Semana ¿Santa?

No pasarán muchas décadas antes de que algún historiador, siguiendo las huellas de Gibbon, describa la decadencia y caída del imperio cristiano. Porque, salvo imprevisible giro histórico o metafísico, parece que el Cristianismo no tardará en recordarse, al menos en la descreída Europa, como otra religión pasada. De ella sólo va quedando la superstición, es decir, la superficie, la corteza. Pero de lo importante no suelen preocuparse ni los que todavía, por inercia, se tienen por creyentes.

 

En la excatólica España se acumulan los síntomas. Por ejemplo, casi nadie celebra la cuaresma –ni sabe lo que es, ni la ha oído mencionar– pero de celebrar el carnaval no se olvida nadie. 

 

Durante muchos años se programaron en la televisión peplums sobre la vida de Jesucristo o los orígenes del Cristianismo. Hoy, aunque se siguen programando, ya no tienen necesariamente tema cristiano. Lo que cuenta es que que haya lanzas, escudos, esclavos y gladiadores. La referencia al Cristianismo es sólo un elemento más, y no el más importante, como lo prueba el hecho de que suele ser eliminado.

 

Sin llegar al extremo del Rocío, cima del folclore populachero disfrazado de religión, y al igual que de la peregrinación a Santiago o Santo Toribio sólo queda el turismo y de la Navidad los regalos, la Semana Santa ya sólo cuenta para la mayoría como un período más de vacaciones, apreciado quizá por su faceta cultural. Pero con ello se corre el riesgo de que, centrado el interés en tambores y capirotes, acabe confundida con cualquier fiesta de moros y cristianos.

 

No son pocos los que se alegran de todo esto, quizá porque imaginan que a la Humanidad religiosa le sustituirá otra más sabia, justa y feliz. Pero el problema es que el relevo sólo podrá ser un espantoso híbrido de horror e imbecilidad.

 

El Diario Montañés, 12 de abril de 2012

 

 

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