Escritos “reaccionarios" frente a los mitos de nuestra época

Jesús Laínz se dio a conocer al gran público con la obra Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos (Encuentro, 2004), que se convirtió desde su aparición en una referencia imprescindible para el debate sobre los fundamentos históricos y culturales de nuestros nacionalismos disgregadores. Esta monumental refutación de doctrinas que se han transformado en las últimas décadas en verdad indiscutible para muchos españoles, a pesar de su patente endeblez, fue seguida poco después por La Nación falsificada (Encuentro, 2006), un ameno mosaico de retratos de grandes catalanes y vascos que dedicaron su vida a la grandeza de la Patria común, lo que les ha valido el oscurecimiento o, peor aún, la tergiversación de sus afanes por parte de la vulgata nacionalista imperante.

 

Pero quienes conocemos a Laínz sabemos que la profunda y más que justificada preocupación que le produce el avance de los nacionalismos disgregadores en España no constituye el único acicate de sus inquietudes intelectuales y ciudadanas. Para testimoniarlo, aún está reciente la aparición de un tercer libro, España desquiciada. Apuntes sobre el desasosiego nacional (Encuentro, 2007), una recopilación de artículos breves sobre distintos temas de la actualidad nacional publicados principalmente en estas mismas páginas de El Semanal Digital, en los que la pluma del autor diversifica sus puntos de interés.

 

Sin embargo, Laínz no se ha conformado con reunir en un volumen esos textos, condicionados por las exigencias de la actualidad y las limitaciones de extensión inevitables en los medios de comunicación escritos. Apenas un año después, y siempre en la editorial Encuentro, nos propone lo que ha querido titular como Escritos reaccionarios (para separatistas y progresistas), otro conjunto de reflexiones en las que esta vez se explaya sin las cortapisas de la columna periodística.

 

Un conjunto de reflexiones variadas que no dejarán indiferente a nadie

 

Estos Escritos podrían calificarse como ensayos breves o como artículos alargados, pues su extensión está a medio camino entre unos y otros y comparten elementos de ambos géneros literarios: del ensayo, por supuesto, el desarrollo con cierta profundidad de un tema desde el personal punto de vista del autor; del artículo, la agilidad del estilo, que nunca cae en la pesadez que suele lastrar los textos con pretensiones intelectuales (y no digamos ya si las tienen académicas).

 

En estas páginas, Laínz regresa a sus meditaciones en defensa de la Nación española, teñidas de melancolía por la consolidación aparentemente irremediable de las amplias cuotas de poder político, social y cultural de que hoy disfrutan los nacionalismos disgregadores, pero aportando también nuevas perspectivas y ahondando en el conocimiento de las auténticas raíces históricas, para nada lejanas en el tiempo, de esos movimientos.

 

Además, se interna en la crítica, en su estilo antes irónico que atrabiliario, de las interpretaciones de la historia impuestas por ley, del mito del progreso indefinido, de la ilusión de universalizar el estilo de vida occidental y su modelo político, o del laicismo entendido no como separación entre Iglesia y Estado, sino como destrucción de la tradición cristiana occidental y sus valores para sustituirla por un nihilismo decadente. Y como colofón, una dolorida queja por la falta de respeto de nuestra sociedad hacia la naturaleza, muy alejada de las politizadas proclamas de los ecologistas al uso.

 

Así, el título de la obra es, más que una provocación, una declaración de intenciones del autor. Autocalificar las propias ideas como reaccionarias, cuando lo políticamente correcto es ser avanzado, progresista, revolucionario, implica dejar sentado desde la portada que lo que se va a encontrar dentro del libro está llamado a provocar rechazo en los espíritus imbuidos de los lugares comunes de nuestra época.

 

Por ello debo protestar contra la matización que en el título se hace al carácter reaccionario de estos escritos, al añadirse "para separatistas y progresistas". No, son reaccionarios tout court y escandalizarán no sólo a separatistas y progresistas, sino a los "filisteos de todas las lenguas y todas las observancias", como decía José Ortega y Gasset en el contundente proemio que le hizo a la traducción española de La decadencia de Occidente de Oswald Spengler.

 

De la historia controlada penalmente a los "neocons"

 

Tan sólo dos ejemplos, uno de cada lado. Uno de los ensayos recogidos en el libro se atreve con la espinosa cuestión de la tipificación penal de determinadas interpretaciones históricas, algo que empezó a aplicarse en los países de nuestro entorno para consagrar la versión establecida de la persecución de los judíos por el régimen nacionalsocialista alemán y que acabó llegando a nuestro país, a pesar de no haber participado en forma alguna en tal persecución y no tener culpas que purgar en este terreno.

 

Pues bien, lo que dice el autor debería leerse con mucha atención en estos momentos de fiebre de la "memoria histórica" tuerta y revanchista, sobre todo después de que ya se haya propuesto públicamente la quema de los libros de los autores que han tratado el tema de forma contraria a la que se pretende imponer por ley. El fantasma de los bomberos pirómanos del Fahrenheit 451 de Ray Bradbury empieza a sobrevolarnos; teniendo televisión, ¿por qué tolerar los libros, que incitan a la funesta manía de pensar?

 

Otro de los ensayos aborda la política exterior desarrollada por los Estados Unidos bajo la égida de los famosos "neoconservadores", poniendo en claro quiénes son éstos y de dónde proceden ideológicamente, lo que molestará por igual a la derecha entregada a una determinada interpretación de liberalismo y a los progresistas para los que con Obama como presidente pasará a ser bueno todo lo que con Bush era malo.

 

Frente a la majadería de los ignorantes que confunden neoconservadores con derechistas sin más, Laínz nos recuerda lo que el relevo presidencial va a dejar bien claro: que en los Estados Unidos los republicanos siempre fueron aislacionistas y los demócratas intervencionistas, y que el cambio en la orientación de los primeros se ha debido a la influencia de intelectuales provenientes, no por casualidad, de la extrema izquierda, con todos sus tics mundialistas y antinacionales, revolucionarios, en suma, por negar el valor de la tradición, propia y ajena.

 

Tampoco es casualidad la portada de este libro. Henri du Vergier, Conde de La Rochejacquelein, el joven y desgraciado noble que fue uno de los líderes militares de la insurrección de los campesinos de La Vendée contra los revolucionarios franceses, aun pintado de una manera fría e impostada por Pierre Narcisse Guérin, representa la suprema dignidad de la "reacción" frente a novedades que tanta sangre han costado a la humanidad.

 

Luis Míguez

El Semanal Digital, 23 de noviembre de 2008