Hace ya un siglo y medio que Marx y los demás ideólogos socialistas dejaron claro que las naciones eran creaciones de la burguesía para maniatar al pueblo. Una vez derribado el orden burgués, las naciones ya no tendrían razón de ser porque lo que importaba era la igualdad de las clases, la unión de los proletarios de todo el mundo, no las viejas estructuras ideológicas heredadas de tiempos antiguos como las patrias, las monarquías y las religiones.
Desde sus cantos hasta sus programas, el internacionalismo ha sido la idea central de toda izquierda, sobre todo de la española desde que hizo suya la analfabeta hispanofobia de los separatismos con los que compartió derrota en 1939. Aunque en un principio pueda parecer contradictorio con lo anterior, la consecuencia necesaria de dicho punto de vista es la proclamación de nacioncitas de cartón piedra como la catalana, la vasca o cualquier otro disparate ibérico.
La última prueba, por el momento, de la ramplonería políticamente correcta de los llamados indignados ha sido la reclamación por parte de los acampados en Barcelona del derecho de autodeterminación del pueblo catalán. Ya iban tardando. ¿Por qué será que a ninguna asamblea de indignados se le ha ocurrido corregir a sus colegas catalanes y reclamar el mismo derecho para el pueblo español en su conjunto, especialmente la madrileña que hace un par de semanas se autoproclamó depositaria de la soberanía nacional?
Pero no conviene elaborar demasiado los argumentos, pues acaba uno errando el tiro por arriba. Vale más un dato que mil teorías. En el campamento indignado santanderino, la Plaza Porticada rebautizada para la ocasión Plaza Barricada, cuelga un cartel con la siguiente cita del escritor comunista alemán Berthold Brecht:
“Al ríu que arrampla con tou dicinlu violentu, peru naidi diz violentu al calci que lu oprime”.
No, no está escrito en la lengua de Goethe. Está en cántabru, esa neojerigonza que se están inventando ahora algunos izquierdistas locales que, ansiosos de llegar al límite del revolucionarismo, se han metido a aprendices de separatistas. Y como se sabe muy bien en esta España del priapismo diferencial, no hay nada mejor para jugar a las naciones que sacarse una lengua de la manga aunque para ello haya que fabricar vulgarismos que no balan ni las ovejas.
De este modo, de la cópula entre el internacionalismo y el aldeanismo nace el más perfecto ejemplar de la corrección política de nuestros días: el viril transgresor que, ahuecando la voz, salmodia que no hay más patria que la Humanidad para acto seguido apuntarse a cualquier pantomima nacional. Porque la borrachera de las ideologías exige deformar la visión del moderno desarraigado o con telescopio o con microscopio; cualquier cosa menos constatar la realidad a simple vista, sin disfraces ni afeites.
Y así, para no mancharse con una patria declarada indeseable, el viril transgresor se esparranca con un pie en el inhumano desarraigo internacionalista y el otro en la putrefacción de los hongos de la aldea.
Pero algún día acabará abriéndose por la bisectriz.
Página web de la Fundación DENAES, junio de 2011