¿España contra Cataluña? Un fraude histórico. ¿Cataluña contra España? Un invento reciente que, sin embargo, dos generaciones de catalanes empiezan a suscribir bajo los efectos de un adoctrinamiento incesante.
Jesús Laínz es el autor que más y mejores obras ha dedicado a desarticular la falacia de los separatismos: Adiós España, Desde Santurce a Bizancio, La nación falsificada… Ahora publica España contra Cataluña. Historia de un fraude (Ed. Encuentro). Un libro imprescindible para entender lo que está pasando con el separatismo catalán.
¿Quién dijo aquello de que “A España nadie la insulta mientras haya un catalán”?
Ése fue uno de los versos que figuraban en las octavillas con las que los barceloneses regaron la entrada triunfal de los voluntarios catalanes encabezados por Prim a su regreso de la Guerra de Marruecos de 1860. Muchos poetas y músicos catalanes pusieron sus musas al servicio de una agitación patriótica que hoy dejaría a los catalanes mudos de asombro, pues son ya varias décadas en las que en las escuelas no se ha enseñado historia de Cataluña sino ideología catalanista. ¡Si sólo conocieran los cuadros que la diputación barcelonesa encargó a Fortuny para inmortalizar las gestas de los soldados catalanes en aquella guerra! O el de Sanz y Cabot. En el apéndice gráfico se acompañan un centenar de imágenes que, por sí solas, desmienten de raíz el fraude histórico del nacionalismo. Por ejemplo, como reflejó Ruiz de Alarcón en su célebre crónica, fueron los catalanes a los que cupo el honor de clavar la bandera española en la alcazaba de Tetuán.
El Bruc, 1808; Gerona, 1809… ¿Por qué nación lucharon los catalanes?
Pues hoy parece que por la catalana, dado que ha sido borrada hasta la expresión “Guerra de la Independencia”, sistemáticamente sustituida desde los años 70 por “Guerra del Francés”. ¡Cómo se va a admitir que la nación por cuya independencia murieron los catalanes de 1808 fue la española! La obsesión palabrera sobre este y otros muchos episodios entra de lleno en el campo de lo psiquiátrico. Y la adulteración llega también a lo gráfico: por ejemplo, los defensores de Gerona se quedarían boquiabiertos si vieran cómo hoy se les representa cargando contra los franceses con la señera al viento. Basta con echar un vistazo a los cuadros del pintor decimonónico barcelonés Ramón Martí Alsina, especialmente el titulado El gran día de Gerona, para darse cuenta del fraude. ¿Por qué será que a los escolares catalanes no se les habla de Lázaro Dou ni de Antonio Capmany, cuyo bicentenario se cumplió el pasado noviembre sin que nadie se acordara de él?
Un episodio que usted rescata en su libro: el de los voluntarios catalanes en la guerra de Cuba.
Cataluña fue la primera región española en organizar un batallón de voluntarios para sofocar la rebelión separatista de 1869. ¿Cuántos catalanes conocen hoy los cuadros que sobre ellos pintaron Ramón Padró i Pedret y Eduardo Llorens i Masdeu? Hoy nadie recuerda que Cataluña fue la región más colonialista, imperialista, belicista y antiseparatista de España. Políticos, prensa e industriales catalanes se distinguieron por su oposición a la concesión de la menor autonomía a Cuba y por su férrea voluntad de defender las provincias de ultramar hasta la última gota de sangre. La prensa catalana de la época, sin distinción de ideología, en sus textos y en sus imágenes, de extraordinaria calidad, por cierto, hizo gala de un patriotismo agresivo que hoy provocaría vergüenza ajena. Pero lo llamativo es que muchos grandes industriales catalanes, hasta aquel momento los más patrioteros, no dieron tiempo a que la sangre de los soldados españoles se secara para dar un giro asombroso y apuntarse a un catalanismo que hasta aquel momento, según escribieron posteriormente Cambó y Prat de la Riba, era cosa de cuatro excéntricos. Y quizá lo más sorprendente es que desde Cataluña empezó a echarse la culpa del desastre a la España castellana, como si los catalanes no hubieran participado en ello e incluso, en muy buena medida, no lo hubieran provocado por la política monopolista y arancelaria que, para favorecer a la industria catalana, exasperó a los cubanos. En aquel momento comenzaron a circular ideas como la de que los catalanes habían sido conquistados y oprimidos por los castellanos durante siglos; que a catalanes y castellanos les separaba una insalvable incompatibilidad psicológica; que los castellanos, y sobre todo los andaluces, eran de raza inferior por la presencia de una sangre semítica de la que, por el contrario, los catalanes carecerían; que la única salvación para Cataluña era la secesión, etc.
