Silencio, se juzga el franquismo

La Cataluña nacionalista no ha tenido jamás su propia leyenda negra por dos razones, y ninguna de ellas es la falta de material con que alimentarla. La primera es que Cataluña jamás ha sido un imperio, ni un reino, ni una nación, ni nada que se le parezca. La segunda es que jamás ha tenido enemigos de relevancia. La Cataluña nacionalista no se ha visto jamás en el espejo.

 

El Tribunal Supremo anda enmendando estos días tan lamentable carencia. Pero la imagen reflejada por el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos o el exsecretario de Estado de Seguridad José Antonio Nieto no ha complacido a la Cataluña nacionalista. Y de ahí que los diarios de la región, con el perteneciente al conde de Godó al frente, hayan puesto a sus mejores atletas a mofarse del recorrido que hizo la secretaria judicial Montserrat del Toro por el tejado de la Consejería de Economía para escapar de la turba concentrada en la puerta del edificio.

 

En ese espejo facilitado por policías nacionales, guardias civiles, fiscales, jueces y abogados del Estado, la Cataluña nacionalista esperaba ver la imagen de un David del siglo XXI luchando contra el Goliat del franquismo estatal. Pero se ha topado con la de un puñado de carlistas xenófobos diseñando y ejecutando un golpe de Estado churrigueresco contra su propio servicio doméstico. Es decir, con la imagen exacta de aquello contra lo que la Cataluña nacionalista dice luchar.

 

Dejen que les recomiende un libro. El privilegio catalán. 300 años de negocio de la burguesía catalana, de Jesús Laínz. En sus páginas encontrarán una de las mejores descripciones posibles del franquismo, obra de Salvador de Madariaga: “Este régimen [el franquismo] vino con la ayuda fervorosa y aun heroica de los navarros; lo manda un gallego; lo apoyan los banqueros vascos y catalanes; y en su alto personal político y diplomático predominan vascos y catalanes”.

 

También encontrarán en ese libro las pruebas, no ya de la complicidad de las elites burguesas catalanas con el franquismo, sino de la imposibilidad de desgajar el franquismo de su núcleo catalán.

 

Los catalanes formaron parte del núcleo de la Junta Técnica de Estado, el primer Gobierno formado en la zona franquista en 1936. Fueron embajadores, ministros, presidentes de las mayores empresas del régimen, comisarios generales del Plan de Desarrollo, máximos responsables de los sindicatos franquistas, secretarios de Fomento del Trabajo Nacional, presidentes del Consejo de Economía Nacional, alcaldes, presidentes de La Caixa y consejeros nacionales de Falange.

 

Ciento ochenta y siete catalanes fueron procuradores en Cortes. Veintitrés fueron consejeros nacionales del Movimiento. Miles de ellos fueron alcaldes. Los apellidos de esos cientos de miles de catalanes franquistas no eran Pérez, García o Fernández, sino Bau i Nolla, Serrat i Bonastre, Planell i Riera, Sardà, Ferrer Salat, Gual Villalbí. Muchos de ellos pasaron de la Lliga Regionalista, de ERC y la Unió Socialista de Catalunya a Falange de las JONS. Cuando llegó la democracia, en 1978, la inmensa mayoría de ellos cambiaron de camisa sin ducharse y pasaron de Falange de las JONS a Convergència i Unió. Ahí siguen, a día de hoy. Sus hijos andan en la CUP.

 

Fue la burguesía catalana la que construyó una ciudad, la Barcelona modernista de Gaudí, Domènech i Muntaner, Puig i Cadafalch, con el dinero procedente del esclavismo. Catalán fue el único partido negrero y antiabolicionista que ha existido en España, la Liga Nacional de Barcelona. Fueron las familias de la alta burguesía catalana las que expatriaron durante el siglo XIX a sus mejores esclavos desde Cuba a Barcelona como servicio doméstico. Luego, prohibido el esclavismo, hicieron lo mismo con los emigrantes andaluces, murcianos y extremeños. El franquismo no dijo media palabra más alta que la otra. Porque el franquismo eran ellos.

 

Si alguien ganó la Guerra Civil fue Cataluña, no Madrid. La renta per cápita de los catalanes durante el franquismo fue el doble que la de andaluces, castellanos o extremeños. Al final del franquismo, Cataluña contaba con el 45,5% de los kilómetros de autopista a pesar de representar sólo el 6,3% del territorio nacional. El franquismo invirtió 268.500 millones de pesetas en la red ferroviaria catalana por los 172.100 invertidos en Madrid. Hoy, el nacionalismo catalán estalla en cólera cuando un tren se retrasa cinco minutos en una aldea de Lérida. Mientras tanto, los extremeños siguen viajando desde Badajoz a Madrid en trenes borregueros.

 

A la izquierda y al nacionalismo les gusta decir que el franquismo jamás ha pasado por los tribunales. Es mentira, por supuesto, y sólo un quinceañero literalista defendería hoy ese absurdo. Porque el tribunal del franquismo fueron la Transición y la Constitución de 1978, que demolieron los principios políticos y morales en los que se basaba el régimen.

 

Pero he aquí la buena noticia para los literalistas. Porque los doce acusados que se sientan hoy en el banquillo del Tribunal Supremo, junto con el resto de procesados y fugados del procés, son los herederos sociológicos de ese franquismo que sacrificó a Castilla, Extremadura, Murcia, Andalucía y Aragón en el altar de las burguesías extractivas periféricas. Sepan esos literalistas que en el Tribunal Supremo no se está juzgando el procés: se están juzgando los últimos restos de franquismo que quedan en España.

 

Cristian Campos

El Español, 8 de marzo de 2019