No hay que temer las identidades, nos dice el autor, sino aquellas fabricadas mediante el odio, la mentira y la exclusión. Criticar el nacionalismo no implica renunciar a la nación española.
Su libro Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos (Encuentro, Madrid, 2004), se está convirtiendo ya en un fenómeno intelectual de importancia nacional. Pese a la práctica ausencia de publicidad, ha vendido tres ediciones en un abrir y cerrar de ojos y ya se prepara la cuarta. Su agenda de presentaciones está francamente llena: Vitoria, Bilbao, Madrid, Barcelona, Santander, Gijón, etc. ¿A qué cree que se debe su éxito?
Supongo que a que cada día más lectores están interesados en la cuestión de los nacionalismos, como lo prueba la larga lista de títulos que han ido apareciendo en los últimos años tras un cuarto de siglo de amedrentado silencio. Hay alguna excepción, como el Lo que queda de España que Jiménez Losantos publicó en 1979. Pero el río de libros que, desde una u otra perspectiva, se han editado en los últimos seis o siete años (El bucle melancólico de Jon Juaristi ha sido un hito esencial) no tiene precedentes. Ello es un esperanzador síntoma de que, por fin, la opinión pública española está perdiendo el miedo al anatema que hasta hace muy poco provocaba la menor crítica a los planteamientos de los nacionalismos. Por otro lado, lo que he buscado con mi trabajo es aportar mi grano de arena a la tarea de explicar cuál es la ideología de los nacionalismos, por qué existen y qué persiguen. De la perversión etarra ya está casi todo escrito, pero lo que todavía queda por explicar al gran público es qué ha hecho posible que la ETA exista. Pues sin la ideología desquiciada de Sabino Arana y sin la siembra que de ella ha hecho el PNV durante un siglo, la ETA no existiría. Finalmente, lamentablemente en los próximos años el problema de los nacionalismos va a alcanzar cotas de tensión inusitadas, lo que impulsará aún más el interés de los españoles intelectualmente activos.
Usted introduce elementos nuevos –o bajo un enfoque distinto– en el debate con los nacionalistas, tales como las identidades verdaderas y las falsas, el papel del Estado Nación o la globalización, de una manera francamente inusual. ¿Considera usted necesario este replanteamiento en la crítica a los nacionalismos?
Si la crítica a los llamados nacionalismos periféricos se hace por defender una identidad, sacando de ello la conclusión de que toda identidad es perniciosa, se estará haciendo un diagnóstico erróneo de la enfermedad, por lo que su tratamiento, lejos de atajarla, lo único que logrará es debilitar aún más el organismo del enfermo, en este caso España. A los nacionalismos vasco y catalán hay que criticarlos no por ser identitarios, sino por ser falsamente identitarios. Es más, los movimientos nacionalistas son los peores enemigos de la verdadera identidad vasca y catalana. La pretendida existencia de las naciones catalana y vasca es insostenible, se mire por donde se mire. No son otra cosa que la construcción de sentimientos falsificados mediante mentiras de una necedad que aturde y una campaña sistemática de incitación al odio que, en cualquier otro país menos acomplejado que el nuestro por cuarenta años de franquismo, habría pasado sin duda hace ya décadas por los tribunales.
La idea central en la que usted basa su crítica a los nacionalismos es que se fundamentan en mentiras históricas. ¿Cuál es la razón de esa mentira? O, dicho en otros términos, ¿quién es el causante?
La voluntad tergiversadora de los ideólogos tanto del nacionalismo vasco como del catalán desde hace un siglo es evidente. Tan evidente que muchos de ellos hasta la han plasmado por escrito. Aunque el componente más importante en la creación del discurso nacionalista es la ignorancia, no hay que olvidar que existe un componente de mala fe nada desdeñable. Hay numerosas explicaciones por escrito de la voluntad de mentir, falsificar y manipular para conseguir su fin de crear una identidad nacional vasca y catalana diferente y enfrentada a la española. Se puede encontrar en Arana, en Bernardino de Estella, en Irujo, en Arriandiaga, en Arzalluz, en Prat de la Riba, en Cambó, en Rovira i Virgili, etc. Mi principal intención ha sido, precisamente, desvelar sus mentiras y dejar en evidencia sus intenciones mediante la muestra al lector de sus propios textos. Me consta que a más de uno le ha escandalizado el contenido del libro, pero no por mis palabras, sino por las de los autores nacionalistas.
