Desde Santurce a Bizancio

 

Si el título de este libro es original y sugerente, el subtítulo es aclaratorio: El poder nacionalizador de las palabras. Ahí, en lo de nacionalizador, estriba la gran falsificación que el autor denuncia. Toda lengua es, ante todo, un instrumento de comunicación, el principal que tiene el ser humano para hacer llegar a los demás sus pensamientos y sus emociones, para elevar al más allá sus plegarias o para dejar constancia de sus inquietudes, para enseñar, para investigar o para dar fe de algo. Y en un plano superior, para crear belleza a través de la combinación de sus palabras. Y en esto llegan los nacionalistas y la prostituyen. La convierten en moneda de sus conveniencias o, lo que es peor, en soporte de una instalación inventada a golpe de falsificaciones, tergiversaciones y ocultamientos de la Historia. Es, ellos mismos lo dicen, la columna vertebral de su futuro Camelot. La construcción nacional, -extraño sintagma- depende de ella. Y a eso lo denominan normalización, pero ¿cómo se puede llamar normalización al intento de erradicación de una lengua cuyo uso lleva siendo normal desde hace ocho siglos? 

 

Jesús Laínz es un santanderino preocupado por nuestro presente en relación con nuestro pasado. Abogado no ejerciente y escritor de vocación, lector empedernido y autor, entre otros libros, de Adiós, España, prologado por Stanley Payne, que alcanzó un gran éxito de ventas. Si ya en esta obra apuntó el problema de la lengua como elemento identitario, ahora lo desarrolla en toda su amplitud.

 

El libro tiene dos partes, de las que el propio autor dice que la primera está escrita con telescopio, es decir, mira hacia el mundo, y la segunda con microscopio, hacia nosotros. Hacia ese afán nacionalista de crear un hombre nuevo que rompa los lazos externos y se sienta únicamente inmerso en una realidad nacional lo más ajena posible a la anterior. Y para eso, en primer lugar, hay que salvar el obstáculo de la lengua, aunque sea a costa de pasar por encima del hecho evidente de que tan propio y tan anclado en la historia y en la tradición cultural de sus hablantes, y posiblemente mucho más, está el español como el idioma autóctono. Y así se nos explica, con argumentos ampliamente documentados, que el vascuence actual es una creación artificial de Sabino Arana y sus discípulos, y que, en menor medida, el léxico catalán de hoy es una invención de Pompeu Fabra y su escuela, que fueron a buscarlo, no entre su hermana más próxima, española al fin y al cabo, sino entre las ajenas, el francés, el occitano o el italiano. De todo esto y de mucho más trata Desde Santurce a Bizancio. Cargada de rigor, pero también de anécdotas, clara, amena y surcada en ocasiones por una suave ironía que sirve para resaltar el argumento. Una obra difícil de rebatir, porque se apoya sobre evidencias y sobre un sólido armazón documental. 

 

Luis Díez Tejón

El Comercio (Gijón), 7 de diciembre de 2011