–¡López, más que López!
Con tan tremendo insulto, agotados los epítetos de baboso, canalla y estúpido, zanjó un edil peneuvista una trifulca entre concejales socialistas y nacionalistas el 13 de febrero de 1983, como quedó reflejado en la prensa.
La cosa no era, ni mucho menos, una novedad, pues la neurosis apellidística nació hace algo más de un siglo en las prodigiosas meninges de aquel titán del pensamiento llamado Sabino Policarpo Arana Goiri. Obsesionado por la preservación de lo que llamara raza vasca aunque fuese incapaz de definirla en contraposición a la española, consideró que su elemento clave eran los apellidos:
“¡Aún hay necios que se ríen de la distinción que hacemos de los apellidos! El apellido es el sello de la raza: si un apellido es euskérico, euskeriano es el que lo lleva: si es maketo, maketo es su poseedor. Hoy, mezcladas numerosas familias bizkainas con maketas, habría que establecer (en caso de libertad) distinción entre originarios y mestizos, tanto respecto de los derechos como de los lugares en que pudieran avecindarse”.
Al crear en 1894 el primer Euskeldun Batzokija, germen del futuro PNV, Sabino estableció en los estatutos tres categorías de socios –originarios, adoptados o adictos– dependiendo del número y calidad de sus apellidos. De la pertenencia a una u otra categoría dependían distintos derechos de voz, voto y elegibilidad en las asambleas de la sociedad.
No se le pudo acusar de incoherencia, pues a la primera chica en la que se fijó la abandonó cuando se enteró de sus apellidos. Y a los ancestros de la que finalmente sería su esposa los investigó de parroquia en parroquia hasta conseguir una explicación satisfactoria para ese desasosegante Allende que afeaba sus vasquísimos apellidos:
“Pero el padre de ese primer Achica-Allende se apellidó simplemente Achica, y lo mismo sus antepasados. Con este motivo son ya ciento veintiséis los apellidos de mi futura esposa que tengo hallados y puestos en cuadro sinóptico o árbol genealógico: todos ellos son euskéricos. Procuraré suprimir el Allende”.
Por problemas parecidos pasó su hermano Luis, pues se le ocurrió la mala idea de enamorarse de la aragonesa Josefa Egüés Hernández. Pero no se arredró el voluntarioso bizkaitarra ante el obstáculo: obligando a su amada a cambiarse los apellidos por Eguaraz Hernandorena, solucionó el problema y casose, por fin, con purísima vascongada. ¡Esto sí que es material del bueno para una película!
Otra ocurrencia de Sabino fue, para alejarse aún más de lo español, empezar a firmar como Arana eta Goiri'tar Sabin. El sufijo eusquérico -tar o -ar se añade a los nombres de lugar para crear los gentilicios: el de Donostia es donostiarra; el de Tolosa, tolosarra. Sabino lo aplicó al apellido de cada cual y se sacó el invento de escribir los apellidos acompañados por un apóstrofe y el -tar, como si fuese el genitivo sajón. Azkue ridiculizó la nueva ocurrencia sabiniana advirtiendo de que, si la moda cundiera, el País Vasco acabaría pareciendo la Tartaria Occidental.
Pasaron las décadas, pero no la obsesión. Pues en la Euskadi sabiniana está muy extendida la costumbre de modificar los apellidos para adecuarse mejor a la dictadura de lo nacionalistamente correcto. Las técnicas se adaptan a cada necesidad: en primer lugar está la sustitución ortográfica: de Echevarría a Etxebarria, de García a Gartzia. O la alteración “a la vasca”: de López a Lopetegi, de Pérez a Perurena. También está la traducción: de Rico a Aberats (adinerado), de Plaza a Enparantza. Y los casos de cambio de orden de los apellidos, pasando a primer lugar uno eusquérico y enviando al fondo los acusadoramente castellanos, se cuentan por miles.
Finalmente, no es pequeño el detalle de que, al igual que en toda España hasta tiempos no lejanos, el primer apellido de los vascos era fundamentalmente un patronímico, es decir, los mismos Pérez, Rodríguez y Fernández (hijo de Pedro, Rodrigo y Fernando) de los españoles de todas las regiones. El segundo solía ser el nombre del lugar de origen de la persona o del linaje. Tras el establecimiento de la hidalguía colectiva para vizcaínos y guipuzcoanos en el siglo XVI, fue desapareciendo lentamente el patronímico por bastar con el topónimo para mostrar la hidalguía vascongada. Basta, pues, retroceder unas pocas generaciones para encontrarnos con que los vascos que actualmente presumen de una ristra de apellidos sin asomo de contaminación maketa tienen por abuelos a personas que se apellidaban exactamente igual que el resto de los españoles. Y no sólo en las generaciones más próximas, sino que los primeros apellidos vascos que aparecen en la historia son los López, Díaz, Martínez, Sánchez o Ramírez. Es más, algunos de los apellidos españoles más extendidos, prototípicamente maketos según criterios nacionalistas –como García, Sánchez o Jiménez–, son de origen vasco-pirenaico.
A los abuelos de los vascos de hoy Sabino no les habría dejado afiliarse al PNV.
El Diario Montañés, 17 de abril de 2014
(Ilustración: Cartel de una campaña del gobierno vasco para cambiar la grafía de los apellidos. Fuente: Jesús Laínz, Desde Santurce a Bizancio. El poder nacionalizador de las palabras, Ed. Encuentro 2011).
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