Regreso a las tricotosas

A los pies de madame Guillotina, paridora del mundo moderno, se distinguió un grupo de mujeres por influir desmesuradamente en la toma de decisiones y por acompañar con sus ininterrumpidas labores costureras el río de sangre que fluía a sus pies. Desde aquellos días fundadores de nuestra feliz época de derechos e igualdades, las tricoteuses son recordadas como modelo de plebeyez tiránica y vulgaridad rencorosa. 

 

En la España de hoy su ejemplo es seguido por multitud de ofendidos porque les han tocado su bolsillo. Si no, no moverían un dedo. Cada día se muestran nuevos ejemplos de vociferadores que, con cualquier excusa y en cualquier momento y lugar, dan rienda suelta a su rencor y su mala índole siempre que se les ponga a tiro un representante de la voluntad popular. Consecuencia lógica de dos siglos de adulación, estas nuevas tricotosas han comprendido perfectamente el dogma esencial de la infalibilidad democrática del pueblo, lo que les conduce a permitirse atribuir siempre la culpa a los demás, es decir, a los dirigentes por ellas elegidos. Pero esos dirigentes no han llegado a lomos de meteorito. Salen del pueblo y es el pueblo el que los elige. ¿Por qué, pues, tanta queja? ¿El pueblo, además de infalible, es siempre inocente e irresponsable? Aunque cierto es que ha tenido buenos maestros, esos políticos que, en vez de dialogar sensata y educadamente sobre cómo conseguir una gestión justa y eficaz de la cosa pública, se dedican a expeler ponzoña en vez de a aportar argumentos.

 

Pero, regresando a las modernas tricotosas, una de sus encarnaciones más llamativas es la de los actores y otros miembros de la farándula, millonarios subvencionados metidos a Robin Hoods que, además, se creen referentes morales e intelectuales. ¿De dónde habrán sacado tan curiosa pretensión? Pues, indudablemente, su mundo no es el del pensamiento jurídico-político ni el del ejemplo ético, sino el de la vanidad. Dedíquense a ella.

 

El Diario Montañés, 19 de febrero de 2013

 

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