¿Cree usted que la situación actual a la que se ha llegado con los nacionalismos es culpa de toda la clase política?
Sin duda. Por un lado cierta izquierda estimó durante la transición, y en buena medida sigue estimando hoy, que las reivindicaciones de los nacionalismos son justificables y respetables porque al fin y al cabo fueron compañeros de trincheras en la Guerra Civil y de exilio tras ella. Por ello dieron cobertura y apoyo a los nacionalismos y lamentablemente parece que van a continuar haciéndolo. Incomprensiblemente, desde mi punto de vista y también desde el de muchos provenientes del propio campo izquierdista e incluso comunista, hay muchos en la izquierda que parecen obstinarse en olvidar hechos tan importantes como la traición de Santoña, que tanta importancia tuvo en la derrota del bando republicano; o la labor de espionaje para la CIA que durante décadas llevaron a cabo muchos peneuvistas con el resultado del encarcelamiento de muchos izquierdistas por el gobierno franquista, a su vez informado por el norteamericano. O el desprecio y la enemistad que siempre demostraron los líderes del PNV hacia sus compañeros de exilio republicanos. Basta para ello leer los diarios del lehendakari Aguirre. Y lo más grave es que se olvidan también de la cantidad de muertos socialistas que han caído bajo las balas del terrorismo nacionalista vasco. Por lo que respecta a la derecha, su acomplejamiento tras 1975 condujo a que cedieran más allá de todo sentido común con tal de no ser acusados de fascistas. Y no olvidemos que con el PNV y CiU han pactado tanto los gobiernos de Suárez y González como los de Aznar.
Como usted dice, es sin duda interesante llamar la atención sobre la credibilidad que otras fuerzas políticas no nacionalistas han dado tanto a PNV como a CiU. Y esto nos lleva a la siguiente pregunta: ¿han hecho los sucesivos gobiernos de la democracia todo lo que estaba en su mano para conjurar el peligro nacionalista?
Evidentemente no. Y ahí están para demostrarlo las competencias educativas y de orden público en manos de gobiernos que llevan un cuarto de siglo utilizándolas para fines partidistas y de ingeniería ideológica de masas.
Entonces, ¿a qué achaca usted el auge aparentemente imparable de los nacionalismos?
A dos motivos: en primer lugar, a esta ingeniería ideológica de masas por la que los nacionalistas apostaron muy fuerte hace veinticinco años. A diferencia de partidos como el PP y el PSOE, la estrategia de los nacionalismos vasco y catalán, de izquierda o derecha, parlamentarios o terroristas, no se circunscribe a ganar unas elecciones cada cuatro años, sino que está diseñada para recoger los frutos a la siguiente generación. Y, en segundo, a la dejación de su responsabilidad por parte de los gobiernos de los dos partidos mayoritarios, que han dejado hacer con irresponsabilidad tan grande como la astucia de los nacionalistas.
Pero, de todos ellos, ¿en cuál ve la principal amenaza?
En ninguno de los dos en especial y en los dos a la vez. La estrategia de acoso coordinado a España entre el nacionalismo vasco y el catalán, y en menor medida el gallego, no es de hoy. En 1923 ya lo intentaron con la Triple Alianza, en tiempos de la II República con Galeuzca, y en nuestros días con el Pacto de Barcelona. La última manifestación de esta colaboración es la tregua de la ETA sólo para Cataluña, que nace de la alucinación de concebir al País Vasco y a Cataluña como dos naciones oprimidas y ocupadas por un enemigo común, España.
