Responda con sinceridad, sufrido votante: ¿se atrevería usted a poner la mano en el fuego por una recuperación económica de España tan fulgurante que en pocos años consiguiese reducir drásticamente sus millones de parados? ¿Y por la pervivencia de una Constitución que ahora casi todos quieren reformar para satisfacer sus intereses partidistas? ¿Y por el saneamiento de una clase política mediocre y corrupta? ¿Y por una regeneración de la vida nacional, no sólo de la política, tan profunda que convirtiese al pueblo español en uno tan productivo, cívico, culto, educado, cumplidor, emprendedor y responsable que pudiese situarse a la vanguardia de Europa en prosperidad y solidez? ¿Se atrevería tan sólo a asegurar que España continuará existiendo dentro de cinco años y que no se habrá balcanizado en varios pedazos con las gravísimas consecuencias económicas, políticas, militares, internacionales y humanas que ello conllevaría? ¿Y que la corona seguirá en la cabeza del actual rey o de su sucesor?
Este humilde escribidor no tiene inconveniente en confesar que no se jugaría en estos asuntos ni un pelo de su cabellera. Por eso comprende muy bien que los dirigentes olímpicos hayan preferido jugar la carta de la seguridad y el buen hacer japoneses. ¡Como para arriesgarse a que el país anfitrión de los juegos de 2020 sea un avispero o sencillamente haya dejado de existir!
Pero no seamos impíos y agradezcamos a Zeus, Poseidón y compañía la estupenda oportunidad que tan graciosamente nos han concedido para apartarnos de tanto culto al sudor y ocuparnos de cosas serias y perdurables. Porque en esta balompédica exnación sobran chutadores multimillonarios, gandules aristocráticos, canallas televisivos y politicastros iletrados en la misma proporción en que faltan trabajadores responsables, empresarios imaginativos, investigadores constantes y dirigentes capaces. Lo que a España le hace falta es menos nacional-futbolismo y más patentes, menos triunfos deportivos y más premios Nobel, menos opio del pueblo y más seriedad.
El Diario Montañés, 24 de septiembre de 2013