Manipulación lingüística y nacionalismo: algo más que palabras

El Aula de Cultura de ABC recibe a Jesús Laínz, que pone el dedo en las llaga de la supuesta «opresión lingüicida» española.

 

Es probable que haya palabras que matan, pero de lo que desde luego no queda duda alguna es de que muchas, por lo menos, malhieren. Palabras que el nacionalismo ha usado como mástil de la bandera de la exclusión y no de la integración como siempre debería ser usada una lengua. De ahí al «nazionalismo» solo hay un paso. Estas, y muchísimas más y de la misma enjundia, son las tesis de Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras (Ed. Encuentro) del ensayista Jesús Laínz, un libro que sirve de hilo afilado del que tirar para la conferencia que Laínz ofrecerá este miércoles, bajo el título de «La manipulación lingüística del nacionalismo», en el Aula de Cultura de ABC, dentro del ciclo «España, una tradición y un proyecto», que organizan la propia Aula de Cultura ABC-Fundación Vocento y la Fundación Dos de Mayo, Nación y Libertad (Centro Cultural del Círculo de Lectores. O’Donnell, 10. A las 20 horas). 

 

-Hagamos un poco de historia. ¿Ha existido algún país que haya destacado por este fenómeno de opresión lingüística? ¿Por ejemplo, la civilización romana no operaba con el latín en términos de manipulación?

 

-En el caso de Roma lo que sucedió fue la sustitución de las lenguas de los pueblos conquistados por una lengua de cultura muy desarrollada y extendida: el latín. Pero la opresión lingüística tal como la entendemos hoy comenzó con la Ilustración, paralelamente al desarrollo del nacionalismo y a los procesos de uniformización legal y administrativa. Aunque es cierto que se pueden encontrar casos bastante anteriores, sobre todo el inglés en Irlanda desde el siglo XIV. Pero el caso más sobresaliente quizá sea el francés: los revolucionarios proclamaron su intención de extirpar las lenguas regionales, a las que llamaban «jergas bárbaras». Y lo hicieron en nombre de la libertad y la igualdad. Con gran tenacidad e indudable éxito. Sin embargo, el país que ha cargado con la imagen de especialmente lingüicida ha sido España, lo cual es una injusticia histórica descomunal. 

 

-¿Dónde está la frontera entre el poder civilizador de la lengua y la manipulación y la opresión a través de ella?

 

-En primer lugar, en el respeto a las personas y a la realidad, algo imposible de hacer penetrar en un cráneo nacionalista. Por ejemplo, es evidente que la lengua que han usado los vascos para escribir en el último milenio ha sido el castellano, desde, por ejemplo, el medieval García de Salazar hasta, no lo olvidemos, el mismísimo Sabino Arana. Y otro tanto se puede decir, aunque no de modo tan universal, de gallegos y catalanes, de fray Benito Feijoo a Cela y de Boscán a cientos de escritores catalanes actuales en castellano. Evidentemente también se han escrito grandes obras en gallego y catalán, como las Cantigas o las grandes crónicas catalanas medievales hasta Rosalía de Castro y la Renaixença, pero lo que eso demuestra es que esas sociedades, para mayor riqueza de España, son bilingües desde hace muchos siglos, algo inaceptable para los nacionalistas, que no en vano proclaman en sus pancartas que «Bilinguismo es Fascismo». Y en segundo lugar, en la consideración de las lenguas como medios de «construcción nacional» y de incomunicación, notable aportación de los nacionalistas a la historia universal de la estupidez.

 

-¿La supuesta «opresión» de una lengua a menudo no es más que una excusa para alentar otros fines?

 

-Sabino Arana, por ejemplo, no inventó una lengua. Sólo la adulteró. Pensemos tan solo en los neonombres, que tan disparatadamente han continuado desarrollando sus seguidores. Nunca nadie atacó, falseó, despreció y dañó tanto como él la aparentemente idolatrada identidad vasca. Arana es el Tolkien vasco puesto que la nación surgida de su fantasía tiene un nombre inventado, como muchas de sus localidades, y está simbolizada por una bandera absolutamente ajena a la historia. Una nación con un pasado inventado y con enemigos inventados. Con una guerra perpetua inventada, el famoso «conflicto» que nunca se les cae de la boca y que ningún político español, con sorprendente ceguera, se ha preocupado de desmentir y denunciar. Un mundo poblado por personas que se llaman con nombres inventados y que hablan una lengua escrita con una ortografía nueva, abarrotada de neologismos que la hacen incomprensible para un verdadero vascohablante. Y lo sorprendente es que Arana y sus seguidores han conseguido que una parte muy importante de los vascos hayan tomado toda este inmenso fraude por real.

 

-¿Por qué los nacionalismos convierten la lengua en algo excluyente y no integrador?

