El privilegio de la burguesía catalana

Jesús Laínz es un cántabro que estudia en profundidad, con rigor, aspectos importantes de la historia de España. Precisamente su capacidad para desmontar, documentos en mano, las fábulas elaboradas por los independentistas y quienes quieren realizar una falsa lectura de la historia de nuestro país le genera la animadversión de los que, con una visión maniquea de la historia, tratan de reescribir los hechos. Laínz acaba de publicar un ensayo interesante y muy oportuno: El privilegio catalán, en el cual analiza con precisión y detalle la relación de Cataluña con el resto de España durante los siglos XVIII, XIX y XX.

 

El libro, que exhibe el subtítulo 300 años de negocio de la burguesía catalana, ya es altamente definitorio de la tesis que sustenta el autor. Laínz describe, con una carga documental apabullante, cómo la burguesía catalana y también los sindicatos exigieron, durante siglos, el cierre del mercado español al libre comercio, con la implantación de fuertes aranceles para proteger a la industria catalana, especialmente la textil. El instrumento fue la implantación de inasumibles tasas a los productos importados, que impedían a los peninsulares, cubanos, puertorriqueños y filipinos adquirir mercancías de mayor calidad y más baratas en Estados Unidos o en otros países, para que tuvieran que consumir las manufacturas producidas en Cataluña. Precisamente, esas medidas arancelarias fueron una de las causas del crecimiento de la corriente independentista de Cuba que desembocó en la última guerra de independencia.

 

La industria catalana se desarrolló en la burbuja protectora de las desmesuradas tasas que establecieron los diferentes gobiernos españoles para cerrar el mercado a los productos británicos y a otros que los Estados Unidos podrían colocar en Cuba a mucho mejor precio. Otra de las consecuencias de ese proteccionismo a ultranza fue la diferente velocidad de desarrollo entre las regiones españolas, porque permitió que en Cataluña creciera la industria mientras que en la España agraria se soportaba la carestía de los productos de consumo cargados con un arancel que repercutía negativamente en todos los consumidores.

 

Josep Ramón Bosch escribe un prólogo al ensayo de Laínz de enorme interés. Dice Bosch: “Cataluña sólo tenía un mercado para vender sus productos: el resto de España y las menguadas colonias que iban quedando del viejo imperio español. Mientras el resto del país permanecía sin industrialización y sufría un atraso económico evidente (excepto Vizcaya y Asturias), Cataluña crecía y se enriquecía a través de políticas proteccionistas de los gobiernos españoles. El triunfo de Cataluña era la conquista económica de España”. Con esos datos Laínz sostiene su tesis: no es cierto el eslogan independentista de “España nos roba”, sino más bien el “Cataluña nos ha robado durante tres siglos”.

 

Tanto para quienes reciban con agrado el mensaje de Laínz como para sus detractores, la lectura de El privilegio catalán es imprescindible porque el autor es capaz de presentar un panorama amplio acerca de la relación de la burguesía catalana –la que ha gobernado siempre– con los diferentes gobiernos de España; desde aquéllos en los que eminentes catalanes ocuparon cargos de responsabilidad hasta otros en los que el peso de los políticos catalanes fue menor.

 

Precisamente ahora, cuando restan sólo veintiún días para que los partidos independentistas lleven hasta sus últimas consecuencias su desafío con la celebración del referéndum ilegal, el ensayo de Laínz cobra especial relevancia. En las páginas de El privilegio catalán están las claves de un proceso alimentado durante tres siglos por el conjunto de los españoles, otorgando un privilegio a una minoría de industriales y financieros en detrimento del resto. Y también la explicación de cómo los modos más arcaicos y antidemocráticos del carlismo encontraron refugio en esa burguesía que, cuándo dejaba de obtener prebendas de los gobiernos españoles, izaba la bandera del independentismo.

 

La presentación desnuda del deseo de la minoría catalana que ha gobernado esa región durante décadas deja inanes muchas de las tesis que ahora se plantean, porque lo que quiere esa élite catalana no es otra cosa que el privilegio, la excepción, la singularidad y, si nos atrevemos a profundizar más, llegaremos a la esencia de los nacionalismos: la convicción de la superioridad racial, sociológica, étnica, histórica, etc., de una comunidad frente al resto. Por esa razón los ofrecimientos de ampliar las competencias autonómicas o la plurinacionalidad no satisfarán nunca a los independentistas porque aspiran a tener un status por encima del resto de comunidades españolas, es decir, a quebrar el principio de igualdad para anclarse en la excepción y en la superioridad.

 

Aunque no es el núcleo de este ensayo histórico de Laínz, sí aborda el autor la contradicción de que partidos de izquierda, que sostienen su ideología en la igualdad de todos y la desaparición de los privilegios, asuman las tesis de los independentistas y apoyen medidas más propias de un carlismo de la primera mitad del siglo XIX que de la realidad del siglo XXI. La defensa del grupo vasco y navarro, por ejemplo, supone quebrar los pilares de las tesis de la izquierda asentada precisamente en la eliminación de las desigualdades.

 

Este libro de Jesús Laínz es una excelente lectura para arrumbar planteamientos basados en falsas premisas y para entender bien que el desafío separatista catalán se sustenta en una mezcla de egoísmo trufado con un sutil perfume supremacista. Mañana se celebrará en Cataluña la Diada, una exaltación del independentismo basada en una falsedad histórica. Una oportunidad más de exaltar ese racismo de baja intensidad.

 

Será el próximo miércoles, día 13, cuando Laínz exponga en el Ateneo de Santander las tesis de su ensayo, tesis que no se atienen a la imperante corrección política.

 

Manuel Ángel Castañeda

El Diario Montañés, 10 de septiembre de 2017