Originales, estas cruzadas cristofóbicas que, con cualquier frágil excusa, reverdecen intermitentemente ante la sequía de argumentos serios sobre asuntos serios. Y lo más interesante es que sus adalides, dóciles inquisidores de la Santa Iglesia de la Corrección Política, se creen el colmo de la transgresión. ¡Vaya mérito y menudo riesgo meterse a estas alturas con la religión católica!
Además de transgresores se creen modernísimos, cuando todo esto se inventó hace mucho. Los precursores de 1789 superaron con creces a sus cansinos imitadores actuales. Mil barbaridades aparte, se persiguió sistemáticamente todo lo que tuviera que ver con el cristianismo. Y, desde lo trágico hasta lo cómico, no se puede negar que derrocharon imaginación. Por ejemplo, prohibieron el toque de campanas, secularizaron los entierros mediante su presidencia por un funcionario público y cambiaron el nombre de los cementerios por el de campos de reposo. Se prohibió decir “Gracias a Dios”, delito por el que muchos acabaron en prisión, y se estableció la obligación de decir “Gracias a la Naturaleza”. También se prohibió celebrar el domingo y se eliminaron las referencias religiosas del calendario convirtiendo a los santos en animales y plantas con especial énfasis en las grandes fiestas cristianas: Navidad quedó convertido en el Día del perro y Epifanía en el del bacalao.
Similar fue la experiencia republicana española. Porque, baño de sangre aparte, se intentó acabar simbólicamente con el Cristianismo mediante medidas como sustituir la Nochebuena por la Noche Popular, las fiestas navideñas por la Semana del Niño y la Semana Santa por las Vacaciones de Primavera.
Mención aparte mereció Nicolás Guerendiáin, dirigente socialista irunés que, en el alarde de san Marcial de 1936, ganaría la inmortalidad por el grito con el que sustituyó los tradicionales vivas a España, a Irún y al santo: “¡Viva san Marcial laico!”.
Y en ésas siguen algunos anticuados.
El Diario Montañés, 2 de enero de 2013
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