Hinchas de la política, o el hombre y el gorila

Desengáñese, prudente lector: la mayoría de nuestros conciudadanos no se adscriben a una opción política o a otra por convencimiento nacido de la reflexión. Se es de un partido o de otro por motivos bien diferentes, entre los cuales no es el menos importante el bando en el que militó el abuelito en el 36. Aunque el principal motivo es mucho más sencillo: porque sí. Aunque quizá lo más acertado fuese porque no, porque, al menos en esta cainita España, se vota más en contra que a favor.

 

A esto hay que añadir la irracionalidad de los afectos, que no sólo determinan las filias y fobias balompédicas, sino que impregnan, y no poco, el ámbito de la política. Porque en España se es hincha de los partidos políticos tanto como de los equipos de fútbol. Y tanto lo uno como lo otro sirven, fundamentalmente, para canalizar la frustración y la agresividad de las que, lamentablemente, por aquí andamos sobrados.

 

Lo mismo sucede con los medios de comunicación, frecuentados sólo por los de la hinchada propia y nunca por los de la ajena. Así, la reflexión política se desarrolla en compartimentos estancos, quedando recluida en sí misma como retroalimentación de los ya convencidos. 

 

A eso hay que añadir la injustamente alabada rebeldía de la juventud, hermoso eufemismo que suele ocultar la pulsión al gamberrismo que late en el fondo de casi todos esos primates que nos creemos humanos. Porque, biempensante lector, nunca debe olvidarse que el homo sapiens no es otra cosa que un gorila que puede leer. Y a pesar de que la civilización simula darnos un barniz de racionalidad, en cuanto las circunstancias lo permiten y se rasca un poco, emerge el gorila cruel y lascivo que todos llevamos dentro.

 

En nuestros deportivos días, el gorileo se manifiesta sobre todo contra los árbitros y la hinchada contraria, aunque la reciente moda del botellón y concentraciones similares permite extender grandemente el abanico de posibilidades. Pero también pueden encauzarse los impulsos gorilescos hacia la reivindicación política –sobre todo si media en ello el ímpetu patriótico, real o inventado– y ahí están para demostrarlo las actividades de los jóvenes separatistas, desde la gorila borroka hasta el tiro en la nuca. Por eso en el País Vasco hay poco gorileo futbolístico: el cupo ya está cubierto por el nacionalismo. Y en Cataluña los especialistas celebran el espectacular crecimiento de la población gorilácea local.

 

Quizá el pecado original de nuestra época de derechos del hombre y sufragio universal se encuentre en la exagerada e inicua separación que algunos establecieron hace un par de siglos entre el hombre y el gorila, como denunció en vano Jerónimo Coignard, el abate borrachuzo y libertino creado por el izquierdista más reaccionario de las letras francesas, al que tantos momentos de placer y sabiduría debo.

 

De ahí que los que practican el optimismo antropológico, desde aquellos modélicos canallas de Rousseau y Robespierre, siempre me hayan parecido unos necios. Y peligrosos.

 

Artículo publicado durante la primera legislatura zapateriana, entre 2004 y 2008, e incluido en España desquiciada