Centinela contra franceses

El eminente historiador Jesús Laínz acaba de publicar un nuevo trabajo: Centinela contra franceses (Ediciones Encuentro, Madrid, 2008), o mejor cabría decir que el escritor santanderino recupera una obra que permanecía oculta al común de los lectores. La labor llevada a cabo por Laínz, por lo tanto, podría situarse entre la reivindicación y la divulgación de esta arenga debida a la pluma del catalán Antonio Capmany y de Montpalau.

 

El libro se estructura en dos partes bien diferenciadas: la primera de ellas es un amplio y documentado estudio escrito por Laínz en el que éste se ocupa no sólo de la figura de Capmany sino también de sus coetáneos, sin perder la oportunidad de dar cuenta de las manipulaciones y sesgadas interpretaciones llevadas a cabo por sus hermeneutas nacionalistas. Tras esta introducción, se trascribe la arenga de Capmany, con las dos partes compuestas en su tiempo por el propio escritor barcelonés y las inserciones que éste realizó de otros textos propios, en concreto de sus dos cartas a Godoy. 

 

Centinela contra franceses se escribió en septiembre de 1808, meses después del sangriento 2 de mayo madrileño y tras los episodios revolucionarios acaecidos en Oviedo entre los días 9 y 25 de mayo. Nos situamos, por tanto, en los inicios de la que se llamaría Guerra de la Independencia, pues cuando Centinela ve la luz, los franceses ya han sido derrotados en El Bruch (6 de junio) y, sobre todo, en la Batalla de Bailén (19 de julio).  En estas circunstancias, Capmany, tal y como reconoce en su escrito, mermado en sus facultades físicas para la lucha debido a su avanzada edad, contribuye con su afilada pluma a agitar a sus compatriotas contra el invasor francés. 

 

La arenga está trufada de descalificaciones hacia todo lo que representa la Francia napoleónica, encarnada en la figura del propio Napoleón, “númen” y “anfibio entre hombre y fiera” según el escritor barcelonés. Las descalificaciones son constantes, llegando Capmany a mostrar altas cotas de ingenio en el arte del insulto, lo cual no impide que algunas ideas de gran calado se abran paso hasta constituir el verdadero armazón ideológico de la obra. Entre ellas destacan la defensa de la fe católica y de la Monarquía, factores ambos que se encuentran en el núcleo de la nación histórica y que contribuirían decisivamente a la cohesión de la nación y de sus integrantes por encima de regionalismos.

 

Frente la fortaleza española, Capmany opone la fragilidad de otras naciones, y encuentra en esta debilidad razones que explicarían la facilidad con la que Napoleón se adueñó de media Europa. Los motivos de los éxitos napoleónicos los cifra Capmany en dos aspectos característicos y complementarios de los territorios sobre los que se impone. Por un lado, frente al catolicismo hispano, se situaría el luteranismo europeo, mientras que por otro, la falta de una verdadera unidad política, habrían facilitado la conquista francesa. Capmany, con respecto al asunto religioso, hace hincapié en las manifestaciones artísticas del catolicismo, en concreto a su rica imaginería, frente a la austeridad estética y la introspección características del protestantismo:

 

«A los pueblos protestantes, además de todas las expresadas causas de su tranquilidad y su indefensión, la irrupción de los ejércitos franceses, y aun la conquista, les debía ser menos odiosa y temible. Allí no hay no hay iglesias que robar, imágenes sagradas que destrozar. Santuarios que profanar, esposas de Cristo que violar, etc. Todo es pobreza y sencillez, sean luteranos, calvinistas o bien filiaciones de estas sectas, donde viven como hermanos».

 

En cuanto a lo concerniente a la estructura política, Capmany señala las diferencias entre España y otras naciones históricas que, aunque tenidas por canónicas, carecerían de la unidad de la española. No hay, por otro lado, en su escrito, el menor atisbo de posibilidad de que ninguna región española pueda equipararse a la nación de referencia, al margen de que algunos rasgos tradicionales, fundamentalmente castellanos, sean reivindicados por el insigne historiador catalán como factores regeneradores.

