En estos días se comenta mucho el artículo del Plan Ibarretxe que regula una eventual anexión del municipio de Villaverde de Trucios a la comunidad autónoma vecina.
Los partidos lo utilizan para embestirse, e incluso habido quienes se han sorprendido por la iniciativa nacionalista sobre dicho enclave cántabro. Pero a nadie debería haberle sorprendido. El asunto no es de hoy. El nacionalismo vasco, desde su alumbramiento por Sabino Arana, ha combinado una intensa hostilidad hacia los montañeses con una no muy disimulada avidez por anexionarse porciones de nuestra provincia por considerarlas tierras arrebatadas a la Euskalerría de sus deseos.
Por ejemplo, en 1941, la dirección peneuvista en el exilio apresurábase a preparar el reparto del pastel que se esperaba tras su regreso una vez derrocado Franco por los aliados, pues no dudaba de que tarde o temprano éste acabaría alineándose con el Eje. En enero de ese año los nacionalistas vascos, en coordinación con los catalanes, dirigieron un comunicado al Foreign Office en el que solicitaban la cooperación británica para incorporar a la futura República Vasca los territorios que ellos mismos fijasen que en un momento u otro de la Edad Media hubiesen pertenecido a la corona de Navarra sin considerar el antes o el después, sin atender a que fueran o no étnica o lingüísticamente vascos y olvidando que las tres Provincias Vascongadas estuvieron vinculadas siempre a Castilla y no a Navarra, con la excepción de unos cuantos años durante el reinado de Sancho el Mayor al heredar éste el título de conde de Castilla. Para hacer las cosas con orden y sistema, redactaron una Constitución de la República Vasca cuyo artículo 5º declaraba territorios vascos, sin pestañear, a Navarra, La Rioja, medio Aragón y media Cantabria:
"El territorio vasco es el integrante del histórico Reino de Navarra, dividido en las regiones de Navarra, Vizcaya, Guipúzcoa, Álava, Rioja, Moncayo, Alto Ebro, Montaña y Alto Aragón. Sus límites son: al Norte, los Pirineos y el Golfo de Vizcaya; al Este, el río Gállego; al Sur, el Ebro hasta Gallur y la divisoria de aguas entre las cuencas del Ebro y del Duero a partir del Moncayo en toda la extensión de ambas vertientes, y al Oeste, el cabo de Ajo".
Manuel de Irujo, principal autor de esta Constitución, insistiría en ello bastantes décadas después, ya en los años de la Transición, cuando seguía definiendo Euskadi como el territorio que va "de Castro Urdiales a Tarazona". Y en nuestros días el presidente de Eusko Alkartasuna, Carlos Garaicoechea, sostiene parecido criterio sobre la extensión del Reino de Navarra a recuperar.
Pasaron las décadas y en los años sesenta Federico Krutwig realizó la principal aportación ideológica al nacionalismo de la segunda mitad del siglo XX. Con ella efectuó, en el hasta entonces monolíticamente derechista nacionalismo vasco, el giro a la izquierda que dio nacimiento al mundo de Batasuna y de la ETA.
Según Krutwig tierras vascas son, además de las tres provincias y Navarra, inmensos territorios pertenecientes a las provincias de Cantabria, Burgos, La Rioja, Huesca, Zaragoza y Lérida, así como una importante extensión de tierra francesa entre Burdeos y Toulouse.
Por lo que se refiere a Cantabria, que es lo que en este caso nos interesa, declaraba vascos dos tercios de esta provincia, a la que él denominaba Kantauria. Enumeró las principales poblaciones de este territorio, que llegaba hasta el Pas y la bahía de Santander: Urdialitz, Zandoina y Larrainotza, es decir, Castro Urdiales, Santoña y Reinosa. Respecto a la comarca burgalesa de Villarcayo y toda la costa oriental montañesa las declaraba “regiones vizcaínas hoy anexionadas por las provincias de Santander y Burgos”.
Ésta no es la ensoñación de un autor aislado, sino que la comparten influyentes autores nacionalistas actuales. Por ejemplo, un ilustre continuador de Krutwig ha sido el vascofrancés Jean-Louis Davant, eminente historiador peneuvista y miembro de la Real Academia de la Lengua Vasca, quien en la última edición (2000) de su Histoire du Peuple Basque reproduce el mapa ideado por aquel, con una gran Euskalerría de Burdeos a Pedreña. Y en una de sus viñetas navideñas, el dibujante de Egin y Gara Tasio ha ubicado a un olentzero independentista sobre el mismo mapa.
Quizá sea ésta materia de reflexión para los aprendices de nacionalistas que también nos han salido por aquí y que tan amigos son del nacionalismo vasco, ese espejo en el que gustan mirarse.
Así pues, que nadie crea que los redactores del Plan Ibarretxe se han sacado de la chistera lo de Villaverde de Trucíos tras una noche de alcohol. Los hechos, en política, no suceden porque sí. Siempre hay detrás de ellos una elaboración ideológica que los provoca y explica. La reivindicación de Villaverde de Trucíos, o la de Treviño, o la pretensión de decidir la existencia o inexistencia futura de España a espaldas del resto de los españoles, son simplemente manifestaciones de una elaboración ideológica que arrancó hace un siglo y que en los últimos veinticinco años casi nadie se ha atrevido a rebatir, no fuera a ser que le llamasen cosas feas.
El Diario Montañés, 19 de enero de 2005
(Ilustración: Mapa de Vasconia diseñado por Federico Krutwig. Fuente: Jesús Laínz, Adiós, España. Verdad y mentira de los nacionalismos, Ed. Encuentro 2004).