataluña significaría sin duda alguna el empobrecimiento de esa clase obrera que ellos dicen representar y proteger.
El último en tomar la palabra fue, como suele suceder en este tipo de actos, el protagonista. Jesús Laínz, además de buen escritor e investigador, es un hombre honesto y agradecido. De ahí que sus primeras frases fuesen de elogio y de gratitud hacia sus acompañantes de mesa y no sólo por lo que habían dicho durante la tarde, sino por su constante apoyo, consejo y amistad. Sí, entre gente honesta la virtud de la gratitud es algo normal. Y de igual modo, en una sociedad normal no sería necesario hablar de lo obvio, pero por desgracia la sociedad catalana es una sociedad profundamente enferma. Por eso puede sonar radical y hasta subversiva la reflexión de Laínz sobre cómo es que la Generalitat se ocupa de resolver los supuestos problemas de los catalanes de hace 300 años en lugar de ocuparse de los catalanes actuales, muchos de los cuales, gracias a los nacionalistas, están inmersos en un proceso, pero no hacia la independencia, sino hacia la indigencia.
El problema, a juicio de Laínz, radica en una falsa concepción de lo que es una nación, ya que para los nacionalistas catalanes la nación no es un producto de la historia, sino un espíritu encarnado en la lengua y en la raza. Por eso hay que pasar sobre los individuos particulares en nombre de la abstracción, por eso hay que cambiar la historia si no acaba de cuadrar con el relato fantasioso acorde a los intereses más espurios de la casta dirigente. Y hablando de intereses, nada resulta más iluminador que ciertos hechos ocurridos en el S. XIX: ¿Qué región de España fue la que más voluntarios aportó tanto a la guerra de Marruecos como a la guerra de Cuba? ¿En qué región de España fue la prensa (incluso la de extrema izquierda) más belicosa y más españolista? Respuesta evidente: Cataluña. Sin embargo, ante las primeras derrotas españolas la actitud cambia, comienzan las críticas a Castilla y se empieza a hablar de separación de España. En pocas palabras: vámonos de aquí, que España se hunde y es un mal negocio. Una historia que se repite en la actualidad en forma tanto de tragedia como de farsa.
Como no podía ser menos, Jesús Laínz finalizó la presentación de su crepúsculo de los ídolos nacionalistas haciendo un breve resumen de algunas de las falsificaciones que el lector puede encontrar en su obra. Quizás una de las más curiosas sea el hecho de que en 1971 se llegue a un consenso entre los historiadores catalanes para que, a partir de esa fecha, en lugar de Guerra de la Independencia se hable de la “Guerra del Francès”. Todo sea para que nadie caiga en la cuenta de que esos catalanes de 1808 y que aún tenían en la memoria los sucesos de 1714 lucharon y dieron su vida por la independencia y por la libertad de España.
En definitiva, una presentación muy digna de un libro necesario en estos tiempos de oscurantismo. Sin embargo, habría que plantearse hasta qué punto son eficaces iniciativas tan loables como la emprendida por Jesús Laínz si, como se comentó repetidamente en la presentación, nos encontramos en el ámbito del sentimiento y no de la racionalidad. Se trata en el fondo de un problema de base y por eso los nacionalistas siempre han querido controlar la enseñanza y los medios de comunicación, ya que para ellos son instrumentos irrenunciables para el adoctrinamiento en la mentira o la construcción nacional, como ellos lo llaman. Hasta que no se recuperen las competencias en educación y se enseñe una historia sin falsedades y sin maniqueísmos paletos poco o nada se podrá avanzar para acabar con el problema. Los nacionalistas saben que actualmente las escuelas catalanas son enormes criaderos de independentistas tan ignorantes como fanáticos. ¿Cómo si no iba a entenderse que una niña de trece años diga que le da asco la bandera española y que no la quiere ver ni aunque sea ardiendo? ¿Qué decirle a un padre cuyo hijo de once años llega a casa traumatizado porque en el colegio les han dicho que en 1714 “nos bombardearon los españoles”?
AGON, Grupo de estudios filosóficos, junio de 2014