Los arbitristas de la Generalidad siguen acumulando méritos para la medalla de oro del disparate político. El último consiste en pretender encomendar la defensa de la Cataluña independiente a Francia. Nada menos que a la eterna enemiga de Cataluña. Parecía difícil superar la propuesta maragalliana de entrar a formar parte de la Organisation Internationale de la Francophonie, pero se ha conseguido.
Para evitar bochornos, podrían comenzar los campeones de las esencias catalanas recordando que la lucha que desangró a España en los siglos XV a XVII se debió a su asunción de la política catalanoaragonesa, secularmente hostil a Francia, mientras que Castilla había sido la más fiel aliada de dicho reino, como, por ejemplo, durante la Guerra de los Cien Años. Además, si la dinastía Habsburgo reinó en España fue porque Fernando el Católico procuró emparentar con los enemigos de su enemiga Francia.
Podrían continuar informándose sobre lo ocurrido en 1641, cuando a Pau Clarís y los suyos se les ocurrió proclamar conde de Barcelona a Luis XIII. Prácticamente nadie les secundó. Pocos meses tardaron los caciques catalanes en comprender su error y elevar a París un inútil memorial de maltratos. El enviado francés, Pierre de Marque, escribió que “en Cataluña todo el mundo tiene mala voluntad para Francia e inclinación por España. Los catalanes son muy malintencionados para el servicio del rey. Ningún partido es profrancés”. Y, efectivamente, los catalanes se dedicaron a matar franceses y a recibir a los ejércitos castellanos con vivas a España y mueras a Francia.
Perdidos el Rosellón y la Cerdaña, Luis XIV prohibió en 1700 el uso público del catalán en dichas comarcas porque “este uso repugna y es contrario a nuestra autoridad y al honor de la nación francesa”. A finales de ese siglo el revolucionario Barère calificaría a las lenguas regionales como jergas bárbaras y groseras, y su compañero Grégoire redactaría el Informe para aniquilar los dialectos y universalizar la utilización de la lengua francesa, de duradera influencia en la política lingüística de la République, Une et Indivisible. Después llegó la Guerra de Sucesión, y los catalanes, una vez más, se apuntaron mayoritariamente al bando contrario al del candidato francés. Y el 11 de septiembre de 1714, Casanova y los suyos pidieron a los barceloneses que dieran su vida para no “quedar esclavos, con los demás españoles engañados, del dominio francés”.
Al estallar la Guerra de la Convención, los roselloneses, siglo y medio después de su anexión a Francia, recibieron a los soldados españoles con entusiasmo. Fabre, delegado convencional, informó a Robespierre de que “estos catalanes del Rosellón son más españoles que franceses”. Y los voluntarios catalanes cantaban:
“Aquells francesos malvats son nostros majors contraris.
Valerosos catalans, anems tots á la campanya
á defensar nostre Deu, Lley, Patria y Rey de Espanya.
¡Al arma, al arma, espanyols! ¡Catalans, al arma, al arma!
que lo frenetich francés nos provoca y amenassa”.
Llegó 1808, momento en el que los catalanes, por su secular sentimiento antifrancés –no por casualidad gavaitx es vocablo catalán–, se distinguieron en que, como informó el mariscal Berthier a Napoleón, “ninguna otra parte de España se ha sublevado con tanto encarnizamiento”. El corso pretendió correr la frontera hispanofrancesa hasta el Ebro, para lo que dio instrucciones de que en Cataluña se eliminara la lengua castellana, se usara oficialmente sólo la catalana, se arriasen las banderas de España y se izasen tricolores y señeras. La respuesta de los catalanes fue degollar franceses durante seis años, empezando por la batalla que permitió grabar para siempre en el Bruch:
“Caminante, para aquí,
que el francés aquí paró:
el que por todo pasó
no pudo pasar de aquí”.
Durante la Tercera República la extirpación del catalán continuó sin complejos. A los niños se les prohibió hablarlo tanto en las aulas como en el patio de recreo, según mandaban los carteles de Soyez propres, parlez français (Sed limpios, hablad francés). Esto llevó a los primeros catalanistas, como Cambó y Prat de la Riba, a agradecer al cielo que en la Cataluña española no hubiera sucedido lo que en el Rosellón, donde la cultura catalana casi había desaparecido. Y proclamaron su germanofilia en 1914 porque preferían el modelo imperial austro-alemán al centralismo francés. Pero cuando una delegación de olvidadizos nacionalistas se presentó en 1919 en Versalles con la intención de lamer lo que fuere menester para conseguir el apoyo de los vencedores a la secesión de Cataluña, Georges Clemenceau –reputado pornógrafo pero político serio– les cortó la genuflexión con un impaciente “Pas d’histoires, messieurs!”.
Con la siguiente guerra mundial harían nuestros separatistas otro servil intento de conseguir el apoyo aliado a sus deseos. A finales de 1938, con la victoria de Franco ya evidente, propusieron a los gobiernos inglés y francés convertir unas futuras repúblicas de Euzkadi y Catalanoaragonesa en protectorados de Inglaterra y Francia respectivamente. Disponiendo así de Aragón como si fuera una finca de su propiedad, les ofrecieron, a cambio de la independencia, el control de la España al norte del Ebro como territorio amigo entre ellos y la España franquista ante una posible guerra contra Italia y Alemania. Pero, duchos en encender una vela a Dios y otra al Diablo, en mayo de 1936 los de Nosaltres Sols! habían presentado en el consulado alemán de Barcelona un memorándum ofreciendo poner a disposición del III Reich los aeródromos y puertos catalanes y baleares como bases de aviones y submarinos en un futuro enfrentamiento con Francia, ya que “Alemania es nuestra amiga por ser rival de Francia, tiranizadora de una parte de nuestro territorio nacional”. Y concluyeron afirmando que “una Cataluña libre representaría para Alemania un paso definitivo en el desmoronamiento de Francia”.
Venidos a tiempos más cercanos, en 1999 Francia se negó a ratificar la Carta Europea de las Lenguas Regionales y Minoritarias porque, en palabras de Chirac, “amenazarían la indivisibilidad de la República, la igualdad ante la ley y la unidad del pueblo francés”. Y en 2008, la Académie Française se pronunció contra la inclusión de una mención constitucional a las lenguas regionales como patrimonio de Francia porque “afecta a la identidad nacional”, porque puede “dificultar el acceso igualitario de todos a la administración y a la justicia” y porque “desde hace cinco siglos, es la lengua francesa la que ha forjado Francia”.
Unos linces, nuestros separatistas. No han podido elegir mejor árbol para arrimarse.
Adieu, Catalogne.
El Diario Montañés, 2 de junio de 2013
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