La rebelión socialista catalana es el síntoma más evidente del profundo mal que aqueja a la izquierda española: el rechazo hacia su propia nación, fenómeno único en las izquierdas europeas. La cosa empezó a fraguarse hace aproximadamente un siglo. El dirigente socialista vizcaíno Julián Zugazagoitia señaló en 1940 la sorprendente metamorfosis comenzada en la izquierda española, consistente en la sustitución del internacionalismo proletario por la adhesión a las recién inventadas, y hasta entonces tenidas por reaccionarias, patrias vasca y catalana.
Desde Marx hasta el primer tercio del siglo XX, pasando por las diversas Internacionales, la izquierda había sentido repulsión por cualquier cosa relacionada con lo nacional hasta el punto de lamentar la variedad cultural y lingüística que caracteriza al ser humano. En la prensa socialista se celebraba la mengua de las lenguas regionales y se llegó a escribir que “quisiéramos un Gobierno que acabara con todos los dialectos y lenguas diferentes de la nacional”, primer paso hacia la fusión universal de todos los pueblos, razas y naciones en una única comunidad con una sola lengua, a ser posible el esperanto, diseñado para tal fin. No en vano la Constitución republicana estableció la imposibilidad de exigir a ningún español el conocimiento o uso de ninguna lengua regional así como la obligatoriedad de la lengua castellana en las aulas de las regiones bilingües.
Pero la izquierda, inclinada por ideología a anteponer la utopía a la realidad y atiborrada de Leyenda Negra, pasó de menospreciar la natural variedad de los hechos culturales a abrazar cualquier invención “nacional” con la única condición de que fuese hostil a España, la única nación que, a pesar de no necesitar ni construcciones nacionales ni ingenierías sociales pues su realidad histórica y humana salta a la vista, es, de Recaredo a Franco, cosa de fachas.
Y de ahí arranca la sumisión de la izquierda ante cualquier separatismo. Cada cual, que ponga el ejemplo que prefiera.
El Diario Montañés, 5 de marzo de 2013
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