Cuando en un enfrentamiento ideológico uno de los bandos puede decir lo que quiera sin limitación alguna mientras que el otro tiene que vigilar cada una de sus palabras, ocultar muchas de las que quisiera decir y disfrazar las que finalmente utiliza, este segundo bando entra en liza con media guerra ya perdida. Esto es lo que les pasa a ciertos defensores de la nación española, que se creen obligados a llenar su discurso de epítetos para no pecar.
En primer lugar está lo del patriotismo constitucional, vergonzante petición de excusa por adelantado. Es como admitir que de España se puede ser patriota pero poco. Y para hacérselo perdonar, se añade la referencia a la Constitución, atenuación de la densidad de patriotismo para que no escueza demasiado. Pero el patriotismo no tiene nada que ver con constitución alguna, pues cualquier patria es algo que está antes y por encima de cualquier constitución. Antes, porque tiene que haber primero una patria para dotarla de una constitución. No existen las constituciones en abstracto. Existe la Constitución española, la francesa o la italiana, que encuentran su explicación en la existencia de sus respectivas naciones. Y por encima, puesto que la patria es lo necesario y las constituciones, lo contingente. Las constituciones pasan, se reforman, se derogan y se sustituyen. Pero la nación que las hizo surgir es lo que continúa su recorrido en la historia, con una u otra constitución.
El segundo epíteto vergonzante es el de la nación cívica. Confieso que la primera vez que lo oí me desorientó.
–Está bien –pensé– esto de subrayar la importancia de la buena educación de los ciudadanos. Pero, ¿será que sin ese adjetivo, se estaría defendiendo una nación incívica?
Se me contestó que no, que lo que quería defenderse era una nación de ciudadanos, lo cual me dejó aún más sorprendido, incapaz como me veía de imaginar una nación de coliflores, de perros o de semáforos.
–Pero eso es innecesario –repuse–. Todas las naciones son de ciudadanos. Es una obviedad que una nación está conformada por personas, no por animales o cosas.
–No. Lo de cívica es para contraponerlo a la nación étnica –me explicaron–. Lo que queremos decir con ello es que nuestra concepción de la nación descansa en el individuo, venga de donde venga, y no en los condicionantes étnicos e históricos, que es en lo que se basan los nacionalismos excluyentes.
Y aquí es cuando comprendí la notable cantidad de errores acumulados en la nación cívica.
Primer error: no hay naciones cívicas. No hay nación –y mucho menos aún en nuestra vieja Europa– que no tenga una fundamentación étnica e histórica. España es lo que es, al igual que cualquier otra nación europea, no por ser una aglomeración de ciudadanos salidos de la nada, sino porque tiene una historia y una cultura que le han dado forma.
Segundo error: no es cierto que nuestros separatismos sean nacionalismos étnicos o identitarios, por lo que no tiene sentido oponerles un nacionalismo cívico que ellos también propugnan. Nuestros separatismos fueron etnicistas, pero ya no lo son. Hace un siglo nacieron –y durante unas cuantas décadas continuaron manteniéndolo– con el fin de preservar unas esencias raciales, culturales y espirituales que los separatistas consideraban en peligro a causa de su pertenencia a España. Pero hoy ya no son el Rh vasco, el cráneo catalán o tal o cual volksgeist los valores a conservar. Ya no es la preservación de la estirpe el núcleo de la reivindicación nacionalista. Todos nuestros separatismos llevan muchos años reivindicando su propio nacionalismo cívico, para lo que incluso utilizan textualmente esta expresión. Todos los partidos nacionalistas, de cualquier región e ideología, llevan muchos años dejando bien claro que cualquiera puede ser vasco, catalán o gallego. Basta con quererlo. Basta con apuntarse a ello, se venga de donde se venga, mientras que el vasco, catalán o gallego de pura cepa que se defina como español, deja de ser vasco, catalán o gallego. Es cierto que se sigue utilizando la excusa de la lengua, pero ya no como la manifestación de un ancestral espíritu nacional, sino como prueba de la afiliación del individuo al nuevo club nacional.
Ejemplos: "La ciudadanía no sólo se debe adquirir por nacimiento en el territorio o por el origen de los padres, sino también por la voluntad de integrarse en la sociedad de acogida" (declaración de ERC). "Aceptaremos como a un hermano a todo aquel, sea cual sea su origen, que quiera compartir con nosotros la suerte de nuestro pueblo" (declaración del PNV).
Es decir: españoles, fuera; todos los demás, dentro.
Los separatistas no quieren defender ninguna esencia étnica, ninguna identidad nacional nacida de la cultura y la historia. Tan solo quieren montar su propio negocio con ellos de presidentes, y para ello tienen que destruir España. Lo de la defensa de la vasquidad, la catalanidad o la galleguidad es sólo una excusa para engañar, adoctrinar y movilizar a la gente.
Si no se ve claro esto, si se insiste en el error de la nación cívica, la guerra está perdida.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
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