 

-Porque a nuestros románticos separatistas no hay quien les mueva de su decimonónica convicción de que la lengua es la prueba de que son una nación distinta. Por eso la agitan con fines exclusivamente políticos, ajenos a las necesidades de comunicación de la gente, que es para lo que sirven las lenguas. Ya Sabino escribió que si los maketos algún día aprendieran vascuence, los vascos tendrían que aprender ruso o noruego para hablar otra lengua y así evitar lo que el llamó «cruzamiento de razas». Y mosén Armengou, uno de los padrinos políticos de Jordi Pujol, explicó en 1958 que para ser catalán había que hablar siempre catalán, pues de lo contrario se sería un traidor. Textualmente escribió: «Los zorros y los sapos de nuestro país también han nacido en Cataluña y no decimos que sean catalanes. Pertenecen a la fauna mundial. Estos catalanes circunstanciales tampoco son catalanes. Pertenecen a la fauna española». 

 

-En toda Europa hay dialectos, lenguas maternas, pero en general cualquier ciudadano europeo prefiere hablar y escribir en la lengua oficial que llega a más gente, y no le hace ascos a aprender inglés. ¿Por qué cree que aquí hay ese extraño «provincianismo»?

 

-Porque entre la Leyenda Negra que los españoles se han tragado sin rechistar, la hispanofobia característica del pensamiento progresista español (pensemos en Azaña declarando que la historia de España es un error) y el contagio separatista tras la Guerra Civil, España es el mal y cualquier otra cosa es el bien. Por eso cualquier disparate aldeanista es progresista y por eso ha tenido que salir José Bono diciendo hace unos días que la izquierda española tiene que sacudirse el complejo antiespañol. El tiempo dirá, pero el conocimiento y el razonamiento poco pueden contra ello.

 

-Hace pocos días un ciudadano catalán denunciaba el acoso que sufría en un dominio «.cat» porque no lo usaba en catalán. 

 

-Sí, y después se quejan del Franquismo. La hipocresía de los separatistas es infinita: primero, en la Transición, se pidió la igualdad de las lenguas y para ello se apeló al lógico derecho a educarse en lengua materna. Luego llegó la discriminación positiva con la excusa de contrarrestar el imparable empuje de la segunda lengua mundial. Pero el fin es la extirpación. ¿Se necesita una prueba? Francesc Ferrer i Gironés, senador socialista y posteriormente diputado de Esquerra Republicana confesó en 1985 que no es el bilingüismo lo que desean establecer en Cataluña, sino la extirpación del castellano, a la que consideraba «lengua de nuestros amos» y «señal de dominación y superioridad de la nación vecina».

 

-Por otro lado, todo este apaño lingüístico viene acompañado de subvenciones, ayudas, componendas...

 

-Julio Camba ya se reía de todo esto cuando hace un siglo escribió que «ya saben lo que tienen que hacer los currinches que quieran tener éxito: escribir en gallego». Fijémonos en esta contradicción: el porcentaje de libros editados en castellano en España es del 79%, el 10 en catalán, valenciano y balear, el 2 en gallego, el 1 en vascuence y el resto en otras lenguas. Pero, como contraste, el castellano es la lengua de lectura para el 93% de las personas, el catalán para el 4, el vascuence para el 0,4 y el gallego para el 0,3. ¿Cómo se explica esto? Pues con la gente que, por deber «patriótico» o por moda, compra libros que luego no lee, y, sobre todo, con las administraciones autonómicas que derrochan riadas de dinero en subvenciones y en la compra de libros que pasan a pudrirse en almacenes.

 

-Hay medios de comunicación nacionales que insisten en lo de Ourense, en lo de Girona, A Coruña, Lleida... ¿Los medios también tenemos responsabilidad en esta cuestión?

 

-Efectivamente. Se trata de otra faceta del fingimiento de que la lengua común no existe. España es el único país del mundo en el que se prohiben los exónimos, en concreto, y para colmo del absurdo, los exónimos en español. Es ridículo que en los medios de comunicación se usen sólo los topónimos en las lenguas regionales aunque el locutor esté hablando, evidentemente, en la lengua de Cervantes. Este asombroso comportamiento, paradójicamente, no se extiende a ninguna otra lengua del mundo. Nunca se perpetrará en televisión la cursilería de decir Deutschland, London, Den Haag o Köln, sino Alemania, Londres, La Haya y Colonia. Pero las únicas formas posibles de Gerona, Fuenterrabía y La Coruña han de ser, por miedo reverencial a los sacrosantos hechos diferenciales, Girona, Hondarribia y A Coruña. Y no sólo se han impuesto en la regiones respectivas, sino en todas las demás, en las que, evidentemente, no tienen competencia legislativa, lo que no tiene ninguna justificación. Pero los culpables de toda esta locura no han sido sólo los nacionalistas, sino que el PP y el PSOE comparten responsabilidad a partes iguales.

 

-Finalmente, ¿puede ofrecernos una pista sobre el camino a seguir? 

 

-La receta es sencilla pero el camino es largo y tortuoso y, sobre todo, hace falta voluntad para recorrerlo: extirpar el totalitarismo lingüístico, educativo, político y mediático implantado en algunas regiones y dar la batalla ideológica a los nacionalismos, lo que no se ha hecho en cuatro décadas por complejos absurdos, debilidad, cobardía, ignorancia y falta de sentido de Estado.

 

Manuel de la Fuente, ABC, 14 de diciembre de 2011

 

(Ilustración: centro ciudad no se puede decir. Sólo se permite erdialdea. Fuente: Jesús Laínz, Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras, Ed. Encuentro 2011).