Bien, tres preguntas inevitables. Una: ¿Quién ha creado en Cataluña esta atmósfera de odio hacia España?
Mejor dejemos responder esta pregunta a los interesados. Por ejemplo, Prat de la Riba, el fundador, escribió que tras la generación del catalanismo literario llegó la segunda fase, esta vez política: “Esta segunda fase del proceso de nacionalización catalana, no la hizo el amor, como la primera, sino el odio”.
Muchos catalanes denunciaron esto desde el principio. El industrial ampurdanés Francisco Jaume, por ejemplo, denunció en 1907 que “se provoca constantemente a los castellanos, y si alguno de éstos, cansado de soportar, responde enojado alguna frase contra Barcelona o Cataluña, se copia esta frase, y se dice: ¡Ved, catalanes, cómo somos odiados por los castellanos! Insistiendo uno y otro día han conseguido acreditar ante muchos que somos odiados por los castellanos y disimular que son ellos los que odian”.
Víctor Balaguer, figura central de la Renaixença, renegó del catalanismo político en su discurso de los Juegos Florales del año 1900 y deploró sus “voces de odio y venganza”. Y nada menos que Valentí Almirall escribió poco antes de morir que “nada tengo en común con el catalanismo al uso, que pretende sintetizar sus deseos y aspiraciones en un canto de odio y fanatismo” y que “sigan los separatistas por odio y malquerencia los procedimientos que crean que mejor les llevan a su objetivo, pero no finjan, ni mientan, ni pretendan engañarnos. Jamás he entonado ni entonaré Els segadors, ni usaré el insulto ni el desprecio para los hijos de ninguna de las regiones de España”.
Una generación más tarde, Ventura Gassol, consejero de Cultura con Macià y Companys, proclamó que “nuestro odio contra la vil España es gigantesco, loco, grande y sublime. Hasta odiamos el nombre, el grito y la memoria, sus tradiciones y su sucia historia”. Y Joan Salvat-Papasseit explicó a sus correligionarios que “por lo que respecta al odio, es necesario que os diga esto: no suspiréis por nuestra libertad sin pasar por el odio. ¡Mientras no les odiemos nunca podremos vencerlos! Es necesario, pues, propulsar el odio contra España o dejar de existir”.
Ha transcurrido casi un siglo y desde el primer gobierno Pujol se ha seguido desarrollando la misma estrategia, como no hará falta explicar. Y lo que más sorprende es que después no pestañeen al organizar simposios titulados “España contra Cataluña”…
Segunda: algunos pensamos que Gramsci tenía razón y que para obtener el poder político primero hay que conquistar el poder cultural. A mí se me antoja que la victoria de los separatismos en España es un ejemplo de libro de esta tesis…
Efectivamente. Los nacionalistas catalanes se han distinguido desde el principio por su estrategia a largo plazo, por planear sus acciones con los ojos puestos en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones. Ya Rovira i Virgili explicó que el objetivo primordial debía ser la infancia. El periódico ¡Nosaltres sols! explicó en 1931 la estrategia a seguir con los niños: “La única solución sería la de instruirlos, algo casi imposible si pasan de la treintena: árbol que creció torcido, difícilmente se endereza. Pero si de las generaciones de ahora no podemos esperar gran cosa, ¿cabe pensar lo mismo de las que llegan y las que vienen? Los niños y los jóvenes son dúctiles como la cera, y adoptan la forma que se les quiera dar”.
