En los últimos meses esta España de los mil rateros es un clamor contra los llamados recortes sociales. Todo el mundo se queja de las quiebras, de los despidos, de la disminución salarial, de la eliminación de pagas, del estancamiento de las pensiones, del cierre de servicios básicos, de la interrupción de las obras públicas, del frenazo en la inversión y de mil manifestaciones más de una sociedad hasta ayer derrochadora que, de repente, descubre vacíos los bolsillos que creía llenos.
Este escribidor promete pasar por el confesionario por esto, pero no deja de ser curioso que la mayoría de los beneficios sociales que hoy se están perdiendo fueran establecidos en tiempos de la oprobiosa. Y lo más curioso es que en aquellos dictatoriales años, con el hambre de la posguerra mucho más cercana y una envergadura económica notablemente menor que la de hoy, casi nadie pagaba al fisco. Hoy, por el contrario, con una España en la liga de los países ricos y unos ciudadanos ahogados a impuestos, el Estado no llega a fin de mes. ¿Cómo es posible?
Corrupciones aparte, la clave está en el derroche. Desde el desguace del antiguo régimen con Fernando VII hasta 1978, por encima de regímenes y gobiernos, la administración española tuvo vocación de racional, austera y eficaz. La de hoy no. Y el principal culpable de ello es ese cacicato universal llamado Estado de las Autonomías, superflua complicación que ha multiplicado edificios, oficinas, charlamentos, gobiernucos, dietas, coches, guardaespaldas, secretarías, subsecretarías, gabinetes, asesores, asesores de los asesores, bufones, enchufados y chóferes de los enchufados hasta el infinito.
Así es la España de hoy: un Estado parasitario, ineficaz, desprestigiado y autodestructivo (recuerden al más alto representante del Estado en Cataluña, Artur Mas, desguazándolo desde dentro cada día un poco más) que sólo sirve para pagar sus propios gastos de funcionamiento. Y ya ni eso.
El Diario Montañés, 25 de junio de 2013
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