Hace tiempo salió por ahí un castellano lamentándose de que en Valladolid no tuviesen lengua propia. Debe de ser que la castellana es impropia. Pero lo que, evidentemente, quería expresar el susodicho era que allí no se habla otra lengua además del español, lo que para una mente cautiva por el frenesí aldeanista es causa de gran tristeza, pudiendo disfrutar de ese plus de progresismo, democracia y rebeldía que representa una segunda lengua.
Tras un cuarto de siglo de Estado de las Auto-manías (lo ponemos con guión por si el lector lo lee de corrido y se le escapa el matiz) están apareciendo nuevas regiones que se animan a marchar, jubilosas, por la senda del bilingüismo. Asturias es una de ellas, pues no podía dejar pasar la oportunidad de negocio que encarnan los bables, esas formas dialectales del castellano caracterizadas por ciertos vocablos y alguna variante sintáctica, últimos restos, la mayor parte de ellos, de modos de hablar de siglos pasados (y cuya recopilación, estudio y cultivo se llevó a cabo principalmente, aunque hoy se oculte, durante el régimen franquista).
Hace años ya podían verse por las carreteras y calles asturianas, junto a los acostumbrados tachones en las señales culposas de fascismo centralista, imperiosas pintadas reclamando la debida señalización: ¡N'asturianu!. Otros filólogos, más sutiles, optaban por la pregunta: ¿Onde esta'l bable?
Posteriormente empezaron a proliferar señales con Conceyu por Concejo, cai por calle, llagu por lago, museu por museo, Conseyería de Xusticia por Consejería de Justicia, Cangues d'Onís por Cangas de Onís, Les Arriondes por Arriondas, Xixón por Gijón, Cuadonga por Covadonga, etc., para bochorno de los asturianos serios, que, gracias a Dios, siguen siendo la gran mayoría. Aunque todo se andará: el Estado de las Autonorrisas, en colaboración con la LOGSE, puede obrar milagros.
Últimamente se ha empezado a ver carteles en las carreteras que exprésanse de aquesta guisa: Rede regional de carreteres d'Asturies. Aun en la vertiginosa hipótesis de que hubiera algún ciudadano asturiano que sólo hablase bable y no castellano, que nunca hubiera conversado con castellanohablante, que nunca hubiera leído periódico, cartel o señal en castellano, que nunca hubiera visto ni oído televisor o radio en castellano, ¿es creíble que necesitase leer Rede regional de carreteres para comprender que se trata de la Red regional de carreteras? Al coste de cada cartelín, ¿puede usted imaginar sin indignarse, amigo lector, el dinero de todos despilfarrado en esta idiotez?
Fijemos a continuación nuestra atención un poco más al Oeste, pues de las verdes pero chamuscadas tierras galaicas nos llega ahora un problema lingüístico de ultratumba. Por si fueran pocos los quebraderos de cabeza que en este oligofrénico país nos causan los vivos, ahora hemos de contar también con la aportación de la Santa Compaña. Pues del BNG ha partido una iniciativa para galleguizar las lápidas, insospechado vehículo del imperialismo español. El argumento esgrimido por el portavoz nacionalista Bieito Lobeira para defender tan necesaria propuesta ha sido nada más y nada menos que el siguiente:
"Si a día de hoy se produjese alguna catástrofe que implicase la erradicación parcial o total de la vida humana en la parte del planeta que nos toca ocupar, con toda probabilidad el estudio arqueológico de los restos funerarios que se realizaría en el futuro no constataría la existencia de la lengua gallega. Lápidas y cementerios, epitafios de todo tipo, certificarían que Galicia no cuenta con idioma propio y que la población se expresaba en español".
Perspectiva insoportable, según parece.
¿Es esto la descentralización? ¿De esto se trata cuando se habla del principio de subsidiariedad y del acercamiento del poder al ciudadano? ¿En esto consiste la España plural, la protección de la realidad plurilingüística de España, el respeto a los hechos diferenciales? ¿Para esto sirve el Estado de las Autonomías?
Efectivamente, acabaremos dando la razón a los separatistas: ser español da cada día más lástima.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
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