Sesenta años después, en 1990, se destapó el documento interno de CiU que diseñaba una sociedad totalitaria al servicio del nacionalismo. Porque, aunque en principio resulte difícil de aceptar, un régimen totalitario también puede nacer de las urnas y escudarse tras ellas. ¿Cómo definir, si no, el proyecto, perfectamente llevado a cabo, de, textualmente, “incidir en la formación de los periodistas para garantizar una preparación con conciencia nacional catalana; introducir gente nacionalista en todos los puestos clave de los medios de comunicación; conseguir que los medios de comunicación pública dependientes de la Generalidad sean transmisores eficaces del modelo nacional catalán; crear una agencia de noticias catalana de espíritu nacionalista; impulsar el sentimiento nacional catalán de profesores, padres y estudiantes; reorganizar el cuerpo de inspectores de forma y modo que vigilen el correcto cumplimiento de la normativa sobre la catalanización de la enseñanza; vigilar de cerca la elección de este personal; incidir en las asociaciones de padres, aportando gente y dirigentes que tengan criterios nacionalistas; y velar por la composición de los tribunales de oposición”?
Todo el párrafo anterior es textual. ¿Cabe mejor definición del totalitarismo? Como ha revelado recientemente José Bono en sus memorias, Pujol explicó al ministro socialista Francisco Fernández Ordóñez que “la independencia es cuestión de futuro, de la próxima generación, de nuestros hijos. Por eso, los de la actual generación tenemos que preparar el camino con tres asuntos básicos: el idioma, la bandera y la enseñanza”.
Y, mientras tanto, los gobiernos españoles, tanto los del PSOE como los del PP, sin enterarse de nada cuando no colaborando con ello. Por no hablar de la sistemática vulneración de la ley y las sentencias que ningún gobierno de este falso Estado de Derecho ha querido hacer cumplir.
Y así llegamos a la gran pregunta: ¿Es esto reversible?
Hay que tener en cuenta que en Cataluña, desde hace dos generaciones, lo único que se ha oído, palpado y vivido es el nacionalismo. Fuera de él no hay nada. Y la respuesta que está empezando a articularse probablemente llegue demasiado tarde para contrarrestar el lavado de cerebro masivo. A mucha gente, en principio no nacionalista e incluso recién llegada de fuera, le pasa como con la publicidad de detergentes: acaba estando convencida de que el mejor es el más conocido, el que más se anuncia, el que más se oye. Y todo ello ha creado no sólo un estado de opinión, sino un sentimiento. Hay muchos catalanes a los que, incluso probándoles lo insensato del ideario nacionalista, zanjan la discusión con un “sí, pero me puede el sentimiento”. ¿Es posible dar la vuelta a un sentimiento, por muy fraudulenta que haya sido su inoculación? ¿Es posible sacar a alguien mediante la razón de un convencimiento al que no llegó por la razón? Para ello haría falta que el Estado haga cumplir la ley, que el debate de ideas sea efectivamente libre y en igualdad de condiciones y que la sociedad catalana estén dispuestos a escuchar, razonar y dialogar. ¿Será todo esto posible? El tiempo dirá. Pero ya se encargan los nacionalistas de acortarlo.
José Javier Esparza, La Gaceta, 1 de abril de 2014
(Ilustración: Fragmento de La batalla de Tetuán, cuadro encargado a Mariano Fortuny por la Diputación provincial de Barcelona para inmortalizar las victorias españolas en Marruecos y, en concreto, la participación de los soldados catalanes, aquí fácilmente identificables por sus barretinas rojas. Fuente: Jesús Laínz, España contra Cataluña. Historia de un fraude, Ed. Encuentro 2014).