Recientemente, a raíz del 11-M pero sin duda también antes, hemos visto críticas nacionalistas brutales y casi siempre infundadas al presidente Aznar y a la gestión de los populares ¿por qué parecen odiar expresamente los nacionalistas al José María Aznar?
Probablemente debido a su firmeza en la lucha antiterrorista, que ha conseguido poner a la ETA contra las cuerdas. Y a su negativa a continuar con el eterno debate deseado tan sólo por los nacionalistas sobre la articulación nacional, negativa por la que le han acusado, en mi opinión injustamente, de crispador, cuando los únicos que llevan crispando España desde hace décadas son los propios nacionalistas.
¿Cómo cree que afrontará la situación el nuevo gobierno de Zapatero?
Sinceramente no lo sé. En el PSOE conviven tendencias muy diversas sobre este asunto. El tiempo dirá.
Vayamos ahora a temas más ideológicos. En el capítulo final de su libro usted critica la reivindicación identitaria nacionalista por ser falsa, pero fundamenta la razón de ser del Estado que protege las libertades en una política igualmente identitaria. Esto le aleja de la crítica tradicional que desde posturas liberales se ha realizado a los nacionalismos, según la cual la nación no es otra cosa que la asunción de un conjunto de valores codificados por ley. ¿Cree usted que no se ha enfocado correctamente en nuestro país la critica al nacionalismo?
No, porque, como he dicho antes, los nacionalismos vasco y catalán no son perniciosos por ser identitarios, sino por ser falsamente identitarios. Lo que no se puede hacer es combatirlos negando igualmente la existencia de la nación española. Salir a la calle para protestar contra el terrorismo tras una pancarta con el lema "No hay más patria que la Humanidad" es un error que seguro que no se ha meditado lo suficiente. Es tan irreal como decir que "No hay más familia que la Humanidad". Y no es así. Las familias existen y las naciones también, y negarlo es negar la evidencia. El que algunos asesinen en nombre de naciones de cartón piedra no elimina el hecho de que existen naciones de verdad. La nación española nace espontáneamente de los hechos, de la realidad, de muchos siglos de historia. Es una evidencia que salta a los ojos. Por el contrario, las supuestas naciones vasca y catalana son el alucinado producto de las mentiras y manipulaciones de unas pocas personas movidas por el odio y la ignorancia. Esto no quiere decir que no existan las identidades vasca y catalana. ¡Naturalmente que existen! Igual que existen la identidad castellana, la valenciana y la extremeña. La diferencia estriba en que en el País Vasco y en Cataluña ha habido quienes han lavado el cerebro del pueblo para que crea que ser y sentirse vasco o catalán es incompatible con ser y sentirse español. En cambio, en Castilla, en Valencia y en Extremadura no ha sucedido así. Ésa es la diferencia.
Y para terminar, ¿qué cree usted que puede hacerse en la situación política que afronta España?
Por lo que respecta a los nacionalismos, yo creo que la única solución es, en primer lugar, extirpar el terrorismo para siempre, pues mientras exista no habrá posibilidad de un debate libre y mesurado. Esto es esencial. No se puede seguir volviendo la cara y haciendo como si en el País Vasco no pasara nada. En el País Vasco una de las dos opiniones está amordazada por el terror, y así no es posible discutir ningún asunto político, y mucho menos uno de la magnitud de la existencia o no de una nación. Y, en segundo, discutir, efectivamente, sobre todos y cada uno de los puntos planteados por los nacionalismos. Pero todos. Desde el principio y hasta el final. A fondo, con tranquilidad y sin complejos. Y si del debate se infiere, por ejemplo, que la reivindicación de la autodeterminación no tiene sentido ni es cierto que sea un derecho inherente de los vascos, habrá que actuar en consecuencia. O si la cantinela de los derechos históricos, de los que los nacionalistas extraen imperativos autodeterministas nacidos en el neolítico, se evidencian no como algo jurídicamente razonable e históricamente defendible sino como un cuento chino, habrá que ser coherentes y tomarlos como tal.
El Semanal Digital, 31 de marzo de 2004