 

«Donde no hay nación no hay patria, porque la palabra país no es más que tierra que sustenta personas y bestias a un mismo tiempo. Buen ejemplo son de ello la Italia y la Alemania en esta ocasión. Si los italianos y los alemanes, divididos y destrozados en tantos estados de intereses, costumbres y gobiernos diferentes, hubiesen formado un solo pueblo, no hubieran sido invadidos ni desmembrados. Son grandes regiones, descritas y señaladas en el mapa, pero no son naciones, aunque hablen un mismo idioma».

 

Capmany también anticipa contenidos de la Constitución de Cádiz de 1812 e incluso algunas de las reivindicaciones del foralismo de finales del siglo XIX. Por lo que respecta a lo primero, dice Capmany, en unas líneas que recuerdan inevitablemente el primer artículo de la Pepa.

 

«... y separados los hermanos de esta península de los de aquel hemisferio después de tres siglos que heredaron la lengua, las leyes, el honor y la religión de España».

 

En cuanto al foralismo, es Laínz quien se refiere a tal cuestión en su estudio preliminar. Estas son sus palabras:

 

«Durante sus últimos meses de vida defendió en las cortes gaditanas que la estructura administrativa del reino aragonés quizá pudiese haber servido de modelo para la futura organización de España sobre la que en aquellos momentos se trataba».

 

La propuesta de Capmany, acaso influida por su pasado austracista, tendría continuidad en las instituciones políticas por medio de los diputados vascos, que tratarían de conservar algunas estructuras que, procedentes del Antiguo Régimen, tendrían, a su parecer, componentes aprovechables en una España, que si bien se habría trasformado ya en nación política, no habría aparecido ex nihilo.

 

En Centinela contra franceses se tratará también uno de los mitos centrales del nacionalismo catalán, la conmemoración del día 11 de septiembre de 1714, fecha en la cual, no sin grandes dosis de victimismo, situarían los nacionalistas el arranque de sus reivindicaciones, con la supuesta pérdida de libertades de Cataluña. Capmany refiere lo siguiente: 

 

«En la guerra de sucesión que afligió la España, no se trataba de defender la patria, ni la nación, ni la religión, ni las leyes, ni nuestra constitución, ni la hacienda, ni la vida, porque nada de esto peligraba en aquella lucha. Sólo se disputaba cuál de los do pretendientes litigantes a la Corona de España debía quedar poseedor, en el supuesto de que no podía dejar de recaer en uno de los dos, habiéndose extinguido la línea varonil reinante. Estaba la nación dividida en dos partidos, como eran dos los rivales, pero ninguno de ellos era infiel a la nación en general, ni enemigos de la patria. Se llamaban unos a otros rebeldes y traidores, sin serlo en realidad ninguno, pues todos eran y querían ser españoles, así los que aclaman a Carlos de Austria, como a Felipe de Borbón».

 

La segunda parte de Centinela contra franceses, consecuencia del éxito que obtuvo la primera, trata con gran dureza la figura de Godoy y pone el acento en cuestiones de regeneración nacional, pero no al modo tecnocrático propuesto por Joaquín Costa un siglo más tarde. No se trataría, según Capmany, forzado además por el tono y formato de su trabajo, de una regeneración por medio de la modernización de las infraestructuras de la nación. Capmany propugna un casticismo que no solamente se reflejaría en la reformulación de las antiguas instituciones políticas, sino también en lo que respecta a los aspectos lingüísticos, morales y estéticos de los españoles. Esta fórmula reaparecería de forma intermitente, acaso su última comparecencia tuvo lugar durante las primeras fases del franquismo, de la que se conservan numerosos edificios cuya estilo bebe de la tradición española. El ejemplo más elocuente de este fenómeno sería la obra del arquitecto Luis Gutiérrez Soto.

 

Centinela contra franceses, como vemos, y por su vehemente patriotismo, constituye un contundente alegato no sólo contra el invasor francés, sino también hoy, 200 años después, contra los rigoristas de ese proyecto etnicista y confederal que se da en llamar España plural. Frente a ellos, se alzan, contundentes y claras, las palabras que, generosamente rescatadas hoy por Jesús Laínz, pronunciara Antonio Capmany en las Cortes de Cádiz un 13 de enero de 1813:

 

«Nos llamamos diputados de la Nación y no de tal o cual provincia; hay diputados por Cataluña, por Galicia, etc., mas no de Cataluña, de Galicia, etc».

 

Iván Vélez

El Catoblepas, nº 79, septiembre 2008