Aunque de vez en cuando se arranquen por modelos kosovares o canadienses, parece claro que la gran excusa del plan de Artur Mas en los próximos meses va a ser Escocia. La brumosa tierra de William Wallace, además de no formar parte de una Britannia romana de la que quedó separada por el muro de Adriano, fue un reino independiente hasta 1707; independiente y hostil a Inglaterra, reino que intentó conquistarla militarmente en varias ocasiones. En 1603 Jacobo VI de Escocia heredó el trono inglés, con lo que las dos coronas se posaron en la misma cabeza. Pero los dos estados no se fundieron en uno hasta que en 1706 los dos parlamentos acordaron, mediante el Treaty of Union, crear el Reino Unido de la Gran Bretaña. El año siguiente ambos parlamentos ratificaron el tratado en sendas Acts of Union.
Cataluña, por el contrario, formó parte de la Hispania romana (con capital precisamente en Tarragona) y de la visigoda (con capital precisamente en Barcelona antes de trasladarse a Toledo). Nunca exisitió un reino de Cataluña, nunca ningún hostil reino de España intentó conquistarla militarmente y nunca ningún parlamento de un reino catalán ni ningún parlamento de un reino español acordaron ningún tratado para unirse de mutuo acuerdo. Al contrario, los catalanes participaron, como los demás cristianos, en la reconquista y en la unificación de España mediante el matrimonio de los reyes de Castilla y Aragón. Nunca existió un estado catalán que tomase la decisión de unirse al español y que ahora pudiese revocarla. Y, por mucho que mientan los separatistas, Cataluña no fue conquistada por España en 1714, sino que en dicho año fueron vencidos, en su último reducto de Barcelona, los últimos partidarios del archiduque Carlos al trono de España.
Por lo tanto, ni histórica ni jurídicamente tienen el caso escocés y el catalán el menor parecido. ¿Por qué, entonces, tanta insistencia en compararlos? Porque se pretende hacer pasar por bueno un enorme fraude: que Cataluña tiene el mismo derecho histórico y jurídico que Escocia a decidir unilateralmente su secesión. En cuanto a la argumentación jurídica, bien fácil es comprender que la legislación británica no puede ni tiene por qué trasladarse a un caso totalmente distinto. Lo que establezca la Constitución no escrita británica y lo que hayan acordado el parlamento y el gobierno británicos a la vista de las Acts of Union aprobadas en su día es materia del parlamento y del gobierno británicos y será desarrollado según la legislación británica, pero en modo alguno tiene por qué ser exportable a ningún otro lugar del mundo. Desde luego no a España, el artículo 1.2 de cuya Constitución establece que la soberanía nacional reside en el pueblo español, sin posible fragmentación territorial alguna.
Además, la querencia de los separatistas catalanes por el modelo escocés es arbitraria. Ya que tanto les gusta fabular con la Edad Media, ¿por qué no alegan como modelo el de los siete reinos –estos sí existentes, no como el inexistente reino de Cataluña– en que durante medio milenio estuvo dividida Inglaterra? ¿Quizá porque si a los habitantes de los actuales territorios de Northumbria, Mercia, East Anglia, Essex, Kent, Sussex y Wessex se les ocurriese autoproclamarse “por razones de legitimidad democrática, carácter de sujeto político y jurídico soberano”, sesenta millones de británicos se morirían de risa? ¿Por qué no cruzar el canal y escoger como modelo el francés? ¿Quizá porque las carcajadas iban a ser todavía mayores en la République Une et Indivisible si a los regidores de los departamentos de Alto Rhin, Córcega del Sur o Pirineos Orientales se les ocurriese semejante idea? ¿O por qué no apelar al ejemplo de un Estado federal, ese modelo tan valorado últimamente por algunos, y apuntarse al mismo derecho de secesión del que gozan los Estados de Baden-Württemberg, Baviera o Schleswig-Holstein? O, mejor aún, al de Virginia, Georgia y Tennessee. Seguro que Artur Mas podrá contar con el apoyo de los descendientes de Lincoln.
El ejemplo escocés también sirve para otras reivindicaciones, no por ajenas a lo jurídico, de menor peso propagandístico. Pues el hecho de que Escocia, Irlanda del Norte, Gales e Inglaterra jueguen los campeonatos internacionales de fútbol en selecciones separadas es utilizado por nuestros separatistas como argumento para reclamar las suyas con el deseo, no de fomentar el deporte, sino de ponerlas a su servicio como embajadas volantes y pruebas ante el mundo de la existencia de sus pretendidas naciones. Además, en el otoño del muy simbólico año de 2014, que los separatistas catalanes presentan fraudulentamente como el tercer centenario de la conquista española, se celebrará el referendo ansiado por el partido de Alex Salmond, que ha escogido dicho momento no por casualidad. Pues en dicho año coinciden el séptimo centenario de la batalla de Bannockburn, en la que los escoceses de Robert the Bruce preservaron su independencia venciendo al ejército inglés de Eduardo II, y los 20º Juegos de la Commonwealth en Glasgow, en los que se enfrentarán los equipos de Inglaterra y Escocia. Y los partidarios de la independencia pretenden aprovechar ambos acontecimientos para agitar el fervor patriótico de sus paisanos.
Pero el motivo por el que existen dichas cuatro selecciones no es nada relacionado, como hubieran deseado nuestros separatistas, con ningún derecho de autodeterminación, sino con el hecho de que el fútbol fue inventado por británicos. La asociación futbolística inglesa se fundó en 1863, la escocesa en 1873, la galesa en 1876 y la irlandesa en 1880. El primer encuentro entre los equipos escocés e inglés se celebró en 1872. Cuando se creó la FIFA en 1904, los cuatro equipos llevaban jugando entre ellos más de tres décadas, y dada tan consolidada tradición, se les concedió el privilegio extraordinario de seguir existiendo, lo que no sucede en ningún otro país del mundo. Por otro lado, la elección de los equipos futbolísticos por parte de nuestros separatistas es, una vez más, interesada y arbitraria. ¿Por qué no escogen como modelo al equipo olímpico británico, único para ingleses, escoceses, galeses y norirlandeses?
Y en cuanto a la representación política exterior, para hablar de cosas serias, ¿nunca han caído en la cuenta de que no hay embajadas de Inglaterra, Escocia y Gales, sino sólo del Reino Unido de la Gran Bretaña?
La respuesta es fácil: sin el perpetuo falseamiento el nacionalismo catalán no tendría ni motivos, ni excusas, ni explicaciones, ni justificaciones, ni razones, ni argumentos.
El Diario Montañés, 2 de abril de 2013
Versión de este artículo en inglés
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