Un colegio vasco cualquiera. Modelo de educación íntegramente en vascuence, evidentemente; otra posibilidad roza el heroísmo. Llega la hora del recreo. Los niños corren, juegan, se sacuden, chutan, cotillean, saltan y gritan. Todo ello, evidentemente, en la lengua de Cervantes. Los edukadores se desesperan. No por capricho se han creado los komisarios políticos que vigilan en los recreos e intentan encauzar los juegos en la neolengua de Sabino, esa contraseña nacional.
La misma escena puede observarse cuando llevan a los niños de excursión, por ejemplo, a la playa. Soberbio espectáculo el de los komisarios de edukación desgañitándose en vascuence ante la indiferencia de la infantería, gozosa a grito pelado en castellano.
Beatriz Otaegui, euskoalkartasunera concejala de eusquera del ayuntamiento de San Sebastián, sugirió en marzo de 1997 que los niños vascófonos abandonasen a sus amigos si éstos les impelían a hablar en castellano: “La amistad es muy importante –escribió la concejala– pero los alumnos que siempre tienen como compañero a una persona que no sabe euskara, cambian de idioma y, de alguna manera, demuestran ligereza y frivolidad de actitudes”.
Para que luego se diga del fanatismo y el lavado de cerebro de las sectas. Y la cosa no es de ahora, pues las generaciones anteriores de peneuvistas ya demostraron su maestría en la noble tarea de aprovecharse de la inocencia infantil para extender su ideario.
Quizá el desplome de los separatismos llegue por aquí. Los adultos llevan ya un par de generaciones demostrando, mayoritariamente, su cobardía ante la injusticia, su egoísmo ante el terror y su entrega a la demencia nacionalista. Pero quizá los niños de hoy recojan del suelo la dignidad que tiraron sus padres y se rebelen contra la injusta imposición de una lengua que no es la suya y contra la estupidez de ahogarles en una lengua que de poco les va a servir cuando salgan de los estrechos lindes de su pueblo. Y todo por satisfacer las neurosis de una pandilla de fanáticos que, curiosamente, hablan castellano.
Porque en esta invertida época nuestra se ha conseguido confundir hasta el sentido de la rebeldía. Resulta que la libertad, la pluralidad, el respeto, el sentido común, el progreso, la lógica, la civilización, la justicia que representa España, es reaccionariamente opresor y queda moderno oponerse a ello al grito de ¡Kaña a España! Mientras que plegarse a las dementes imposiciones de la dictadura nacionalista es progresista, rebelde y revolucionario.
Cuando los niños de hoy se den cuenta de este absurdo los separatismos desaparecerán como niebla barrida por el viento.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
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