Sin duda usted recordará, cinéfilo lector, el desconsuelo del Dr. Zhivago cuando su bolchevique hermano le avisó de que sus versos no gustaban al gobierno comunista por ser "personales, pequeño burgueses y narcisistas".
La Nueva Era nacida en 1917 exigía que todas las ramas del arte –monolíticamente diseñado según las reglas del realismo socialista– estuvieran al servicio del poder y que los intereses de las personas quedaran subsumidos en los de la revolución, razón por la que versos como los de Zhivago, que hablaban de algo tan personal como el amor que le inspiraba la bellísima Lara, podían acabar metiéndole en graves problemas. Además, el severo comisario de su bloque de vecinos ya le había advertido en varias ocasiones de que "su actitud no pasa desapercibida". Por todo ello el médico-poeta optó por huir de Moscú con su familia y esconderse en un remoto rincón de los bosques siberianos.
Medio siglo antes de que Boris Pasternak encarnase en Zhivago su propio conflicto con el totalitarismo comunista, Miguel de Unamuno se encontró por las calles de Bilbao con su paisano el poeta Francisco de Iturribarría, quien le contó que recientemente Sabino Arana le había explicado su opinión sobre sus versos:
–Ya leo tus composiciones; me gustan. Pero escribe sobre cosas patrióticas, ¿eh?, cosas patrióticas, y sobre todo escribe Vizcaya con b y con k.
Evidentemente, la grotesca obsesión de Sabino –una más de las muchas que padeció– parece insignificante, inocua, inocente si la comparamos con el océano de sangre provocado por el paraíso proletario en el que les tocó vivir a Pasternak y a su personaje. En los tiempos de Sabino es posible que fuese así y que su mentecatez no pasara de provocar lástima. Pero, una vez germinada la semilla que plantó el Fundador, la cosecha recogida es la misma: la anulación del individuo en un delirante proyecto totalitario hasta el punto de justificar, en nombre de los sagrados derechos de ese proyecto, el asesinato.
Gotzone Mora relataba en una reciente conferencia ateneística una anécdota vivida por un profesor compañero de Universidad. Ese día ETA había asesinado a dos personas haciendo estallar un coche. El profesor en cuestión oyó en los pasillos de su facultad a unos chavales festejando el crimen. Su indignación superó a su discreción y les preguntó sobre lo que opinarían en el caso de que los asesinados hubieran sido sus padres. Y ésta fue la contestación que recibió:
–Reconozco que me jodería un huevo, pero los intereses de Euskalerría están por encima de los de cualquier persona.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
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