España es el país de los vaivenes históricos. Al menos no nos podemos quejar de aburrimiento. Cuando todo el mundo creía que con la actual Carta Magna se habían echado por fin sólidos cimientos para una existencia política tranquila y duradera, los españoles de estos inicios del siglo XXI nos encontramos con que, de nuevo, hay que volver a replantearse todo, hasta la propia existencia de España, cuestionada nada menos que por muchos de los que hoy la gobiernan y por quienes les sostienen.
Tras el gran pacto de 1978, el gobierno socialista se ha propuesto abrir de nuevo un debate que la inmensa mayoría de los españoles –aquellos que votaron afirmativamente al texto constitucional–, socialistas incluidos, dieron entonces por definitiva y satisfactoriamente cerrado, pues no en vano de ello fueron convencidos por todos los partidos políticos. Curiosamente el pueblo español –tan sensible, al parecer, a que le mientan– no parece haberse dado cuenta aún de aquel masivo engaño cuya factura quizá algún día habría que pasar.
Ese debate es, naturalmente, lo que hoy se llama articulación territorial, vergonzante eufemismo para camuflar la verdadera sustancia del problema –la impronunciable unidad nacional–, y cuya existencia prueba qué opciones políticas son las que marcan el ritmo del baile hasta en aparentemente inocuos detalles terminológicos; opciones políticas que, por muy antidemocráticos y nunca explicados motivos, no son los dos grandes partidos que representan a la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Pues bien: ya que se ha alzado el telón y políticos de todo tipo –al contrario que los ciudadanos, a quienes todo ello les importa bastante poco– critican un modelo de “articulación territorial” que quisieran ver modificado, osaremos lanzar desde aquí algunas ideas que están en la mente de más españoles de los que cabría imaginar pero que casi nadie se atreve a pronunciar para no exponerse a las iras de los celosos guardianes de lo nacionalistamente correcto:
1- El Estado de las Autonomías no respondió a una necesidad administrativa, sino que fue creado para satisfacer a los nacionalistas y para conseguir su apoyo al pacto constitucional. Ni aún así se logró el del PNV, que siempre ha utilizado su negativa a aprobar la Constitución como una bala en la recámara para ser utilizada cuando fuera conveniente. Y cuando ha llegado el momento, todos los nacionalistas –de Otegui a Ibarretxe, de Mas a Carod, de Maragall a López– exigen la eliminación del sistema autonómico que sus partidos propugnaron entonces.
2- Todos los demás conflictos políticos quedaron zanjados en 1978: el social, el económico, el religioso y el de la forma de Estado. Sólo el de la cuestión nacional ha seguido siendo la herida abierta por la que los nacionalismos nos han obligado a todos los españoles a seguir sangrando sin descanso durante treinta años. O al menos así lo ha parecido hasta hoy, momento en el que buena parte de la izquierda ha demostrado que, por muy bien que lo haya disimulado durante ese tiempo, tampoco quedó satisfecha con la transición, empeñada como está en conseguir hoy la ruptura que no consiguió entonces, así como en la heroicidad de vencer a Franco después de muerto y de volver a comenzar todo desde el 17 de julio de 1936.
3- En todos los países del mundo la evolución política desde la Edad Media ha ido dirigida hacia la paulatina centralización y asunción por parte del Estado de funciones, jurisdicciones y atribuciones anteriormente en manos de otras entidades, así como hacia la racionalización, sistematización y uniformización de las legislaciones para conseguir cada vez mayores cotas de eficacia, economía, libertad e igualdad de derechos de todos los ciudadanos. Sólo hay una excepción: España, donde se decidió en 1978 dar freno y marcha atrás a este proceso para volver a situarnos en situaciones de desigualdad, desequilibro, fragmentación, despilfarro, competencia, enfrentamiento e insolidaridad propias de muchos siglos atrás. Y como aquí somos más listos que nadie, encima tenemos a este absurdo y reaccionario proceso como el colmo de lo progresista.
4- Evidentemente la descentralización es buena. Ahí están los municipios para demostrarlo, tanto en España como en cualquier otro país del mundo. Pero eso no equivale a que el modelo actual sea el único posible y razonable. Y, además, su evidente dimensión identitaria –de la que carecen otros sistemas de otros países, incluso los federales– ha logrado crear la desquiciada ficción de que cada Comunidad Autónoma es un ámbito decisorio sobre el modo de encaje con el resto de España e incluso sobre su continuidad o no en ella.
5- El poder desmesurado otorgado a las administraciones regionales, que pueden cuestionar la planificación de políticas de alcance nacional, ha conseguido que las regiones se consideren enemigas y competidoras entre sí, habiendo desaparecido el interés general de España y la solidaridad. Ejemplos más evidentes: el agua y la financiación.
