¿Por qué la izquierda gana siempre en Andalucía?

La sociedad andaluza ha demostrado una vez más su peculiaridad. Ni el paro de dimensiones prerrevolucionarias, ni el nepotismo universal, ni la corrupción masiva parecen haber influido en los votantes, siempre fieles a su secta política, como, por otro lado, también ha sucedido en Valencia y Baleares.

 

Evidentemente, la abstención de muchos votantes del PP, tras tomar Rajoy medidas opuestas a las que propuso desde la oposición, ha influido en la pérdida de votos de dicho partido. Pero eso no es más que una pequeña parte de un fenómeno que se ha querido explicar desde varios puntos de vista. 

 

Uno de ellos ha sido la tibieza con la que UCD y AP encararon el proceso autonomista andaluz en los tiempos transicionales, lo que entregó a la izquierda la bandera de una descentralización que todo el mundo veía en aquellos años como la gran panacea política. Pero no haberse subido desde el primer momento al carro del autonomismo no es obstáculo para ganar unas elecciones regionales. Lo mismo pasó, sin ir más lejos, con la derecha cántabra de la transición, tanto UCD como AP, partidos mayoritariamente partidarios de la integración de Cantabria en Castilla. Pero luego ganaron las elecciones regionales y no tuvieron empacho en gobernar durante muchos años la región contra cuya existencia se habían declarado.

 

También se ha acudido al clientelismo para explicar la inamovilidad de los despachos del palacio de San Telmo. Pero el clientelismo, lejos de darse sólo en Andalucía, es una enfermedad característica del Estado de las Autonomías, esa nueva modalidad de cacicato suavizado por las urnas. El enchufe y el abuso son universales, y no por ello dejan de cambiar los gobiernos autónomos de vez en cuando.

 

Lo que hace de Andalucía una región distinta de las demás españolas es su peculiar estructura social, heredada del proceso de repoblación medieval. Entre el mar cantábrico y la cordillera, en los siglos VIII y IX, los habitantes eran hombres libres que ocuparon una tierra que en buena parte ya tenían y nunca perdieron a manos de los moros. Además, el relieve, muy montañoso, favorece el minifundio. 

 

Entre la cordillera y el Duero, una vez dado el primer salto hacia el sur, la técnica repobladora más habitual fue la del derecho de presura. El primero que llegaba ponía las estacas y se quedaba con ello. Fue, por lo tanto, una repoblación asimismo individual y avalada por los reyes. También hubo nobles y monasterios que se favorecieron de las nuevas tierras, pero más o menos todos pudieron hacerse con una propiedad. 

 

Entre el Duero y el Sistema Central la repoblación fue concejil. Buena parte de las tierras eran comunales, de las cuales podían aprovecharse todos los vecinos, y otra parte era la apropiable por cada uno, generalmente limitada a lo que pudiera arar una familia en un día. 

 

Pero en la meseta sur y sobre todo en las actuales Andalucía y Extremadura, es decir, las tierras ganadas a partir de las Navas de Tolosa, la repoblación la hicieron las órdenes militares debido a ser un territorio fronterizo en perpetua agitación bélica. Por eso los grandes latifundios españoles siguen estando en esas regiones. Los señoritos de hoy, sustituidas las hazañas de espada por las de papel cuché, son los descendientes de los nobles guerreros de los siglos XIII y XIV y de los burgueses adinerados que los sustituyeron con las muy defectuosas desamortizaciones decimonónicas. Por eso ésta es la única parte de España donde se han dado hasta hoy las enormes desigualdades sociales entre señoritos riquísimos e inútiles y paisanos pobres, analfabetos y oprimidos, sin burguesía en medio (la sociedad reflejada, por ejemplo, en Los santos inocentes es inimaginable en el norte de España). Y el gran salto socioeconómico de los años 50 a 70 tampoco cambió gran cosa pues se logró, no mediante la dignificación del campo andaluz, sino mediante la emigración masiva a las grandes ciudades y centros industriales del resto de España y Europa.

 

Pues bien: el PSOE, en buena parte gracias al descarado adoctrinamiento radiotelevisivo, ha conseguido inocular en el alma de millones de andaluces que el PP es el partido de los señoritos, como si se tratase de una inamovible casta dominante que encarnaría con efectos retroactivos a la Orden de Calatrava, el Antiguo Régimen, Primo de Rivera, el Franquismo, la pederastia del duque de Feria y las fincas de la duquesa de Alba. No por casualidad Manuel Chaves, que sabía muy bien cómo acariciar el oído de un electorado aferrado al voto visceral, resentido, atávico, hereditario, acusó al PP de seguir mirando a Andalucía desde lo alto de la jaca.

 

Y frente a la derecha opresora se encontraría el PSOE, partido del pueblo, garante de la subvención, apoyado masivamente y con religiosa fidelidad sobre todo en el ámbito rural. Por el contrario, en las ciudades, donde no se da ese esquema social y mental, el PP ha vuelto a ser el partido más votado, como en el resto de España.

 

Salvo que por razones hoy imprevisibles el conservadurismo izquierdista se disuelva, será difícil que el PSOE andaluz pierda, o que, aun perdiendo, deje de contar con el rescate comunista. Al menos hasta que esta generación haya muerto y las circunstancias sociales, económicas y políticas de Andalucía, España y Europa hayan cambiado lo suficiente, para bien o para mal.

 

 

El Diario Montañés, 3 de abril de 2012