Hay quienes acreditan sus méritos patrióticos porque el destino y las circunstancias les hacen vivir en zonas difíciles o de peligro, y están ahí, al pie del cañón. Hay quienes no encontramos otro remedio que plantar cara al terrorismo porque nos topamos con él en el umbral de nuestra casa. Hay también quienes conquistan las más altas condecoraciones patrióticas por formar parte de la milicia en tiempos de riesgo en los que se pueden acreditar el honor y la valentía. Pero hay quienes –contra las circunstancias, alejados de los focos de conflicto, sin nada que les obligue o les exija, excepto su conciencia– despliegan sus más altas dotes patrióticas como un auténtico ejercicio de voluntad, ajeno a los caprichos del destino, y de espaldas a las placenteras circustancias personales. Jesús Laínz es uno de ellos.
Montañés de origen y español de nación, nacido a mediados de los sesenta, no es un hombre de la milicia, ni siquiera el terrorismo le ha permitido demostrar cualidades heroicas. Pero es un hombre especial. Es un español consciente, que a pesar de disfrutar su vida en la plácida y tranquila Santander, no ha podido escurrir el bulto de su compromiso con España. No ha sido la fortaleza física o el valor personal (que no dudo que también los tiene) lo que ha podido entregar a España, sino su cabeza luminosa, su erudición pasmosa y su lógica aplastante. Laínz comenzó tarde, pero lleva media década defendiendo España a plumazos, con el discurso de las letras, con la fortaleza de la verdad histórica y con el don de su inteligencia.
Porque Jesús Laínz nos ha regalado de su puño y letra, del sudor de su frente, el mejor libro histórico y divulgativo escrito recientemente en España contra la falseada historiografía nacionalista. El título, Adiós, España, no es el colmo del optimismo. De hecho, Jesús Laínz, al que me honro en llamar amigo, no es un optimista ni un entusiasta. Es más bien un pesimista fervoroso y ahí reside su principal mérito, porque desafiando ese mismo pesimismo sigue luchando, sin dar la batalla por perdida, ofreciendo a los demás las verdades que el va recabando y descubriendo en los textos históricos. Se le pueden escuchar cosas tales como que no hay nada que hacer, que todo está perdido y expresiones por el estilo. Pero no debe de tener mucha fe en las mismas, porque si atendemos a sus hechos y no a sus palabras, podemos albergar esperanza. Leyendo a Laínz, a mi me da por pensar lo contrario que a él. Aún estamos a tiempo.
De lo contrario Laínz no hubiese escrito seis libros en seis años para defender España a plumazos frente a la brocha gorda, zafia, sanguinolenta y mentirosa, pero efectiva, de los nacionalistas. Respecto a su primer libro, el mencionado Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos, es sorprendente que, si atendemos a la temática historiográfica y a que el autor era un perfecto desconocido, más de diez mil españoles hayan comprado esa voluminosa obra de seiscientas páginas y que historiadores de la talla de Stanley G. Payne se hayan decidido a prolongar el libro de Laínz. Un Laínz que, sin caer en la autocomplacencia del autor novel, encerrose de nuevo para regalarnos, entre otros, nuevos textos como España desquiciada, La nación falsificada y algún nuevo y original título que no desvelaré.
Si a esto se añade el compromiso cívico de Jesús Laínz con la Fundación para la Defensa de la Nación Española y con cuantos movimientos sociales se han enfrentado al separatismo, pueden los lectores hacerse una idea de la extraordinaria valía de este español de la Montaña. Pero diré algo más: por caprichos del destino, azares de la vida o providencias del Señor, el día que asistí a la presentación en Bilbao de Adiós, España para escuchar a Jesús Laínz, cuyo libro me había regalado un amigo, conocí a la persona que me convencería y animaría poco tiempo después para lanzar en 2006 la Fundación para la Defensa de la Nación Española. Así que el bueno de Laínz hace el bien patriótico incluso sin buscarlo. Este artículo, que le parecerá un exceso e incluso le incomodará, es, sin embargo, una migaja para las distinciones que Jesús Laínz merecería.
Santiago Abascal
Alba, 15-21 de octubre de 2010