Oponerse al Plan Ibarretxe no tiene mérito. Eso lo hace cualquiera. Lo que sí tiene valor es enfrentarse a la ingeniería ideológica y lingüística, y denunciarla. Y eso no sólo no lo hace casi nadie, sino que cada día son más las voces aparentemente autorizadas que anuncian lo que va a llegar untado con vaselina: la asunción generalizada de los planteamientos nacionalistas light, ésos que, por no presentarse pegando tiros y ofreciendo tortas, son asumibles e incluso cuentan con presunción de bondad, verdad y belleza.
El problema es que tras la aparentemente inocua polémica terminológica se agazapan efectos jurídicos y políticos de hondo significado y largo alcance, como el célebre concepto nacionalidad, que tan divertido pareció a nuestros padrastros constituyentes y cuyas consecuencias estamos sufriendo veinticinco años después, como muchos advirtieron en aquel entonces –por ejemplo, Julián Marías– sin que nadie les hiciese caso.
La necia moda actual es hacer malabarismos con conceptos tan divertidos como comunidad nacional y nación de naciones, eufemismos que últimamente suenan mucho en todas las listas de éxitos de la pedantería filonacionalista como sucedáneos de nación y de Estado plurinacional, conceptos, estos últimos, que quizá puedan acabar resultando bastante indigestos y que, por ello, es conveniente camuflar. Pero el problema es que los eufemismos no neutralizan el desestabilizador potencial ideológico que esconden.
Toda esta alegre algarabía de neopalabrejas políticamente correctas no son más que el síntoma de que España –asumámoslo– no es un país serio. ¿Se imagina el lector que en Francia, debido a que allí se hablan, además del francés, media docena más de lenguas, fueran a ponerse a elucubrar sobre nación de naciones, país de países y tontería de tonterías? ¿O se imagina que en Italia, cuya unidad nacional no tiene más de 130 años y cuya diversidad lingüística es mucho mayor que la española, fueran a dedicarse a perder el tiempo y las neuronas en parlotear sobre si la suya es una nación fetén o una nación de naciones o una pseudonación u otras bobadas?
Eso sólo pasa aquí, en este extraño lugar cuyos políticos, en vez de dedicarse a trabajar y a pensar en lo que se debe hacer por el bien común, ocupan su tiempo en cotorrear sobre idioteces.
El nuestro no es un país serio.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
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