¡Hay que ver cuán mudables son las cosas de Dios! Tanto que no debiera sorprender que aumente el número de ateos.
Allá por 1936 el cardenal primado de España, el catalán Isidro Gomá, fue uno de los principales defensores del alzamiento del 18 de julio, justificó teológicamente la guerra civil, impulsó su designación como Cruzada, denunció el “instinto infrahumano” de los separatistas vascos y catalanes y definió la contienda como “la lucha entre la civilización cristiana y la barbarie, entre España y la Anti-España”.
También catalán fue Josep Cartañá e Inglés, obispo de Gerona, quien ejerció de mano derecha de Gomá en su labor propagandística de la Cruzada y que el 10 de marzo de 1939 escribió que “es nuestro deber manifestar al Señor nuestro agradecimiento y pedirle por el triunfo definitivo del glorioso Ejército Nacional”.
El obispo que en septiembre de 1936 publicó la carta pastoral Las dos ciudades, transcendental para el alineamiento de la iglesia con los alzados, fue el también catalán Enrique Pla y Deniel, posteriormente cardenal, procurador en las Cortes franquistas y miembro del Consejo del Reino. Tal fue su poder en aquel tiempo que consiguió impedir la publicación de La fiel infantería, libro del eminente falangista Rafael Garcia Serrano que había conseguido el Premio Nacional de Literatura de 1943, por juzgarlo intolerablemente volteriano y considerar inadmisible que los soldados nacionales dijeran palabrotas y fueran de putas.
Parece improbable que a los niños que sacan en la tele pidiendo la independencia se les expliquen en el colegio estos detalles sobre la opresión de Cataluña por parte de la eternamente fascista España. Pero de lo que no cabe duda, vista la devoción con la que la iglesia catalana apoya hoy la causa separatista, es de su oportunísimo olfato político. Siempre con las últimas tendencias de la moda.
El Diario Montañés, 23 de octubre de 2012
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