¡Ah, la traicionera magia de las palabras! ¿Por qué estar a favor del aborto es progresista, y por lo tanto bueno, y estar en contra de él, reaccionario, y por lo tanto malo? ¿Tan reprobable es opinar que la consideración de la vida humana como algo disponible por terceros recuerda tiempos bastante oscuros y antiguos? También se dice que un alto índice de abortos es propio de países desarrollados, concepto igualmente reverenciado. Pero, como es natural y justo, una civilización que mata a sus hijos ha firmado su propia sentencia de muerte.
Otra palabra mágica es la libertad, en cuyo nombre se ataca al gobierno por meterse en la de cada uno de hacer lo que quiera con su vida y su cuerpo. Argumento invencible si no fuera porque lo afectado es el cuerpo y la vida de uno que ni puede decidir ni es un órgano de la madre. Además, los que apelan a la libertad de cada uno para decidir sobre la vida y la muerte olvidan otra palabra no menos importante, aunque indudablemente menos de moda: responsabilidad.
También la palabra derecho sirve para tapar bocas. Pero si se entiende que el aborto es un derecho por voluntad del legislador, cualquier cosa puede serlo sin límite para el horror. Y, metidos en derecho, ¿qué tal recordar el concepto de alevosía?
En cuanto a las quejas por los nuevos límites al aborto por imperfecciones del feto, de nuevo intervienen hermosas palabras a las que nadie puede oponerse: normalidad, salud, belleza. Aparte de incómodos paralelismos con algunas legislaciones eugenésicas del pasado, la mayor hipocresía reside en que la gran mayoría de los abortos practicados en España nada tienen que ver con malformaciones o violaciones, sino con la evitación de la incomodidad, el gasto, el escándalo social y el disgusto familiar.
Y quienes, con mucho insulto y poco argumento, acusan a los opositores al aborto de católicos preconciliares que pretenden imponer su creencia a los demás, reparen en que este hombre de poca fe concluye aquí estas líneas sin haber mencionado ni una sola vez las palabras religión, alma, iglesia y dios.
El Diario Montañés, 9 de enero de 2014
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