Circula por la red un vídeo de promoción del teleférico y cafetería en la cima de Castro Valnera. Con texto sembrado de superlativos y musiquilla new age, el vídeo explica lo especial del lugar y lo sumamente respetuosos que con tan delicado entorno –montaña, bosques y aguas recién nacidas– serán el tendido del teleférico, sus estaciones inferior y superior, la torre intermedia, los aparcamientos y la carretera de acceso. Simplemente el hecho de que a ésta, para suavizar, se la llame vial basta para demostrar que, sin su ración de eufemismos, la cosa no acabaría de colar. La principal virtud del proyecto, dicen quienes lo promueven para recoger una generosa cosecha de votos, es abrir a todo el que compre un billete –para ser exactos, 450 personas por hora– un lugar hasta ahora sólo visitado por “aves y senderistas experimentados”. Inatacable argumento, vive Dios: el sufragio universal aplicado a la montaña. ¿Por qué van a poder subir allí sólo los capaces de subir? ¡Qué injusticia! ¿Dónde quedó la igualdad? ¡Abolamos las dificultades! ¡Democraticemos las alturas!
Algunos quizá recuerden el coloquio tenido hace veinte años con el por entonces director de Cantur, Andrés Porcelli, sobre otro proyecto de teleférico desde la estación superior de Fuente De hasta Horcados Rojos para que todos pudiesen contemplar la cara sur del Naranjo sin mover un músculo.
–También quienes no pueden subir montañas tienen derecho a verlo –explicó Porcelli.
–¿Que pasaría si después, insatisfechos con la sola contemplación, se pretendiera prolongar el artefacto hasta la misma cima? –preguntó uno de los asistentes.
–Si el pueblo lo pide... –zanjó el gestor turístico.
Casi como moraleja, el debate concluyó con la visión de unas diapositivas tomadas por otro de los asistentes en las que aparecía el concesionario de la cafetería de la estación superior del teleférico vaciando alegremente precipicio abajo los cubos de basura de cada día.
El Diario Montañés, 19 de marzo de 2013
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