6- El modelo de Estado que todos los partidos vendieron al pueblo español en 1978 como el que vendría a solucionar para siempre, de la forma más inteligente y racional posible, el encaje de todas las tierras de España, ha dado como fruto la época de menor solidaridad y de mayor enfrentamiento regional de toda nuestra historia.
7- La multiplicación de administraciones, parlamentos y altos cargos ha disparado el gasto, lo que ha hecho de la española una de las administraciones más caras del mundo, con la consiguiente reducción de inversiones destinadas al progreso y el bienestar de la sociedad.
8- El número de funcionarios que ha ido perdiendo la administración central a medida que se efectuaban las transferencias no ha sido sustituido por un número equivalente de funcionarios de las administraciones autonómicas, sino por muchos más.
9- La neurosis identitaria dilapida cifras inmensas en promocionar delirantes hechos diferenciales, artificiosas e impositivas inmersiones lingüísticas (por ejemplo, euskaldunizar a una sociedad mayoritariamente castellanófona), pueriles selecciones deportivas, pseudoembajadas y demás obsesiones, derrochándose grandes cantidades de dinero que tanto beneficio aportarían en otros campos.
10- El acercamiento de la administración a los administrados ha provocado, además de las innegables ventajas que ello conlleva, la creación de un nuevo caciquismo regional más despótico e incontrolable que el de épocas pretéritas. Los principales beneficiarios del sistema autonómico son las elites políticas locales, que han visto en él la posibilidad de realizar sustanciosas carreras profesionales de más difícil consecución en un sistema menos fragmentado.
11- Utilización de las policías autonómicas como policía de partido. El caso de la inoperativa y politizada Ertzantza –que financian todos los españoles– es el más evidente.
12- Vulneración de la autoridad gubernamental, legislativa y judicial del Estado por entidades autonómicas y sus representantes. Este gravísimo atentado contra el Estado de Derecho incluso ha provocado el bochorno de que una región española (la Comunidad Autónoma Vasca) haya pleiteado en instancias internacionales contra el Estado del que es órgano y del cual emana su propia existencia y legitimidad.
13- El Estado de las Autonomías garantiza su inestabilidad perpetua. Se están modificando los Estatutos por el inconsistente motivo de que ya han pasado veinticinco años desde su aprobación, como si ésa fuera razón suficiente para la derogación de una ley (¡qué habría que decir, entonces, del más de medio siglo de la Ley de Expropiación Forzosa y el más de un siglo del Código Civil sin que por ello hayan dejado de ser válidas y eficaces!). Pero la explicación es que no se modifican por una necesidad de actualizar una legislación que haya quedado obsoleta, sino para satisfacer nuevas y siempre crecientes obsesiones identitarias. Y se garantiza la inestabilidad futura, pues a la inevitable insaciabilidad nacionalista hay que añadir la declaración de Maragall sobre la provisionalidad del nuevo Estatuto aún no nacido y la necesidad de volver a revisar la situación de Cataluña dentro de un par de décadas.
14- Las ínfulas semiestatales que provoca el Estado de las Autonomías, a las que se han apuntado casi todos para jugar a presidentes de nacioncitas como niños jugando a los médicos, llevan un cuarto de siglo provocando situaciones bochornosas allende nuestras fronteras. Un ejemplo célebre: el dúo Carod-Maragall en Israel.
15- El Estado de las Autonomías nació, no por vía natural, pues al pueblo español en general el autonomismo le importaba bastante poco, sino mediante la cesárea del chantaje nacionalista y de la imposición terrorista. Es más: un argumento esencial del PNV y de todos los que quisieron hacerle caso fue el de que con la concesión del Estatuto desaparecería ETA. Hoy, veinticinco años después, esto no se quiere recordar, pero dicho argumento –junto con el de la sustitución de las fuerzas de ocupación por la Ertzantza– fue definitivo. Sin embargo, ETA ha asesinado desde entonces a varios cientos de personas.
16- La existencia de las Comunidades Autónomas no ha sido utilizada por los partidos nacionalistas moderados en el poder en el País Vasco y Cataluña para gestionar con eficacia la cosa pública, sino para adoctrinar a la población en la ideología de dichos partidos gracias al regalo suicida de las competencias educativas.
17- Los estatutos de autonomía han sido considerados por los nacionalistas desde Arana y Joala hasta Ibarretxe, Mas y Maragall, pasando por Aguirre, Garaicoechea, Ardanza, Pujol y Arzallus, como pasos paulatinos hacia la independencia.
Resumiendo, el que suscribe jamás votará a partido alguno que no incluya en su programa una revisión a fondo del título VIII de la Constitución. Coincide en esto con todo tipo de nacionalistas. Pero en sentido diametralmente opuesto.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
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