Continuamos con esa anormalidad llamada normalización lingüística, consistente en la eliminación de la lengua española de la enseñanza y la administración y la imposición en el resto de España de un plurilingüismo consolador de las neurosis de los nacionalistas y ocultador del monolingüismo que ellos mismos van implantando en sus regiones sin oposición digna de mención.
El último paso –por el momento–, de gran carga simbólica para fingir que la lengua española o castellana no es la de todos los españoles, ha sido la astracanada de instalar, en un Senado en el que todo el mundo habla un perfecto castellano y el que no todos los nacionalistas vascos hablan vascuence, un sistema de traducción simultánea para, entre otras fazañas dignas de felice recordación, poder escuchar a un cordobés hablando mal catalán. Extrañamente, sus señorías dejan de necesitar traducción cuando salen a charlar a la cafetería. La realidad siempre acaba superando a la ficción: quedáronse cortas las aventuras farfullescas del bueno de Austrasigildo, el presidente del ente preautonómico serrano que, por un esguince de frenillo (el de la lengua), hablaba una cosa que “farece castellano fero no lo es”.
Parecidos esperpentos tienen lugar habitualmente en Cataluña cuando a algún conferenciante extranjero, buen hablante de español, se le insiste en utilizar su lengua y se le adjudica un traductor al catalán para que unos oyentes, perfectos hablantes de español, puedan entenderle.
Un hermoso ejemplo de este fingimiento, tan frenético como inútil, sucedió cuando el honorable Josep Bargalló (Conseller en cap de la Generalitat de Catalunya / Kataluniako Generalitateko lehen kontseilariak) aterrizó en San Sebastián en febrero de 2005. Se imprimieron invitaciones bilingües en catalán y vascuence para anunciar una conferencia (Catalunya, primer any de Govern catalanista i d’esquerres / Katalunia, gobernu catalanista eta ezkertiarraren lehen urtea) que no fue pronunciada en ninguna de las dos lenguas en las que estaba redactada la invitación sino, cosa extraña, en la de la opresión.
Ya un siglo antes los nacionalistas patrios tuvieron que sufrir este mortificador inconveniente. Pedro Grijalba, en nombre del Partido Nacionalista Vasco, escribió en 1901 una carta a Miguel Folguera i Durán, presidente de Unión Catalanista, en la que se despedía con este lamento:
“Perdone V. le escribamos en castellano. Preferimos hacerlo así porque es el idioma que tanto ustedes como nosotros, siquiera sea por desgracia, conocemos, y porque no nos pagamos de formas, sino que gustamos seguir los procedimientos más expeditos y más prácticos”.
Por lo menos los nacionalistas de hace un siglo presumían de prácticos. Hoy, en cambio, han logrado hacer imprácticos a todos.
Página web de la Fundación DENAES, febrero de 2011
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