Toda emigración es equivalente, se dice a menudo. La inmigración que hoy conoce España no es otra cosa que la emigración que salió de nuestro país en décadas anteriores, sólo que ahora en sentido contrario. Ésta es la versión oficial. Pero, ¿es verdad que todos los procesos migratorios son iguales, responden a las mismas causas, tienen el mismo valor y aportan las mismas ventajas?
La inmigración fue una necesidad en naciones nacidas precisamente de la afluencia de pobladores a un territorio casi vacío, como fue el caso de los USA, de Australia, de la Argentina o de otros países americanos durante los dos últimos siglos. También fue una necesidad para los países que, como Alemania, quedaron destruidos por la Segunda Guerra Mundial y debieron acudir a la mano de obra extranjera para reconstruir un país que había perdido en las trincheras muchos millones de hombres jóvenes.
Pero no parece que estas situaciones sean equiparables a la muy desarrollada y poblada Europa Occidental de hoy –incluida España– y, sin embargo, la afluencia de nuevos inmigrantes no cesa.
Por otro lado, la muy organizada, planificada, limitada, reglada y contratada emigración española de los años 50 y 60 no parece tener mucho en común con la caótica avalancha de hoy. Los españoles emigrados en dichas décadas hacia centroeuropa no arribaron en botes a las playas, no dormían en los metros, no se vieron obligados a improvisar su subsistencia mediante la venta de productos pirateados jugando al corre-que-te-pillo con la policía, ni, mucho menos aún, organizaban bandas de atracadores ni salvajes tribus de gamberros urbanos.
Pero, olvidando estas diferencias, uno de los argumentos más oídos en defensa de la inmigración sudamericana es que, en esta España trastornada por su auto-odio, los hijos ultramarinos del viejo Imperio significarán una renovadora aportación de hispanismo que hará mucho bien especialmente en las regiones más castigadas por el separatismo. Pero el amor a la que ellos llaman madre patria cuando están de buen humor no debe hacer olvidar que el rencor indigenista sigue subyaciendo en las conciencias de muchos de los llegados de aquellos países, donde no en vano han sido educados en el odio hacia quienes les han sido presentados con mucha frecuencia como sus conquistadores y opresores. Mientras las cosas vayan bien, haya trabajo, se gane dinero y no aparezcan demasiadas tensiones con la población local, todo irá sobre ruedas. Pero las cosas pueden cambiar, y será precisamente en las regiones conflictivas por los separatismos donde empezarán a cambiar antes. Porque no pasará mucho tiempo sin que comiencen a escucharse los cantos de sirena de los nacionalistas, que no perderán ocasión de intentar atraerse a esos futuros votantes con la estratagema de identificar la conquista española de América con la de Euskalerria y Cataluña.
Y de nada servirá intentar explicar que ni los vascos ni los catalanes han sido jamás combatidos ni invadidos por los españoles y que, durante la conquista americana, los vascos y catalanes jugaron, naturalmente, en el equipo conquistador. Empezando por los vascos Elcano, Legazpi y Urdaneta; continuando por los también vascos Andagoya, Irala o Garay; pasando por los incontables soldados vascos que acompañaron a Cortés, Pizarro, Almagro o Valdivia; por cientos de generales, gobernadores, almirantes y virreyes; por el catalán Portolá, conquistador de California; y concluyendo con los miles de vascos y catalanes que murieron defendiendo la españolidad de Cuba.
Pero es evidente que estos argumentos, y otros mil, no llegarán jamás a los interesados. Pero las equiparaciones Bolívar-Arana y Ché-ETA funcionarán maravillosamente, por lo que no se tardará en ver a los inmigrantes sudamericanos engrosando las filas separatistas.
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Post Scriptum: Algunos días después de escritas las líneas anteriores, leemos en el Gara (8 de enero de 2007) un artículo titulado "A los emigrantes ecuatorianos", escrito por Jesús Valencia, educador social. Éstos son algunos de sus párrafos:
"Carlos y Diego son víctimas no deseadas de un conflicto que, seguramente, no conocían cuando vinieron. La historia oficial oculta que España arrastra un problema enconado todavía no resuelto. ¿ETA? No, la política colonial que tan bien conocéis vosotros. Los ejércitos de Castilla invadieron nuestras tierras casi por las mismas fechas en que avasallaban las vuestras. El último Mariscal de los vascones, lo mismo que Rumiñahui, se enfrentó a los invasores. Ambos fueron apresados con las armas en la mano, encarcelados y posteriormente asesinados. Tras la conquista, el sometimiento colonial. Pero los pueblos libres no se resignan a vivir siempre sojuzgados (...) Tras largos años de guerra derrotasteis en las faldas del Pichincha al ejército invasor. Todavía puede contemplarse en la Plaza Mayor quiteña la estatua del «león hispano» que se retira malherido. Nosotros no lo hemos logrado todavía. La tremenda explosión de Barajas es un episodio más de esta larga confrontación con un estado que nos niega la soberanía (...) Aunque os exigen que repudiéis a la izquierda vasca, es la que más siente vuestras muertes. Nos vincula el dolor compartido con el que tratan de enfrentarnos. Se aclararán las cosas. Vosotros y nosotros somos dos colectivos despreciados y llamados a entendernos. Un día reforzaremos nuestra hermandad como compañeros trabajadores de pueblos soberanos".
Dos días después aparecía la respuesta, un artículo titulado "Somos inmigrantes, cuenten con nosotros", escrito por Susana Castro, Txanba Payés y Neto Biya en nombre de la Asociación Cultural Latinoamericana de Inmigrantes (ACLAI):
"Como latinoamericanos que hemos llegado a vivir y trabajar en Euskal Herria queremos dejar clara nuestra postura de compromiso desde la solidaridad con el pueblo vasco. Somos conscientes de la realidad política cultural y lingüística que vive este pequeño país y por eso nos solidarizamos con él. América Latina, quienes venimos de aquel continente, sabemos muy bien lo que es que se pisoteen los derechos como pueblos. Quienes nos invadieron, pisotearon nuestra cultura y nuestras lenguas. No hace falta decir en qué nombre se hizo tanto etnocidio y genocidio en el continente que muchos conocemos como América Latina. De esa realidad partimos muchos de los que estamos llegando a Euskal Herria. Por tanto, nos solidarizamos con el pueblo vasco y queremos trabajar con ellos para que este pequeño país viva y siga teniendo futuro como nación (...) Nos quieren hacer creer que trabajar con ustedes es ser «terrorista», a nosotros no nos van a engañar. Sabemos que es el mismo discurso de los fascistas que prohíben a las personas que manifiesten su forma de pensar, y prohíben organizaciones culturales, periódicos, en definitiva, diferentes formas de pensar".
Ya están aquí.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
(Ilustración: Caricatura© de Julen Urrutia para el capítulo sobre Miguel López de Legazpi de La nación falsificada, Ed. Encuentro 2006).
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