Con esta paráfrasis de la célebre canción vizcaína, ha titulado el historiador montañés Jesús Laínz Fernández su nuevo y oportuno libro. Oportuno porque frente a la visión beatífica que aún mantienen sobre la mitificada Europa algunos de sus más ardorosos defensores, van los acontecimientos más recientes mostrando hasta qué punto el viejo continente recubierto por el palio azul de su estrellada bandera, no es sino un proyecto del célebre eje que une Berlín y París, segmento sobre el que gravitan diversas naciones entre las que se encuentran, en ningún caso en pie de igualdad, las endeudadas –a menudo con bancos alemanes y franceses– Grecia, Portugal y España... Y es que la definición que de Europa diera en 1999 el más grande filósofo que haya escrito en lengua española, Gustavo Bueno, en su España frente a Europa, es cada vez más acertada. En efecto, este gran recorte de tierra que termina en los Urales, no es sino una biocenosis, un nicho ecológico-político que se disputan diversas potencias con proyectos contradictorios.
Viene todo esto a cuento porque la primera parte de Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras (Ediciones Encuentro, Madrid 2011) muestra con tremenda erudición hasta qué punto la ancha faz de Europa –pues esa es una de sus más probables etimologías– ha sido el soporte de múltiples desplazamientos de fronteras que, a modo de arrugas en un mil veces cartografiado rostro, han servido para construir, destruir o modificar naciones tanto étnicas como políticas muchas veces diseñadas sobre premisas puramente espiritualistas. Procesos que, insertos en el trabalenguas europeo, han tenido como compañera a la más macabra que higiénica limpieza étnica. El recorrido que Laínz hace de los procesos nacionalizadores continentales, en el sentido político que adquirió la nación tras la Revolución Francesa, sirve como magistral preludio, por las analogías y paralelismos, pero también por las diferencias, que se pueden establecer con lo ocurrido en España en el último siglo.
Es así como el lector se enfrenta a la segunda parte del libro, en la que el autor de Adiós España acomete la tarea de analizar lo ocurrido precisamente en esa España de la que muchos pretenden despedirse. Con su habitual rigor en el manejo de las fuentes, el santanderino trata en torno a diversos aspectos que, de la mano de la palabra, tanto hablada como escrita, han servido a los intereses desnacionalizadores de España, los mismos que se emplean en la llamada «construcción nacional» que hace las delicias de muchos de nuestros avergonzados compatriotas.
De este modo, en las páginas del libro se lleva a cabo un exhaustivo rastreo de la leguleya manipulación de la toponimia –llegando al disparate de rebautizar como Bizkaia a Vizcaya–, la onomástica y, sobre todo, a las diversas oleadas «normalizadoras» que han hecho presa en las tradicionales lenguas regionales españolas sacralizadas en el Estado de las Autonomías. El resultado, expuesto sin remilgos pero con fina ironía por el autor, es bien conocido: España se aproxima alegre y despreocupada a la distaxia.
Por estas y otras razones, el viaje que desde Santurce a Bizancio propone Laínz es altamente recomendable no sólo para el ocupado en estos concretos asuntos, pues éstas son unas cuestiones que debieran interesar sobre todo a esos improbables lectores de la obra que son los políticos, sino a todos los españoles, por tratarse de un problema que a todos atañe. Absténgase los aquejados de hispanofobia u otras negrolegendarias e irrecuperables patologías.
Iván Vélez
Academia Editorial del Hispanismo, 6 de agosto de 2011