Según parece, la representante española en la 55ª Bienal de Venecia va a ser una artista zaragozana cuya obra consistirá en montañas de escombros. El artístico asunto nos costará a los contribuyentes españoles 400.000 euros, una ganga en comparación con los 800.000 de la edición anterior. Esperemos que a esta obra de arte no le suceda lo que a esas otras que de vez en cuando acaban tiradas a la basura por unos encargados de la limpieza de los museos que, con censurable criterio, las toman por desperdicios. O a aquel cuadro embadurnado a manotazos por unos niños de tres años, colgado subrepticiamente en la feria de arte contemporáneo ARCO y juzgado por expertos de todo pelaje como una sutil y compleja aportación, plena de angustia y tristeza, reflejo de la desesperación de un experimentado pintor deseoso de encontrar un camino nuevo y dar salida a una intensa aunque reprimida carga erótica.
Pero la cosa no es nueva. Al escritor francés Roland Dorgelès, enemigo confeso del por entonces incipiente arte abstracto, se le ocurrió en 1910 atar una brocha al rabo de Lolo, un pollino oportunamente inspirado mediante zanahorias. Y todo ante notario. Presentado el cuadro resultante, Puesta de sol en el Adriático, firmado por un inexistente Boronali (anagrama de Aliborón, nombre poético medieval del burro), junto con un Manifiesto del Excesivismo, los críticos se lanzaron a elaborar sesudos artículos sobre la cuestión. Y cuando Dorgelès desveló la farsa dejándolos a todos con el culo al aire, todavía hubo uno que tuvo el cuajo de cuestionar la legitimidad de las risas provocadas: “Sí, rieron. Pero, ¿de qué calidad eran esas risas?”.
Está claro que la cultura europea murió hace ya mucho. No hay más que ver las multitudes de autómatas que plagan los museos en busca de reliquias de un mundo tan extinguido como el de las pirámides. Nosotros no somos más que la última generación de gusanos que sobrevive a duras penas sobre su cadáver. Atinada idea, la de los escombros.
El Diario Montañés, 21 de mayo de 2013
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