La Guerra Civil ha vuelto, más por agitación política que para conmemorar su aniversario. Proliferan los reportajes, artículos y libros sobre una materia que se confirma cada vez más no sólo como el acontecimiento esencial de la historia reciente de España sino como el eje sobre el que, lamentablemente, giran demasiadas cosas de la política actual.
Desde estas humildes páginas queremos colaborar con unas líneas dedicadas a un aspecto poco estudiado de nuestra guerra y que quizá mereciera alguna atención por parte de nuestros ensayistas.
La moral del soldado es un elemento primordial a la hora de ganar batallas, tanto como el número o el armamento. Pues la historia nos enseña que la dignidad de una causa es decisiva en la entrega de sus partidarios y en la voluntad de morir por ella. Llegados a 1936, una de las evidencias que desde un punto de vista estrictamente militar –motivaciones ideológicas aparte– saltan a la vista de cualquier observador, fue el contraste entre la seriedad del ejército nacional y el caos en el que naufragó el republicano, causa primordial de la pérdida de una guerra que por recursos, hombres y armamento debiera haber ganado con facilidad.
Un extremo ciertamente anécdótico y pintoresco es el de la denominación de las unidades de cada ejército, que vino dada en gran medida por la ideología de ambos bandos. Los criterios de bautismo fueron varios: el nombre de sus comandantes (Columna Beorlegui, Sagardía, Durruti); la procedencia geográfica (Brigadas de Navarra); una numeración (Quinto Regimiento); un nombre más o menos poético (Columna de Hierro, Regimiento Fantasma); un recuerdo histórico (tercios Oriamendi o Lácar); un homenaje político (Columna Macià-Companys, Batallón Arana Goiri); una advocación religiosa (Tercio de Montserrat), etc.
Pero, junto a estas denominaciones, en el bando republicano proliferaron los batallones, tropas de milicianos y otras unidades bautizados con nombres tan inspirados como Exterminio, Linces de la República, Leones de Carabanchel, Águilas rojas, Chacales del progreso, Lobos grises de la Pasionaria, Vengadores de Cuatro Caminos, Los que no corren (mal síntoma, tener que aclararlo), Hienas antifascistas, Dinamita cerebral, Somos la rehostia o Los Hijos de Puta.
Probablemente estemos siendo demasiado osados al apuntar esta sugerencia a los historiadores, pero quizá sea éste otro factor de los muchos que acabaron inclinando la balanza del lado alzado. Porque parece que dar la vida bajo los estandartes del Tercio de Monserrat o las Brigadas de Navarra es una cosa digna. Pero el Hijos de puta o el Somos la rehostia más bien parecen sacados de un chiste de Gila. Y así, la verdad, no hay quien gane una guerra.
Bueno, sí. Ganarse sí que se gana. Pero setenta años después, cuando llegue un gobierno que les declare los buenos, y a los otros, los malos.
Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada
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