De La Habana a Damasco

Muy mala noticia es que el país que lleva dos siglos presumiendo, con razón o sin ella, de que siempre combate a la defensiva y para defender el bien, haya desenterrado de nuevo el hacha de guerra.

 

Porque ya en 1854 se lanzó sobre Cuba con la excusa de un barco, el Black Warrior, que los españoles habían interceptado en La Habana. La diplomacia estadounidense arguyó que la ocupación de la vecina isla era necesaria para impedir que “sea africanizada como Haití, con los subsiguientes horrores para la raza blanca”, por lo que consideraron ofrecer a España su compra por 120 millones de dólares o la guerra. Aunque hicieron el ridículo ante todo el mundo, pocas décadas después consiguieron su objetivo gracias al Maine, cuyo hundimiento sirvió de excusa para la guerra contra España a pesar de que, como más tarde se demostraría, la explosión provino del interior. Poco después llegaría la intervención en la Gran Guerra con la poco clara excusa del Lusitania y el telegrama Zimmerman. Y, setenta años después de Pearl Harbor, la sombra de la sospecha sigue cerniéndose sobre un Franklin D. Roosevelt no del todo absuelto de responsabilidad por haber dejado hacer lo que parece que pudo haber evitado.

 

En 1990 causó horror en todo el mundo que los soldados de Saddam Hussein hubiesen desenchufado las incubadoras de los hospitales kuwaitíes. Algunos meses después se conocía que todo había sido una falsa noticia creada por la agencia publicitaria Hill & Knowlton por encargo de la Casa Blanca. En 1999, esta vez con Clinton, también se multiplicaron por cincuenta las atrocidades serbias que sirvieron de excusa para la intervención en Kosovo. Y en 2003 estallaba una guerra, aún no concluida, debido a unas armas de destrucción masiva que nunca existieron.

 

Ahora tocan las armas químicas, como si las demás no mataran, excusa con la que los estrategas de Washington seguirán sembrando el mundo islámico de guerras en nombre de los derechos humanos y la democracia. Y eso acabaremos pagándolo todos.

 

El Diario Montañés, 3 de septiembre de 2013

 

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