En Barcelona ha dado comienzo un nuevo acto de eso que llaman construcción nacional, consistente en lavar el cerebro de los catalanes para que odien a los demás españoles. Se trata del simposio España contra Cataluña, malintencionada recopilación de ofensas que ha preparado el más alto representante del Estado en la región, Artur Mas. Gobernantes metidos a modeladores de conciencias: ¿no era esto el totalitarismo?
El objetivo perseguido es doble: azuzar un poco más a los catalanes contra España y engañar a los desinformados extranjeros mostrándoles un maltrato que justificaría la pretensión secesionista. Curiosamente, en la opresora España jamás se le ha ocurrido a nadie una vileza semejante. ¿Sería siquiera imaginable la desquiciada idea de recopilar datos, y para colmo por iniciativa de una administración pública, para presentarlos bajo el título de Cataluña contra España?
Para atizar la enemistad sirve cualquier cosa, siempre seleccionada, exagerada y manipulada por los historiadores en nómina. Seguro que no se dejarán de recordar las amargas palabras de Quevedo contra los catalanes de 1640. Pero, ¿habrá entre los participantes un solo hombre leal que recuerde las de Cervantes describiendo Barcelona como archivo de la cortesía, patria de los valientes y única en belleza? ¿O los similares elogios salidos a lo largo de los siglos de las plumas de Tirso, Jovellanos, Cadalso, Marañón, Menéndez Pelayo, Pereda, Ortega, Azorín, Pemán, Marías y mil más? ¿Reproducirá algún nacional-historiador la carta que los intelectuales castellanos escribieron en 1924 como protesta contra las medidas restrictivas del uso público de la lengua catalana acordadas por el Directorio primorriverista, en la que expresaron a los catalanes que “las glorias de su idioma viven perennes en la admiración de todos nosotros y serán eternas mientras exista en España el culto del amor desinteresado a la belleza”?
En cuanto al secular enfrentamiento entre Cataluña y España, ¿mencionarán los historiadores del régimen las palabras de Villarroel recordando a sus soldados el 11 de septiembre de 1714 que “por nosotros y por toda la nación española peleamos”? ¿Y las de la proclama final de los dirigentes barceloneses convocándolos a “derramar gloriosamente su sangre y su vida por su rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España”? ¿Y las canciones que entonaba el pueblo catalán, como la que rezaba “¡Al arma catalanes, paisanos siempre al arma, hoy muere el enemigo, hoy se liberta España!”?
¿Recordarán que los catalanes combatieron a los revolucionarios franceses en 1793 entonando cantos como éste: “Valerosos catalans, anems tots á la campanya á defensar nostre Deu, Lley, Patria y Rey de Espanya”? ¿Y que en 1808 la primera de las juntas de defensa organizadas contra la ocupación francesa, la de Lérida, se dirigió a sus vecinos agradeciéndoles que “vuestros esfuerzos en las críticas circunstancias en que se halla España acreditan que vuestros generosos corazones están animados de los mismos sentimientos de amor a la Religión, al Rey y a la Patria que en todos los tiempos y edades han sido prendas características de los naturales de este leal suelo”? ¿Y que, al comenzar el asedio de Gerona, la Junta Superior del Principado estableció que “ninguna clase puede eximirse de tomar las armas para repeler la agresión que sufren los derechos del Altar y del Trono, los intereses de la Nación española, su dignidad e independencia”?
¿Y que en 1860 fueron los catalanes al mando de Prim los que izaron la bandera de España tras la toma de Tetuán? ¿Y que, a su regreso a Barcelona, fueron recibidos con una lluvia de octavillas con un verso que proclamaba que “a España nadie la insulta mientras haya un catalán”?
¿Y que en 1885, cuando Bismarck pretendió hacerse con las Islas Carolinas, las fuerzas vivas catalanas organizaron una concentración masiva en cuyo manifiesto unitario los convocantes –entre ellos, por cierto, Almirall– recordaron al gobierno que en Barcelona “nadie admite siquiera discusión sobre el perfecto derecho que tiene el pueblo español a todo el territorio nacional”?
¿Y que cuando estalló la guerra de Cuba la diputación barcelonesa fue la primera en reclutar un batallón de voluntarios para “sustentar y afianzar el dominio de nuestro glorioso pendón en las posesiones españolas de América”? ¿Y que el diputado Narciso Gay animó a los voluntarios a “pelear para que España viva contra los que allí claman ¡muera España!”?
Aquí sólo caben estos breves apuntes, pero en un simposio como el de marras hay espacio para multiplicarlos por cien. Lamentablemente, el evangelio catalanista revela que, cuando la realidad no encaja con él, se equivoca la realidad. Hace un siglo escribió Mark Twain que “muchas cosas no suceden como debieran, y la mayor parte de ellas ni tan siquiera llegan a suceder. Es tarea del historiador consciente corregir estos defectos”.
Y en ello están, conscientes y obedientes, los nacional-historiadores a las órdenes de Artur Mas.
El Diario Montañés, 12 de diciembre de 2013
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